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An�bal Portocarrero

Poes�a de los or�genes

El poeta arequipe�o Anibal Portocarrero, nacido en 1930, es una de las voces m�s queridas y reconocibles de su generaci�n. Este a�o celebrar� su cumplea�os n�mero ochenta. Poemarios como Memoria de la destrucci�n (1950-1970) y La hora del lobo (1970-1990) dan fe de su incesante labor, codo a codo, con el lenguaje hecho verso.

An�bal Portocarrero en fotograf�as de 1960 y 2010 respectivamente.

La poes�a de Anibal Portocarrero no se caracteriza, precisamente, por girar alrededor del sol y la playa; al contrario, sus primeros poemas evocan claramente una atm�sfera de yermo, de campo bald�o, de territorio no devastado por el tiempo pero s� a punto de iniciarse en su corrupci�n. El mundo que Portocarrero describe parece ser un mundo apenas creado, no ed�nico pero s� remoto; un mundo que lleva consigo la semilla de la destrucci�n en la incertidumbre de su s�bito brote.

El poeta escribe, por ejemplo: "Para nombrar lo que mis ojos han visto / debo encontrar una palabra rota, una voz hueca, / un seco ronquido de gargantas tambi�n rotas." Es el poeta en la b�squeda de un lenguaje capaz de expresar la naturaleza en su origen, mezcla de vida y muerte, esperanza y derrota. "Si yo a veces me veo en este mundo es solamente / porque estoy / constituido por la luz y de m� se desprende todo cuanto / podamos pensar / que es d�bil o a�n que contenga la muerte." 

Estos versos sugieren tres interpretaciones diferentes pero afines: el hombre en su primera existencia, la naturaleza en sus or�genes o un ser divino contemplando y reflexionando sobre el sino de su creaci�n, universo a�n incipiente o en estado larvario, promesa pero tambi�n amenaza pronta a desplegar sus alas. "Pa�s de la muerte, tierra apretada entre los dientes / de quienes lloraron un d�a, / rec�geme en la desolaci�n de este d�a y de todos / los d�as." No es extra�o que en este mundo apenas creado encontremos tambi�n pruebas concretas de un pasado de dolor, de "invierno sin roc�o" y de "flores deshechas". Luego todo es yermo, aridez; a�n cuando el agua brota de una antigua fuente termina imponi�ndose la desolaci�n. "Contemplas con extrav�o la natural quietud del agua / y hundes tus manos en su claridad, / entonces todo recibe un nuevo impulso / que t� acoges en un gesto que yo recibo y contin�o; / atisbo y dejo que seas as� aunque s�lo eres una / ilusi�n fugaz; luego te alejas, acerc�ndote a un reino desolado".

Este paisaje, especie de yermo invernal, tan escaso en sus variaciones y pobre en sus detalles, pues parece no existir un punto donde descansar la mirada y aliviar el esp�ritu; encuentra su similar, en esencia, en el paisaje arenoso de la playa y en el mar que la ba�a infundi�ndole una promesa, infinitamente m�s alentadora, de vida. La representaci�n del mundo en sus or�genes no pod�a hallar reflejo m�s fiel. El invierno sin roc�o y flores deshechas es reemplazado por un verano resplandeciente.

La poes�a de Portocarrero se desprende de su atm�sfera opresiva, pese a que sus �mbitos fuesen tan interminables como amplia puede ser la mirada, esa angustia generada por el espacio abierto desaparece; el paisaje des�rtico de la costa nunca podr� ser tan exuberante como el de la ciudad o el de la selva, pero existen ya indicios de aquello de lo que carece. "Ya no recuerdo nada, sino el sue�o de la arena / desierta / y la furia del Sol sobre el esta�o azul del agua. / Una ciudad se levantaba sobre el mar / de donde diariamente part�an barcos ebrios hacia / el sur, / amaba confundido en otro cuerpo / donde el verano tambi�n hab�a dejado / rojas se�ales de fuego." A�n cuando el pesimismo invade el poema, "Para qu� el verano sino para cumplir con lo que se / espera in�tilmente, / para calcinar sobre la arena abandonados barcos, / esqueletos inmemoriales de materia desperdiciada.", la derrota que entra�a no es ya primigenia sino resultado de una experiencia motivada por una suerte de fe o ilusi�n. 

La flora marchita de aquellos primeros versos se convierte ahora en cangrejo o en una bandada de gaviotas: "�he visto al cangrejo y su cuerpo articulado / salir en la noche para dejar una sombra"; "�millones de cangrejos anaranjados que son los que primero anuncian el verano"; "Yo s� cuando el verano ha llegado: el peque�o cangrejo asoma sus antenas de vidrio y sale a cantar en medio de una bruma que desdibuja el rostro fabuloso y enmara�ado del verano"; "�y no me importa que miles de gaviotas me asedien aleteando sus blancas alas desplegadas". Y no faltan pescadores en sus botes ni amantes am�ndose en la arena. El mundo que conocimos en aquellos primeros poemas ahora es m�s complejo pero siempre condenado a la desolaci�n. La fauna del verano, pese a su vitalidad, no impedir� la destrucci�n. En "Origen y fin", Portocarrero resume su particular universo: "Nada es suficiente, de otra manera / ser�a como permitir el comienzo / de todo lo que hemos anhelado / o de todo lo descompuesto y no hay c�mo ser de nuevo, / por eso el derrumbe del tiempo sobre el tiempo, / por eso la larga historia de un atardecer rutilante, / aunque nos lleve raudos como viento leve / silbando entre la hierba pertinaz de las tumbas." El mundo, aunque reci�n nacido, es viejo y pr�ximo a la muerte. (Daniel Mart�nez)