“I Soliti Ignoti”: Una obra maestra de Mario Monicelli

Lo más característico y resaltante de la “Commedia all'Italiana” no es el optimismo a favor de los nuevos tiempos, sino la cruda mordacidad contra valores vacuos como el consumismo y el progreso. Los personajes que pueblan estas películas son ridículos, impertinentes, exagerados, farsescos… Son unos miserables que ríen por no llorar.

- Publicidad -

El viraje del neorrealismo al neorrealismo rosa siempre me ha parecido meramente formal. En esencia, la amargura y el desencanto de la etapa crítica de postguerra en Italia creo que se mantiene, con diferente sintaxis, en la década de los cincuenta. Hay que tener en cuenta también que la piedra de toque de este viraje económico y social, el Plan Marshall, no fue una amiga mano salvadora, sino una taimada manipulación para acabar con las emergentes producciones italianas que amenazaban con, incluso, competir con el propio Hollywood.

Lo más característico y resaltante de la “Commedia all’Italiana” no es el optimismo a favor de los nuevos tiempos, sino la cruda mordacidad contra valores vacuos como el consumismo y el progreso. Los personajes que pueblan estas películas son ridículos, impertinentes, exagerados, farsescos… Son unos miserables que ríen por no llorar. Son cínicos porque la pujante economía de la gran ciudad no les ha dado cabida a ellos. Son mordaces porque a pesar de la tan mentada “prosperidad”, ellos deben seguir practicando sus viejos y delictivos oficios para ganarse el pan de cada día.

“I Soliti Ignoti” (Mario Monicelli, 1958) es un perfecto ejemplo de lo antes dicho. Con una fotografía en blanco y negro que enfatiza la miseria y la soledad de Roma, con un ambiente lluvioso y frío todo el tiempo, con la muerte de uno de los personajes centrales a mitad de la película (escena insólita en una comedia en los cincuenta), Monicelli nos presenta el ridículo y trágico devenir de cuatro bribonzuelos que se atreven a dar el atraco de sus vidas.

La aventura romántica del gran robo se estrella contra la dura realidad social: Peppe (Vittorio Gassman) es un boxeador fracasado que se enamora de la criadita que debía proporcionar la entrada al lugar donde se ejecutaría el robo y con ese desperdicio de emociones pone en peligro el plan, Ferribotte (Tiberio Murgia) vive obsesionado con casar a su hermana (a quien mantiene encerrada) con un rico empresario, Mario (Renato Salvatori) es un huérfano en quien puede más el remordimiento y abandona a sus compinches en mitad del plan, Capannelle (Carlo Pisacane) es un viejo enclenque que sólo piensa en satisfacer su estómago, y finalmente Tiberio (Marcello Mastroianni) es un fotógrafo desmañado cuya esposa está en la cárcel y debe criar solo a su pequeño hijo, exigiendo de ese modo cierta comprensión de sus compañeros frente al drama en que vive.

La manera como son presentados todos estos personajes (incluyendo al gran Totó, aunque este finalmente no participa del robo), sigue la tradición picaresca de ir uno por uno, armando el gran equipo. Son el anverso de los antiguos caballeros que se unen en pos de un objetivo sagrado. Y marchan unidos, parapetándose entre las sombras de la gran ciudad, haciendo un alto en el camino cuando se enciende una inesperada luz, avanzando cuando el silencio lo permite, montando un ariete para derribar una pared, dándose cuenta de que han derribado la pared equivocada y que han empleado demasiado tiempo en ello: si derriban ahora la pared correcta, los pillaría el rosicler de la mañana y serían descubiertos. Así que… ¿qué hacer? Pues mira, aquí hay unos garbanzos. ¡Y están muy buenos! Todos comen un poco. Han llevado a cabo el gran golpe de sus vidas y han conquistado su sagrado grial: un plato de garbanzos.

Así, Monicelli prueba que los sueños de la clase obrera deben enmarcarse en sus modestos límites. El “milagro económico” que pregonaba el Plan Marshall y que estaba en boca de todos, hubiese sonado incomprensible en boca de nuestros héroes, en la cual encajan mejor unos garbanzos que esas palabras altisonantes. A la mañana siguiente del robo, ellos caminan por una soleada y desolada Roma por la que transitan unos pocos tranvías.

Capanelle (a quien los garbanzos han dejado más que satisfecho) y Peppe (la imagen viva de la decepción) caminan sin rumbo, los demás ya se han ido. Peppe se une a un grupo de personas que hace fila y se ve arrastrado por ellas. Capanelle le dice: “¡Eh, no vayas por ahí!”. Peppe está tan deprimido que no le importa dónde ir. Capanelle sabe que son obreros que hacen fila frente a una fábrica y le suelta a Peppe la última admonición, la frase con la que cierra maravillosamente el filme; y Capanelle la dice desde lejos, sin que pueda ya hacer nada por evitarlo: “¡Eh, Peppe, no vayas por ahí, que te van a hacer trabajar!” ¿Puede haber discurso más claro y firme sobre lo vacuo de ese “progreso” italiano en los cincuenta?

Síguenos también en nuestras redes sociales: 

Búscanos en FacebookTwitterInstagram y YouTube.

- Publicidad -
banner-la-portada

Suscríbete a Semanario El Búho

Vuelve Semanario El Búho, y ahora aterriza en tu bandeja de entrada todos los domingos. Además, es GRATIS.

Suscríbete a La Portada

Recomendación: Antes de iniciar la suscripción te invitamos a añadir a tu lista de contactos el correo electrónico [email protected], para garantizar que el mensaje de confirmación de registro no se envíe a la carpeta de correo no deseado o spam.
- Publicidad -

Artículos relacionados

Últimas noticias