Cultural

Glamour e infancia perdida en los días dorados de la radio

«Quienes tenemos una cierta edad podemos comprender y hasta empatizar con ese amor por la radio, por esas voces misteriosas que contaban inauditas hazañas, por ese glamour de las big bands que anunciaban un mundo de elegancia, de vestidos largos y de escaleras alfombradas».

Por Manuel Rosas Quispe | 18 marzo, 2025
Radio Days

“Radio Days” (Orion Pictures, 1987) es la rememoración que hace Allen de un período significativo para su formación sentimental: la gran época de la radio, justo antes de la explosión del televisor como amo y señor de los hogares norteamericanos hacia fines de los cuarenta. Quienes tenemos una cierta edad podemos comprender y hasta empatizar con ese amor por la radio, por esas voces misteriosas que contaban inauditas hazañas, por ese glamour de las big bands que anunciaban un mundo de elegancia, de vestidos largos y de escaleras alfombradas por las que nosotros jamás subiríamos.

Allen lo cuenta de esa manera, con el infinito amor de quien ha sido educado por la radio. La película tiene como núcleo, la familia de Allen, esa típica familia judía de Rockaway Beach donde los hilos los mueven los personajes femeninos de resuelto carácter y de categórica robustez (¡cuánto le debe ese género a las novelas de Philip Roth!).

Hay una tajante dicotomía entre el mundo de los que escuchan la radio y el de quienes “hacen” la radio, esas estrellas que habitan salones lujosos y que viven affaires elegantes la noche de Año Nuevo. Sin embargo, la diferencia se matiza con humor: las estrellas de la radio que encarnan a héroes de los seriales son señores bajitos y calvos, propensos a la lascivia. De esta manera, Allen coloca el mundo de la radio ante nuestros ojos, palmariamente, mostrándonos su glamour y su miseria. Los dos mundos, el mundo familiar del protagonista y el mundo mágico de la radio, corren paralelos y son evidentes sus concomitancias. Es perfectamente lógico pensar que mientras rodaba la película, Allen tenía en mente “Amarcord” de su héroe inmortal, Federico Fellini.

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Todo el romanticismo de la evocación de la infancia, del aprendizaje a trompicones en un barrio de los suburbios, del primer amor, de la primera aventura sexual… todo ello tiene mucho que ver con el bello film de Fellini. A mi memoria también han acudido las nostálgicas páginas de Miller en “Trópico de Capricornio”: un niño recordando situaciones familiares de su pasado en Brooklyn.

Por la película desfilan una multitud de rostros conocidos, recurrentes en el cine de Allen, estrellas reales de la radio y un sinfín de extras. Si alguna decepción uno puede llevarse en los primeros minutos es darse cuenta de que el propio Allen no aparece en la cinta y, de alguna manera, su figura menuda y neurótica puede hacerse extrañar (nada diremos de lo que el comediante hizo después con su vida). Pero, de todos modos, su inconfundible voz nasal e infantil nos acompaña a lo largo del metraje. No es exagerado decir que en el maravilloso OST de la película también, de alguna manera vicaria, está presente Allen.

A cada instante, en todas las escenas que la película nos regala, el humor acerado y corrosivo pinta las situaciones con la pátina de lo absurdo y descabellado. Señores muy serios que asisten circunspectos a los burdos trucajes de audio que un técnico realiza con vehemencia sobre una mesa del estudio de grabación. Un viejo verde que intenta meter mano a Dianne West vestida de camarera y con una bandeja de churros ceñida a su uniforme, ambos cuerpos a duras penas pueden tocarse y la situación es completamente grotesca. Precisamente allí, donde sucede esta escena, el ático de los estudios de la radio, sucederá también el final de la película: una bellísima toma de todos abandonando el ático uno a uno y dejando que la cámara capte ese silencio y ese vacío de una ciudad con luces de neón que ofrece (para otros) su juego de luces y misterio. Otras generaciones vivirán esa magia que encandiló nuestra infancia. Para nosotros, ha llegado el momento de marchar.

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