Columnista invitado

La calle Nueva cumple veinte y un años

En abril de 2003, mi esposa, y yo estábamos en Buenos Aires, hospedados en la casa de una pareja de condiscípulos con quienes habíamos estudiado en la Facultad de Derecho de esta ciudad. Una mañana, yo me había quedado solo en la casa mientras nuestro amigo se había ido al trabajo y su esposa y […]

Por Jorge Rendón Vásquez | 19 junio, 2025
la calle nueva

En abril de 2003, mi esposa, y yo estábamos en Buenos Aires, hospedados en la casa de una pareja de condiscípulos con quienes habíamos estudiado en la Facultad de Derecho de esta ciudad. Una mañana, yo me había quedado solo en la casa mientras nuestro amigo se había ido al trabajo y su esposa y la mía habían salido de compras por el barrio de Flores, donde esta casa se halla
ubicada.

Me había instalado para leer ante una mesa desde donde se veía la calle y sus grandes árboles de un verde refulgente por el sol. Y, de pronto, tomé un papel y me puse a escribir un tramo de mis recuerdos de mi infancia y mi adolescencia en Arequipa. Escribí y escribí, extrayendo de ese denso ámbito que es la memoria los personajes y sus historias que se apretujaban para salir, aprovechando que súbita e inesperadamente se les había abierto una puerta. Una hora después me convencí de que había allí tanto
material y vivencias como para hacer un libro. Pero no un largo relato de recuerdos, sino algo más imaginativo y dinámico, como un libro de cuentos.

Un año después, en Lima, ya tenía el texto de mi primer libro de cuentos al que titulé simplemente La Calle Nueva. El nombre de la calle de Arequipa donde viví, entre 1940 y 1950, cuando transitaba de los 9 a los 19 años. Esta calle comienza en el cruce con la calle que entonces se denominaba La Ranchería y termina al llegar a la plazuela del Asilo Lira. Había sido abierta a mediados del siglo XVII y, como era entonces novísima, se la dejó con ese nombre. Mientras escribía, pensé que esa denominación se justificaba por las inquietudes, sed de aventura, solidaridad y espíritu de trabajo siempre renovados de los niños y jóvenes que allí vivíamos.

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En el prólogo de ese libro dije: “Tanto las casas de la Calle Nueva como las de sus transversales eran, hacia 1940, grandes solares de sillar, con techos abovedados los más antiguos. Algunos estaban ocupados por familias de propietarios de negocios y de tierras y de profesionales de éxito. Pero la mayoría habían sido convertidos en vecindarios por la desintegración de las fortunas de sus dueños a causa de la herencia, la necesidad y otros avatares.

Muchos de ellos se habían visto obligados, por lo tanto, a convivir con una multitud de familias de empleados, obreros, artesanos, maestros, policías, ínfimos comerciantes y profesionales de menguados recursos, que alquilaban una, dos o más habitaciones.

En los demás barrios de la ciudad sucedía otro tanto. Las grandes mansiones de los ccalas 1 3 adinerados se fueron quedando como islotes en algunos barrios y calles. “Para los niños y jóvenes, que residían en viviendas alquiladas, la calle era una prolongación de sus reducidas habitaciones y de los
patios y corredores de sus casas. Conformaba un espacio común, acogedor y moderno por el asfaltado. Allí también vivían, vale decir, se reunían, jugaban, conversaban, planeaban sus travesuras los chicos y sus aventuras los más grandes, buscando vislumbrar lo que eran ellos en la sociedad y soñando con conquistar la fantasía, eso que parecía imposible, y dominar el destino, aunque tuvieran que comenzar y recomenzar cada día desde abajo y sin nada.”

Barrio amigo, teatro de amoríos osados y candorosos, pero sin consecuencias por la supervigilancia ejercida sobre las chicas. La Calle Nueva se identifica para mí con Raúl Linares Cáceres, un chico del barrio, unos tres años mayor que yo, cuyo padre era zapatero. Raúl era perspicaz, laborioso e imaginativo para las aventuras.

Él me formaba para la vida en la calle, tan necesaria para nosotros como la vida en nuestras pequeñas y modestas viviendas. Y me prevenía contra los desaciertos y las amenazas que nunca faltan en la vida callejera. Y me enseñaba cómo cuadrarnos ante las reyertas promovidas por los chicos guapos de otras calles. Con él y otros jovencitos concurríamos a las piscinas de Tingo. Fue también él uno de los maestros que me inició en el camino del conocimiento político que para nosotros se manifestaba como la aspiración a un futuro con oportunidades para todos y sin discriminación. Ninguno pertenecía al Apra o simpatizaba con este partido al que veíamos como un enemigo de la clase trabajadora.

He recordado a Raúl en un pasaje de mi cuento La gran contra que forma parte de mi libro El cuello de la serpiente (Lima. EDIAL, 2007). Allí he dicho: “Antonio confiaba en vencer, contando con su experiencia en ingresar a los cines Fénix y Municipal, en Arequipa, eludiendo el pago de las entradas. Recordó aquella vez en que un chico, apellidado Sandoval, vino a la Calle Nueva a invitarlos a entrar al cine Fénix, con la mayor naturalidad del mundo. A él y a sus amigos Raúl y otro chico apodado Bengalita. Los tres partieron a la aventura a las nueve de la noche. Merodearon en la calle del cine, hasta que, pasadas las nueve y media, los condujo a la Casa del 3 Ccala: en Arequipa, habitante de la ciudad, por lo general, blanco y, si tiene fortuna, altanero.

Moral, el antiguo convento de los jesuitas, ocupado entonces por negocios y familias. Por la escalera de la derecha, subieron al techo. Desde allí, caminando por el filo de una pared de unos diez metros de largo, llegaron al cine. Se descolgaron cerca de la puerta de escape de la cazuela y, protegidos por la oscuridad, se deslizaron a la sala. Esa excursión nocturna fue su primera marcha hacia el Dorado, su bautismo de fuego para sus lides mayores como adolescentes. Aunque era solo para divertirse y probarse a sí mismos que eran capaces de emprenderlas.

Así vieron todas las películas estrenadas en ese cine, algunas varias veces. Cuando junto a la puerta de escape vigilaba algún guardián, bordeaban el techo del cine hasta el establecimiento de billares de la esquina. Desde allí, se dejaban caer a un pasadizo, por donde bajaban a los palcos o a la platea. Un día, Sandoval desapareció. Se enteraron por un vecino que había muerto derribado por la difteria, que ese año asoló algunos de los hogares más pobres de Arequipa.

Decidieron rendirle como homenaje concederle al cine Municipal el honor de recibirlos. Como el acceso a la cazuela de este cine, escalando las paredes, era imposible porque las casas contiguas no llegaban a su altura, una inspección cuidadosa les demostró que el único lugar aparente para el ingreso era la puerta sobre la calle Rivero. Una noche llegaron allí después de las diez, cuando ya la puerta había sido cerrada. Hicieron correr el cerrojo con un cuchillo y le propinaron un fuerte golpe con sus traseros para empujar los dos cilindros colocados detrás como refuerzo. Lo hicieron en el momento en que pasaba un vehículo haciendo retumbar el pavimento.

Una vez adentro, cerraron la puerta, devolvieron los cilindros a su sitio y subieron a la cazuela. Fue chistoso cuando cierta vez descubrieron al administrador del cine y a la linda boletera de la platea, fornicando en la azotea. Nadie dijo nada y, sin pérdida de tiempo, ellos se metieron a la cazuela, preguntándose ingenuamente si en la penumbra pudieron haber sido identificados.”

Hace algunos años, cuando visité Arequipa, me fijé en la fachada del cine Fénix y advertí que le habían anulado las cornisas delanteras en la parte superior. Solo quienes habíamos transitado por ellas en otros tiempos y los propietarios sabíamos la causa de esa modificación.

Raulito, quien se hizo contador en la Universidad de San Agustín y luego se trasladó a Lima, nos dejó unos años ha. Un buen día, mis padres nos dijeron a mis hermanos y a mí que viajaríamos a instalarnos en Lima. Vendieron el terreno y la casa que habían construido con sus ahorros de muchos años y poniendo ladrillo sobre ladrillo en su parte del terreno eriazo ocupado por un grupo de vecinos. Y partimos en enero de 1951.

¿Por qué lo hicieron? Años después una conversación de mis padres me reveló la causa. Arequipa no nos ofrecía las posibilidades de formación profesional que sus tres hijos requeríamos. Además, los empleos estaban reservados para la gente del establisment local o aceptada por este. Y en la moral de
nuestra familia era inadmisible someterse a la humillación de las recomendaciones. Creo también que pensaron que nuestra permanencia en Arequipa había fortalecido ya las alas de mis hermanos y las mías y que en adelante podríamos volar allende las montañas y los mares.

El libro La Calle Nueva fue publicado en 2004 por EDIAL, una editorial familiar dirigida por mi esposa. Con un tiraje de 1,000 djemplares que se agotaron muy rápido, lo que dio lugar a una segunda edición, en 2008, por la editorial GRIJLEY. También se agotó pronto. Tal vez la nostalgia de aquellos tiempos ya lejanos y la necesidad de asociarla con alguna canción me ha hecho elegir el tango Melodía de arrabal como fondo de la Calle Nueva cuando la evoco. Este tango, compuesto en 1932 para la película del mismo nombre, debe su letra a Alfredo Lepera y Mario Batistella. Y su música, al gran Carlos Gardel. Es, a mi juicio, el himno de los barrios populares. Lo cantó Carlos Gardel por primera vez en esa película.

Y, ahora, este tango inmortal:

Melodía de arrabal
Barrio plateado por la luna
Rumores de milonga
Es toda tu fortuna
Hay un fuelle que rezonga
En la cortada mistonga
Mientras que una pebeta
Linda como una flor
Espera coqueta
Bajo la quieta luz de un farol
Barrio, barrio
Que tenés el alma inquieta
De un gorrión sentimental
Pena, ruego
Es todo el barrio malevo
Melodía de arrabal
Viejo barrio
Perdoná si al evocarte
Se me pianta un lagrimón
Que al rodar en tu empedrao
Es un beso prolongao
Que te da mi corazón
Cuna de taitas y cantores
De broncas y entreveros
De todos mis amores
En tus muros con mi acero
Yo grabé nombres que quiero
Rosa, La Milonguita
Era rubia Margot
Y en la primera cita
La paica Rita me dio su amor
Barrio, barrio
Que tenés el alma inquieta
De un gorrión sentimental
Pena, ruego
Es todo el barrio malevo

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Melodía de arrabal
Viejo barrio
Perdoná si al evocarte
Se me pianta un lagrimón
Que al rodar en tu empedrao
Es un beso prolongao
Que te da mi corazón


Para la interpretación por Carlos Gardel pongan en Internet: Melodía de arrabal, tango

Jorge Rendón Vásquez

Abogado y novelista. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Doctor en Derecho por la Universidad de Paris I (Sorbona). Autor de diversas publicaciones sobre Derecho Laboral Doctor en Derecho por la Universidad de Paris I (Sorbona).