En aquellos años y, en especial, en una época de dictadura, celebramos como una hazaña haber llegado al número 5 de una edición impresa de El Búho, cuyo propósito era irrumpir en el tibio escenario mediático local. Considere el lector que no había YouTube ni WhatsApp y toda la televisión nacional había sido capturada y sometida en base a los fajos verdes que se repartían en la salita del SIN.
Hoy, luego de 500 ediciones en papel periódico, cerca de 100 en papel couché, siete años de programas televisivos y un archivo de 10 años en el universo digital, El Búho aún respira.
Y es francamente increíble, porque bajo nuestro puente han discurrido, además de estos números fríos, cambios tecnológicos radicales, adioses abruptos, escaseces de todo tipo y, por si fuera poco, la ancestral maldición de los juicios inacabables en los pasillos del Poder Judicial.
El impulso, en apariencia natural, de seguir batiendo las alas, vino de la sangre nueva que, en todo este tiempo, alimentó a la bestia. Por aquella pequeña, pero cálida redacción de la calle Álvarez Thomas pasaron más de un centenar de jóvenes, la mayoría henchidos de expectativas por hacer noticia, cambiar la historia, mejorar el mundo.

A todos ellos que hoy quizás ya peinan canas, o ya no tienen nada que peinar; que ya reposados en un trabajo estable, sonríen de medio lado cuando recuerdan sus agitadas peripecias, o suspiran resignados porque el sueño del gran periodismo no se dio; les tengo una noticia: sí lo logramos.
Y mi agradecimiento, porque a través de ellos yo pude realizar mi propio sueño que hoy constato ya cumplido. Distintas generaciones en distintos momentos dieron lo mejor de sí para escribir esta larga nota que ha devenido en una historia de éxito después de 25 años. Pues quien escribe, a pesar de haberme mantenido en la gestión de este proyecto “sin saber leer ni escribir”, solo puse la cara. Cientos de veces me di por vencida, otras tantas lloré de impotencia, resulté señalada y excluida, acosada en redes o en radio por sujetos despreciables que vendieron sus conciencias por unos cuantos soles. Pero gracias a esos grupos de periodistas idealistas que me han acompañado todo este tiempo, retomé el timón y hasta aquí llegamos. En el camino, hubo de todo: amenazas y premios, indiferencia y pequeños triunfos, soledad y aplausos sinceros. Sumado, es más de lo que imaginé.
Un día de marzo del año 2000, junto a Odi y Alonso, soñamos disparatadamente con un periodismo arequipeño desafiando al poder y sin recursos. Otro día de marzo del 2025, junto al equipo actual, en medio de una crisis total, seguimos soñando. La única diferencia es que tenemos un recurso insuperable: una hermosa historia escrita al alimón por espíritus libres y provincianos.