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Alberto Valcárcel

Al otro lado de la orilla

El jueves 20 de mayo, nos dejó sin sus versos y su apostura Alberto Valcárcel. Poeta, periodista, político y humano, por sobre todas las cosas.

Una tarde cualquiera nos sorprendió con tu cuerpo y tu corazón dormido. La viste ocultarse entre las luces y las sombras diagonales que aún atraviesan la persiana de tu cuarto, la buscaste con la ilusión de un niño que juega a las escondidas con su madre, soplaste su nombre como las páginas de un libro y terminaste atrapando en tus ojos ya incendiados la imagen de tu amada Maruja Acuña.

Seguramente Platón no imaginaba a Alberto Valcárcel, cuando expulsaba de su República a todos los poetas, no ignorándolos como seres elevados mas sí poco útiles a las nuevas sociedades. Pero nosotros hemos tenido un Poeta Prefecto que recorrió diferentes regiones del Perú y actuó demostrando lo contrario "de mano con la dignidad y la imposible cordura". Habitado por un pensamiento político y un paladar de versos, que amarraron el hilo luminoso de su inteligencia y su espíritu inundado de la vida, para integrar en una sola fuerza la cultura y la realidad de los pueblos desunidos. Aunque finalmente se desprendió de la pasión de un oficio como predijo en una entrevista: "Considero a la poesía como mi esposa y a la política como mi amante. Alguna vez dejaré la política pero nunca de hacer poesía" (1974).

Un verdadero poeta que sabía tocar lo invisible y recomponer un mundo atravesado por el desencanto. Enamorando a la vida cada vez que su perfil apuntaba algún recuerdo perdido o jugando mientras conversaba con una palabra desojada en el bolsillo. Un poeta distinto que caminó sin tropiezos entre la épica y la lírica. En sus Poemas Corales, usó una textualidad barroca que le permitió detener el tiempo y anudar la historia con acentos de ternura y saltos de registro, para contar algunos momentos que los libros oficiales omitían en la historia de sus pueblos y el retrato de sus personajes: "Coral a Pedro Vilca Apaza", "Coral Sinfónico a Túpac Amaru", entre otros bellos versos sinfónicos de este primer libro, que fueron musicalizados por el gran hombre y Maestro Edgar Valcárcel Arze (primo, amigo o hermano del alma como quisiera llamarlo; que hace dos meses se adelantó al viaje infinito y con el que estoy segura debe estar charlando con esa elocuencia, gracia y encanto desbordante de ambos, que nos dejaba mudos a quienes gozamos de sus encuentros).

En su poesía lírica trabajó con una original pluma de audaces formas literarias para revelar en líneas horizontales los paisajes de su infancia y la naturaleza humana –a la vez andina, a la vez universal-; para viajar entre la geografía del mundo, los vientos y los campos de Huñingora, la cocina y las manos de su madre a quien le dedicó su libro "Cantares de Maruja Acuña"; y el eco de los clásicos españoles que hizo sentir con más fuerza en "Vuelco a Pasos" y en su breve poema escénico "Flauta traversa o Rosalina en Verona": un punto aparte, una obra maravillosa que juega con el lenguaje, los espacios, el tiempo y los personajes de Shakespeare, rencontrando a Romeo con su primer amor, Rosalina –la prima de Julieta- (lo personajes: Don Él/ Doña Ella/ La música (barroca)/Viandantes/Una campana tañendo intermitentemente).

Hace tres años un incendió devoró todo lo que encontró entre las cuatro paredes de su habitación, recuerdos invalorables que le hablaban al odio cuando despertaba junto a sus esculturas, pinturas, poemas inéditos, más de mil libros y dos mil cartas. En ese tiempo respondió a la tragedia: "Todo se ha perdido menos el poeta, entonces seguiré escribiendo". Pero sospecho que ya el destino iba tramando algo porque al poco tiempo supo que otra conspiración se tejía dentro de su cuerpo. No le fue fácil al cáncer arrancarlo de nosotros, porque él ya sufría de una enfermedad incurable: la de ser poeta; y a un poeta de huesos y carne nadie se lo lleva tan fácil. Los últimos dos años lo recuerdo con la misma mirada aferrada de la vida, acariciando los relatos con la yema de sus versos y mimando con palabras a quienes lo queríamos tanto.

A las tres de la tarde del 20 de mayo, una gota salada rodó empujada por la muerte. Dos días después lo vimos por última vez vistiendo dormido con una hermosura escalofriante el hábito de los Franciscanos y junto a él la bandera de su patria. Así lo pidió.

"Amanece". (Verónica Arze Riquelme)

Nota: La autora es sobrina del poeta