Uno de los significados que la RAE da a la palabra “curaduría” es el siguiente: “Conservación y supervisión de bienes artísticos o culturales, especialmente para su eventual exhibición”. Entonces, me gusta pensar que compartiendo mi lista de álbumes favoritos cada año, ayudo un poco a conservar en la memoria las personas que alcanzan a leerme, algunas obras que a mi parecer resultaron significativas, aunque dada la magnitud de la producción musical actual (un reciente estudio analítico ha indicado que en un solo día de 2024, se producen más discos que en todo el año 1989) parece tarea imposible y, a veces, cuando reviso mis listados de hace 10 años, apenas si recuerdo a algunos artistas.
De todos modos no ceso con mi absurda labor anual, y este año, mi obsesión por la música alcanzó un record inesperado, contabilizando un disco por día, 365 discos para 2024. He aquí los veinte primeros y más interesantes discos, conforme a mi criterio, subjetivo y tendencioso, seguramente, pero mío, al fin y al cabo:
20. The Bloody Lady – Claire Rousay
Claire Rousay ha intentado incursionar en el pop deconstruido este año con su álbum “sentiment”, y si bien ha obtenido un brillante resultado, las palmas se las lleva “The Bloody Lady”, un score reimaginado para la película animada de 1980 de Viktor Kubal, “La dama sangrienta”, construyendo para ello un retrato oscuro y magnético de la introspección, y retomando su sonido etéreo, desconsolado y bucólico, esta vez materializado a través del drone, de fields recordings, y de un órgano y un piano intermitentes que se despliegan en el disco como un viaje por paisajes emocionales devastadores. Alejada de sus intentos de recurrir a otras fuentes, en este álbum Rousay equilibra lo melódico con lo inquietante, lo confesional con lo escalofriante, presentando sólidas piezas que toman perfectamente el papel de banda sonora o de composiciones independientes que tienen como hilo conductor a la tensión y el suspenso.
19. I Forget Everything – LEYA
LEYA reimagina la música de cámara en “I Forget Everything”, un álbum donde las cuerdas procesadas y las voces etéreas se convierten en una experiencia onírica que desafía lo predecible. LEYA convierte lo barroco en algo visceral, en composiciones que son tanto rituales como canciones inconsolables, creando un ambiente de profunda introspección. “I Forget Everything” se siente atemporal, como si estuviese conectado a algo primordial que si bien remite a la música académica clásica en un primer momento, prontamente se deshace de dicha impresión, alzando vuelo por atmosferas mucho mas riesgosas e inexploradas.
18. Sentir que no Sabes – Mabe Fratti
“Sentir que no Sabes” es la transición de Mabe Fratti al pop, al avant pop si se quiere, pero resulta una obra sumamente accesible, incluso por quienes no están habituados a coordenadas experimentales. Fratti, produce un universo sonoro íntimo, sentimental y hasta subversivo, que termina siendo inmersivo y atrapante; la compositora devanea en lo confesional para construir melodías sublimes, las que, sin embargo, se ven cercenadas con la intervención de piezas experimentales que casi desconciertan dentro de la arquitectura del disco, pero, de todos modos, fungen de columnas de respaldo para las florituras que prodiga el omnipresente cello y la dulce voz de Mabe Fratti.
17. Great Doubt – Astrid Sonne
Astrid Sonne, también proviene del mundo académico y, como tantos otros en los últimos años, ha devenido en artista de art pop, en esta faceta, en “Great Doubt”, logra transformar la abstracción en emoción palpable. Sonne por primera vez canta en un álbum que se despercude un poco de lo experimental haciéndose accesible, pero no por ello menos apreciable.
“Great Doubt” también es un despliegue de intimidad, en donde Astrid Sonne devela su interior y su necesidad de comprensión; la ejecución de cuerdas, siempre oscilante y trémula, y las elucubraciones electrónicas, a lo largo del disco, invocan una sensación de premura, pero también de incertidumbre, elementos que se entrelazan en una danza perpetua.
16. World of Work – Clarissa Connelly
Clarissa Connelly disecciona la alienación contemporánea en “World of Work” recorriendo en un viaje de 42 minutos un paraje que proviene del pasado pero ha sido intervenido de forma transhumana. El trabajo de la Conelly conlleva tradición en sus cuerdas vocales, pastoriles y herederas de esa sosegada visión que solemos tener de la vida campestre europea del pasado.
“World of Work” hilvana fábula, expresividad, quimera, desgarro, paz y desesperación a partes iguales, en una lograda conjunción de elementos que recoge tanto del folk experimental, de la psicodelia folk, el freak folk y hasta de un aire celta que, por momentos, recuerda (gracias también a la capacidad vocal de la compositora) a la Sinead O’Connor mas desprolija o a los orígenes de la inspiración de Enya.
15. Something in the Room She Moves – Julia Holter
Julia Holter ha esculpido en “Something in the Room She Moves” una obra de rara accesibilidad, un viraje notorio desde sus habituales paisajes sonoros intrincados y emocionalmente complicados. En este álbum, Holter parece encontrar una voz nueva, más brillante y menos atormentada, canalizando notoriamente la serenidad y el amor inherentes a su reciente experiencia de maternidad.
“Something in the Room She Moves” es el disco más accesible de la carrera de Holter, pero no por ello sacrifica la belleza por la simplicidad, ni mucho menos acarrea superficialidad; las texturas musicales, aunque menos densas, siguen siendo ricas y evocadoras, con arreglos que fluyen con gracia casi cinematográfica. La producción, nítida y expansiva, revela a una Julia Holter en pleno dominio de su arte, pero desde una perspectiva que prioriza la calidez y la claridad, sin las asperezas de sus trabajos anteriores, y, si bien se denota la ausencia de espacios inhóspitos que solían caracterizar a su música, ello se traduce en que la Holter introspectiva y turbulenta, en esta ocasión, ha dado paso a una artista que celebra la simplicidad de la felicidad cotidiana.
14. Bright Future – Adrianne Lenker
Adrianne Lenker no tiene nada que demostrar, le han bastado poco más de cinco años para que – como solista o con su banda, Big Thief – se le reconozca como una de las cantautoras mas vehementes, prolíficas y sobresalientes de los últimos tiempos; su timbre vocal, expresivo y singular, su capacidad narrativa, su afectación pasional al interpretar y en general esa casi rabicunda exaltación que le caracteriza, han sido suficientes para probar con creces que los artistas contemporáneos pueden ser mucho más interesantes que muchos clásicos que veneramos por costumbre. En “Bright Future”, Adrianne Lenker se mueve con la gracia de quien discurre en espacios íntimos, sus composiciones fluyen como corrientes subterráneas, cargadas de una emotividad explícita que adquiere dimensiones poéticas, en un álbum que funciona como un breviario de fotografías borrosas, imperfectas, pero confortables y capaces de hacernos llorar con verdades innegables.
13. Des Teufels Bad (OST) – Soap&Skin
La austriaca Anja Plaschg, protagoniza y sonoriza “Des Teufels Bad”, una película dirigida por Veronika Franz y Severin Fiala, y hace ambas labores de manera magistral (incluso acaba de ganar el premio a mejor actriz, en el Austrian Film Award, por su papel en la película). Y es que Soap&Skin captura en el score la esencia del horror gótico, presentando una banda sonora que parece suspendida entre el miedo y la belleza. Arreglos meticulosos en una experiencia que destila melancolía y grandeza y donde sin embargo prima el minimalismo, que no se hace sinónimo de simplicidad, sino que resulta una elección que potencia los silencios y los abruptos del disco, haciéndolo una obra que funciona perfectamente de manera individual y no necesariamente como soundtrack.
12. Your Guide to Revolution – Mary Ocher
Mary Ocher se muestra, una vez más, como una cronista astuta de la insatisfacción, en un álbum que se envuelve en sarcasmo y conflicto intelectual, así como en pop experimental, folktronica psicodélica y post pop, entregando un coctel inquietante e hipnótico, pero ciertamente divertido. Ocher coquetea con un inteligente sentido del humor desde sus trabajos originarios, pero en “Your Guide to Revolution” pretende ser más directa, ensamblando su voz envolvente y luminosa a manifiestos ideológicos que comparte con absoluta integridad y a curiosos arreglos electrónicos, fluctuantes entre lo primitivo y lo sofisticado.
11. Moves in the Field – Kelly Moran
Kelly Moran, da un aliento a sus pianos preparados en “Moves in the Field”, para tomar un Disklavier de Yamaha y convertirse en una superejecutante con veinte dedos por lo menos, y es que en torno al bucle y al loop convierte al instrumento en un piano de cola de infinitas posibilidades. Pero Moran también se ha planteado no entregar un muestreo absurdo de virtuosismo con este álbum, y prefiere desencadenar lo emocional, lo pasional y hasta lo tormentoso de si misma, alumbrando un disco descomunal y maximalista, pero contradictoriamente humilde y honesto, donde la técnica nunca eclipsa la emoción.
10. Impossible Light – Uboa
Uboa no hace música, ella hace abismos, “Impossible Light” es una experiencia de disolución, donde el dolor y el sonido se convierten en elementos reales y físicos que presionan desde todas las direcciones. En “Impossible Light” no hay descanso ni alivio, el discurrir de esta obra es un viaje hacia el núcleo de lo insoportable, hacia la consciencia y la atormentada alma de la compositora. Este es un álbum que exige rendirse ante él, aceptar su peso y dejarse consumir por su intensidad, la australiana Xandra Metcalfe, ha plasmado al fin, en un febril documento sonoro, el origen de sus males.
9. Hannigan Sings Zorn Volume Two – John Zorn & Barbara Hannigan
El virtuosismo y el sentido de lo anómalo de John Zorn, encuentran un vehículo perfecto en la voz multifacética de la extraordinaria Barbara Hannigan. “Hannigan Sings Zorn” (en realidad los dos volúmenes que conforman esta complicidad) es un tour de force en el que lo técnico se fusiona con lo visceral, lo sistemático con el desconcierto y la intensidad con lo lóbrego. Las composiciones de Zorn, siempre resonando al borde del colapso, se complementan con la voz de una Hannigan que actúa como fuerza destructiva, haciendo del disco un laboratorio de poderes extremos y de urgencias expresivas.
8. Chorion – Yikii
Con “Chorion”, Yikii reinventa los paisajes sonoros glitch en una representación abstracta donde los sonidos fragmentados evocan emociones enteras, como una pesadilla que no culmina al despertar. Yikii descompone su música, deliberadamente lúdica y naive, en fragmentos irreconocibles que, en su conjunto, conforman un mosaico perturbador. Los beats se desplazan fantasmagóricamente, y las melodías apenas se sostienen antes de disolverse en el caos. Aquí no hay sentido de resolución, solo una exploración constante de los límites de la percepción.
7. Orchards of a Futile Heaven – The Body & Dis Fig the body Dis Fig
Se ha dicho muchas veces, respecto de muchos discos, que se encuentra en ellos el perfecto equilibrio entre fealdad y belleza, entre ruido y armonía, entre violencia y sosiego, pero “Orchards of a Futile Heaven” va más allá de eso y resulta la abominación progenie del caos extremo y la contemplación magnificente. The Body y Dis Fig entregan una colaboración que desafía cualquier lógica en un ejercicio de contraste extremo en busca, no de la amalgama, sino de la colisión entre lo brutal y lo sublime, entre la desesperación y la resistencia, un enfrentamiento directo con la desesperanza, pero también un intento de trascenderla. Este no es un álbum fácil, ni pretende serlo es mas bien un reflejo de nuestra relación con el sufrimiento.
6. Um – Martha Skye Murphy
Hay algo casi irritante (pero de modo sublime) en “Um”, y esa parece ser precisamente su virtud. Martha Skye Murphy ofrece una colección de minuciosas estructuras que parecen estar en constante colapso, casi en peligro, un riesgo que desorienta con su fragilidad como camuflaje, toda una estrategia para hablar de pérdida y resilencia, susurrando, con esa voz, doliente y desesperada, desde un limbo emocional. “Um” se torna entonces en una cautivadora excusa para explorar la vulnerabilidad con una honestidad tan brutal que resulta sumamente incómoda, precisamente porque se siente terriblemente humana.
5. Fire Scape – Alena Spanger
En “Fire Scape”, Alena Spanger experimenta con dinámicas que oscilan entre lo delicado y lo incendiario, su voz, hipnótica y etérea, empleada como un sofisticado y versátil instrumento, y al borde de la glosolalia, revela a una artista que utiliza su timbre de modo similar al que Björk, las Cocorosie o Joanna Newsom lo hacen, con una gama de colores y texturas que dan paso a un lenguaje sonoro singularísimo. Con “Fire Scape”, además, la Spanger recorre paisajes de folktronica y art pop pasional, salpicado por sintetizadores inocentes pero perennes y percusiones simplistas y efectivas. Sus canciones no son relatos lineales, sino narrativas atmosféricas donde lo humano y lo posthumano se hibridan íntimamente, ardiendo en patrones impredecibles. Spanger sublima lo efímero, desencadenando un estado de vulnerabilidad incontrolable.
4. QWERTY II – Saya Gray
La música de Saya Gray es tan inquietante como íntima, QWERTY II es un rompecabezas sónico que desarma cualquier expectativa de género. El álbum se despliega con una estructura fragmentada que, lejos de alienar, se comporta como un caleidoscopio sonoro; el R&B, el glitch y el freak folk se entrelazan de maneras que parecen imposibles pero irresistibles. Cada pieza que compone la obra no tiene una estructura convencional, sino que resulta en una especie de polaroid musical que captura momentos efímeros de fragilidad y furia. Gray no se interesa en respuestas fáciles ni en melodías memorables, sino en texturas que desencajan, convirtiendo al disco en un ejercicio de desobediencia estética, en una muestra de que la disonancia emocional también puede ser un lenguaje musical, y finalmente, en una celebración de lo incompleto.
3. Panoptikon – Maria W Horn
La reclusión, el aislamiento y sus consecuencias, han sido las premisas fundamentales para “Panoptikon”, Maria W Horn, recurre a la prisión abandonada Vita Duvan de su natal Suecia para estructurar el sonido espectral del sufrimiento y el trastorno psíquico del encierro y la incomunicación absoluta. Horn disecciona el concepto de vigilancia, pero en lugar de explicarlo, lo hace sentir: la opresión, la omnipresencia, el asfixiante equilibrio entre lo humano y lo mecánico, entre lo cerebral y lo emocional, entre los pulsos electrónicos, los algoritmos y la tecnología de producción, sumados a la fragilidad coral y pasional de la voz humana y a un ingrediente casi fantasmal provocado por un disco concebido y grabado en un ámbito lleno de dolor y desesperanza.
2. The Collective – Kim Gordon
The Collective es un desafío frontal a la complacencia musical, incluso a la facción más conservadora de Sonic Youth le resultara confrontacional. Sin perder crudeza ni brújula, Kim Gordon construye un collage abrasivo donde guitarras disonantes, ruido industrial y spoken word colisionan en armazones hip hop. No hay redención en este caos, y la que es probablemente la más interesante artista sonora de su generación, desarrolla música sin concesiones ni indulgencias, imprimiendo una obra que se torna en campo de batalla y que fuerza a su audiencia a reconsiderar lo que significa crear y consumir arte en un mundo cada vez más estéril. “The Collective” es un poderoso manifiesto que demuestra que la relevancia no se mendiga; se impone.
1. All Life Long – Kali Malone
La maestría de Kali Malone en “All Life Long” no radica en su complejidad, sino en su ascetismo feroz. Pasar del drone al ensamble de metales y coros vocales de tintes litúrgicos, ha sido un paso natural para la compositora, pues ha tomado la dimensión sonora de la estética musical clásica para llevarla a una dimensión mística y profundamente sobrecogedora. Este álbum no busca narrativas ni resoluciones, sino que establece un diálogo con lo inefable. La arquitectura sonora esculpida en órgano es tan deliberada que se convierte en una experiencia física, limítrofe entre lo sacro y lo profano. Malone manipula el tiempo, expandiéndolo desesperantemente, hasta convertirlo en un limbo de trance, donde el oyente es simultáneamente espectador y participante. Pero “All life long” no se conforma con cautivar, sino que exige inmersión, pues es música que no se hizo para ser solamente oída, sino para ser habitada, para sufrir con ella una posesión secular, y quizás así descubrir el significado de las cosas.
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