Miss Lonelyhearts: caos en el corazón

El mundo está sometido a un tropismo de desorden, entropía. […] Las claves se confunden. Las mandolinas desafinan. Todo orden lleva dentro de sí el germen de la destrucción.

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En Miss Lonelyhearts (Nathanael West, 1933) la tendencia al caos (entropía) se deriva del mismo corazón de su protagonista: músculo que, si alguna vez fue idealista o romántico, ahora solo es cínico; y si alguna vez creyó sinceramente en algún dios o fuerza superior, ahora cada latido no es más que parodia de fe. Miss Lonelyhearts relata la ridícula tragedia o la comedia patética de la llegada de un fantoche de Cristo como Redactor de Casos del Corazón.  Si el corazón se trastorna, todo afán por preservar cierto orden se torna inútil: «Aquel día cada objeto que deseaba controlar se volvía en su contra. Cuando tocaba algo, se derramaba o caía al suelo».

Miss Lonelyhearts trabaja en un periódico redactando consejos de vida para sus lectores, por lo general mujeres, que le envían cartas desesperadas pidiendo consejo, firmadas todas con seudónimo: Cansada-de-todo, Hombros-anchos, Desesperada, Lisiado. Muchas de estas conmovedoras —grotescas— misivas se reproducen total o parcialmente, «expresiones confusas de sufrimientos auténticos». Desesperada, por ejemplo, es una adolescente que no tiene nariz, en su lugar tiene un enorme agujero. Quiere suicidarse. Ningún chico la invitará jamás a salir.

Miss Lonelyhearts resume así su empleo y, con ello, de qué va Miss Lonelyhearts. Sinopsis de la novela dentro de la novela misma: «Se paga a un hombre para que aconseje a los lectores de un periódico. Ese trabajo se considera sólo un truco para vender más ejemplares y todos los empleados lo toman a broma. […] También él piensa que su trabajo es una broma, pero después de algunos meses la broma se le empieza a ir de las manos. Se da cuenta de que la mayoría de las cartas son súplicas de consejo moral y espiritual profundamente humildes, que son expresiones confusas de sufrimientos auténticos.Descubre que los que le escriben le toman en serio. Por primera vez en su vida se ve forzado a examinar sus propios valores».

Asomarse al sufrimiento de la humanidad (por medio de esas cartas tan emotivas y tristes y ridículamente escritas) desencadena en Miss Lonelyhearts una crisis tremenda, una crisis atea profundamente religiosa. Al igual que Bartleby —Bartleby trabajó en la sección de cartas no reclamadas, qué más desesperanzador que eso— sus cartas terminan abatiéndolo en la más profunda angustia.

En la novela de West todo parece estar movido, descentrado, disociado: se defraudan las expectativas realistas. La Miss del título, para empezar, no es ninguna «señorita» sino un hombre. La descripción de los personajes (excepto Miss Lonelyhearts todos llevan un nombre) es incongruente: «Tenía piernas largas, tobillos gruesos, manos grandes, cuerpo potente, cuello delgado y una cara infantil disminuida por un corte de pelo masculino». Las cosas no funcionan o desconciertan: «El cigarro no estaba bien liado y no tiraba» o «el aire olía como si lo hubieran calentado artificialmente».

A la naturaleza le cuesta mayor esfuerzo renovarse o luce desgastada: «Había sido necesaria toda la brutalidad de julio para forzar el brote de algunos tallos verdes a través de la tierra exhausta» o «parecía como si hubieran frotado el cielo gris con una goma de borrar sucia». Es una realidad fallida, mal hecha, estropeada: «El mundo físico está sometido a un tropismo de desorden, entropía. […] Las claves se confunden. Las mandolinas desafinan. Todo orden lleva dentro de sí el germen de la destrucción».

Miss Lonelyhearts tiende al desconcierto y a la incomprensión. Un mundo tornado surrealista. Parodia la llegada de Cristo como un patético Redactor de Casos del Corazón. Y es en el corazón del propio protagonista, Señorita Corazones Solitarios, donde ocurre el peor de los desórdenes: la impostura, el cinismo, la falsedad. Y un afán de santidad, de redención, al que más le valdría no haber hecho caso.

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