Diosito, en un gesto de compasión con el Perú, nos regaló por primera vez a un papa que decidió nacionalizarse peruano. Y como ejemplo, en su primer discurso no saludó al país donde nació, sino directamente a su querido Chiclayo. Pero claro, la alegría no podía durarnos mucho, porque apenas se supo la noticia, algunos políticos—como garrapatas—se colgaron del evento. Dina Boluarte fue la primera en apurarse con un mensaje de “amor y esperanza”, olvidando convenientemente las masacres de su gobierno y cómo ignoró la tragedia de Pataz.
Tampoco dijo ni pío cuando Prevost, en su momento, no pudo abandonar el país por la represión en las protestas y los muertos que sumaba su Gobierno. En aquel entonces, León XIV le pidió que respete la democracia y detenga la violencia.
Mientras tanto, desde el Congreso celebró la noticia con aplausos y poses de santidad. No faltaron los congresistas de Chiclayo inflando el pecho, como si fueran parte del milagro. No les caería mal recordar aquellas palabras del nuevo papa en las que criticaba a los políticos que solo buscan el poder para servirse a sí mismos.
Los peruanos tienen todo el derecho de estar felices. Ustedes fariseos, absténganse de colarse en la celebración.