Una
muchacha católica toca la flauta:
Tercer
movimiento (Affettuosso)
Para
hacer el amor
debe
evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha,
tampoco
es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para
hacer el amor.
Los
pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero
la arena gruesa es mejor todavía.
Ni
junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas.
Poco
reino es la cama para este buen amor.
Limpios
los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que
ningún valle o monte quede oculto y los amantes
podrán
holgarse en todos sus caminos.
La
oscuridad no guarda el buen amor.
El
cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y
entonces
la
muchacha no verá el dedo de Dios.
Los
cuerpos discretos pero nunca en reposo,
los
pulmones abiertos,
las
frases cortas.
Es
difícil hacer el amor pero se aprende.
Nocturno
Vivo
en una casa protegido
por
mujeres pequeñas, alegres y benignas.
Fuera
de eso, el aire es áspero y azul
(y
malo para el asma).
Un
abra entre las nubes y la tráquea
atrás
del horizonte.
Inmóvil
dentro y fuera del pulmón,
compacto
y plano.
Las
hormigas pululan a la luz de la luna
y
sin destino.
Las
aguas se retiran y nos privan
de
todas las especies comestibles.
No
tardes, Nora Elvira, amada y lenta.
Lenta
mía y bucólica no tienes
ni
siquiera la excusa
de
algún verde pasado rural.
Oración
Qué
duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan
presto como estoy a maldecir y ronco por el canto.
Cómo
hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
si
habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.
Cómo
decirle pelo al pelo
diente
al diente
rabo
al rabo
y
no nombrar la rata.
Taberna
En
las tinieblas los cuerpos envejecen
sin
que nadie repare en el escándalo.
Un
rostro amable y terso se confunde
con
los belfos que van hacia la muerte.
Por
eso somos hijos de la noche
a
la puerta del templo. Un lamparín
es
también el anuncio de reposo
para
los cazadores extenuados.
Una
taberna, por ejemplo, es en la noche
el
frontispicio de las maravillas.
O
al menos una luz en las colinas
donde
rondan los perros salvajes.
Nadie
teme a la muerte adormecido
en
su mesa de palo y sin embargo
entre
los altos vasos apacibles
se
enfría el corazón con la insolencia
(y
el encanto tal vez) de un tigre adulto
en
la plaza del pueblo a pleno día.
Ninguna
confidencia en verdad nos degüella.
Ni
la risa recuerda a un jabalí
de
pelambre dorada y fino precio.
El
páncreas es un campo de ciruelas.
Los
diablos apagan la linterna.
Aguardan
(como suelen) donde cesa la luz.