Fuego eterno en las cartas de Abelardo y Eloísa

«El amor humano y apasionado de Eloísa no se ha reducido un ápice, pero para el maestro ella se ha encauzado hacia un destino más alto y sublime: ahora es la esposa de Cristo y debe ser fiel a ese voto».

Por Manuel Rosas Quispe | 14 octubre, 2025
Eloísa

Las “Cartas de Abelardo y Eloísa” editadas por Alianza en el año 2002 es una edición magnífica por cuatro razones puntuales:

1. Contiene una precisa introducción de Pedro Rodríguez Santidrián que nos esclarece el panorama europeo en el siglo XII, la suma importancia que tuvo el pensamiento de Abelardo para que el racionalismo se abra paso en el siglo siguiente y alumbrase, entre otros movimientos, el Renacimiento (Abelardo, con su método “sic et non” propulsa el advenimiento de la dialéctica y deja atrás el aprendizaje por la “lectio” para asumir el aprendizaje por la “disputatio”). La introducción de Rodríguez Santidrián nos pinta el contexto y, en él, al hombre, tal cual fue, con sus luces y sus sombras.

2. Rodríguez no sólo nos ofrece una introducción a la altura del proyecto, sino también notas al pie de página que denotan su erudición. Estas notas son de dos tipos: explicativas (que siempre se agradecen porque proporcionan información que podría escapársenos. Por ejemplo, al pie del saludo de entrada formular en las cartas de Abelardo, Rodríguez nos señala el tono frío y formal que el maestro empleaba; y, por el contrario, cuando Eloísa saluda, a pesar de que el vocativo nos pueda parecer no muy diferente del de Abelardo, hay palabras y expresiones que demuestran el tono cariñoso que ella solía usar) y las notas bibliográficas, que no están mezcladas con las anteriores porque llevan distinta enumeración y que siempre están en la misma página de lectura (otro detalle que también se agradece porque nos evita el engorro de volver las páginas una y otra vez, usando dos marcadores de página).

3. El contenido seguramente es lo más importante. La manera como se ha dispuesto el material en esta edición me parece excelente: empieza con la “Historia Calamitatum”, y aunque cronológicamente no tendría que empezarse con esta carta, sin duda es un acierto empezar por el documento que nos introduce de lleno en la vida de Abelardo, su infancia, su meteórica carrera magisterial en París, plagada de envidias, complots, traiciones y toda suerte de añagazas, su encuentro con Eloísa, el desdichado final que tuvo este amor y su vida posterior entre los tribunales y la abadía de Cluny. No hay certeza acerca de la identidad del amigo a quien Abelardo cuenta todas sus cuitas. Destacados filólogos han pensado que el destinatario sólo era un pretexto para que Abelardo contara su historia así, epistolarmente, en primera persona y en tono confesional. El único otro texto medieval de esa naturaleza es las “Confesiones” de San Agustín, otro triunfo de la individualidad, sub specie aeternitatis, sobre los dogmatismos de la colectividad.

Dado el gran aprecio que Abelardo sentía por Séneca y por Cicerón (a quien, como todos sus contemporáneos, llamaba “Tulio”), es bastante posible que la forma epistolar sea puramente formal. El siguiente apartado del libro corresponde a las cartas personales que se dirigieron Abelardo y Eloísa, recuérdese, ya separados ambos para siempre y tras la humillante castración que él vivió. El amor humano y apasionado de Eloísa no se ha reducido un ápice, pero para el maestro ella se ha encauzado hacia un destino más alto y sublime: ahora es la esposa de Cristo y debe ser fiel a ese voto. Se trata de un destino al que él mismo la empujó y por eso Eloísa no está del todo convencida y aún siente en su pecho los ardores de aquel amor lacerante que en otro tiempo la extasió. Ella no se guarda nada en sus cartas y habla de sus sentimientos y de sus deseos con una soltura que haría sonrojar a una novicia (aquí, en este punto, recordé las cartas que Alma Mahler le escribió a Walter Gropius, en las que habla de su apetito sexual y que sonrojarían al propio Marqués de Sade).

Las cartas personales de Abelardo y Eloísa son cuatro, en la última, Abelardo, harto de que Eloísa enfatice su sensación de soledad y el martirio que debe soportar sin él, le pide que no se queje más, que piense en el alto destino que le corresponde siendo abadesa del Paracleto. ¿Habría pensado lo mismo Abelardo de no estar castrado? No lo sabemos. Sólo sabemos que en la última carta personal que Eloísa le escribe, ella se limita a pedirle una regla para la convivencia de las hermanas del Paracleto. Sostiene que la Regla de San Benito no le basta, pues fue pensada para monjes y no para monjas. Interesante detalle de su discurso: remarca las diferencias entre las necesidades femeninas y las masculinas, detalla la naturaleza femenina y le da un valor, una dignidad que reclama, entre otras cosas, una regla de convivencia. Abelardo acepta y a partir de entonces sus cartas cambian y se abre para el lector el siguiente apartado: el de las Cartas de Dirección Espiritual.

 En este punto la historia se torna tristísima porque los amantes ya ni siquiera pueden expresarse su amor (más por la negativa de Abelardo que por voluntad de Eloísa). Llenan sus cartas de tecnicismos, abundantes citas bíblicas y una exhortación apasionada a la vida religiosa. El lenguaje de ambos ahora es seco y adusto, pero a través de esa sequedad se advierten las lágrimas de impotencia, los suspiros contenidos. Abelardo, que era un maestro absoluto de la dialéctica y un as de la retórica, ahora introduce tantas citas en sus cartas que su lenguaje se hace pomposo, afectado e indigerible. Las cartas de Dirección Espiritual son tres y dan paso a la última parte que son los textos complementarios y que merecen una mención aparte.

4. Los textos complementarios son seis: la bellísima confesión de fe de Abelardo (dedicada a Eloísa), la carta de Pedro el Venerable a Inocencio II (pidiéndole que Abelardo se quede en Cluny lo que le resta de vida), dos cartas de Pedro el Venerable a Eloísa (informándole cómo pasó el maestro sus últimos días), la respuesta de Eloísa a Pedro el Venerable (que es otra muestra de la exquisita cortesía y la profunda cultura de la abadesa del Paracleto) y la absolución de Abelardo escrita y firmada por Pedro. Por supuesto, estos seis textos son un generoso añadido de la edición de Alianza que todo lector agradece, ya que con ellos se cierra el círculo de lo narrado.

Tras leer el libro nos queda vibrando en el alma el terrible destino de dos amantes desdichados cuya historia hoy es leyenda. Es muy hermoso el cierre del libro, es decir, la lectura de los textos complementarios porque nos hace sentir íntimamente cómo debió sentirse Eloísa en los últimos años de su vida, recordando un fuego que la hizo sentir viva por un instante. Recordando quizá las peripecias que hubo de pasar para dar a luz a su hijo, tras huir de la casa de su tío y el incierto camino que le esperaba. Podemos imaginar a Eloísa, por las tardes, en la biblioteca, levantando la vista al cielo, dejando por un momento de leer a su adorado Lucano, para recordar sus diecinueve años y aquella embriaguez de otros tiempos. Nunca dejó de amar a Abelardo, a pesar de que este prácticamente le prohibiera seguir escribiéndole de amor. Ella murió veintiún años después que él y al principio ambos estaban enterrados en el Paracleto. Después, en el siglo XIX, tras la construcción del Père Lachaise, los franceses deliberaron a quién le correspondería el alto honor de ser enterrado ahí y decidieron que sin duda Molière y que por supuesto, los célebres amantes desdichados (¿no nos es dable sentir una sana envidia por los franceses? Es un pueblo que al pensar en hombres ilustres y representativos no piensa en generales ni políticos, sino en artistas… ¿Qué otro pueblo puede decir con orgullo “en la raíz de nuestra cultura está la historia de dos amantes a quienes rendimos tributo todos los años con rosas rojas a los pies de su túmulo”?) Y allí están, otra vez juntos, Abelardo y Eloísa, nueve siglos después su historia nos emociona hasta las lágrimas.

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