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Mundial de Fútbol 2010 Hasta aquí nomás Argentina y Brasil no pudieron superar los cuartos de final. Sólo Uruguay sigue peleando por traer la copa a Sudamérica, mientras en Alemania ya van preparando la celebración de un nuevo título mundial. En Perú, Markarian aceptó ser el técnico de la selección.
Lo que hace una delantera generosa. La selección paraguaya llegó hasta cuartos de final en una clasificación histórica, teñida de drama desde antes del Mundial, cuando un salvaje le metió un balazo a su estrella Salvador Cabañas mientras este hacía lo suyo en el baño de un bar. Con todo, los guaraníes gozaban del favor del público gracias al descubrimiento de una hincha fervorosa cuyo mayor encanto consiste en la amenaza constante de dejar ver lo que contiene su brassiere 36-B: Larissa Riquelme. La muchacha ha sido bautizada por los fans como "la novia del mundial" y todos quieren llevarla de luna de miel. "Me quito la ropa si pasamos a semifinales" había dicho la guapa paraguaya, como para animar más a los muchachos dirigidos por el Tata Martino. Ella, tan dada al calateo patriótico, ya recibió ofertas para venir al Perú a alentar con su gracia. Lo que hace el mundial. Pero en la cancha no fue suficiente la oferta de verla calata. Justo Villar le atajó un penal a España pero al final no pudo detener a David Villa, que se la clavó con el borde interno, luego de un palo que le negó el grito de gol. La selección sudamericana regresa a casa con todos sus integrantes en calidad de héroes. Larissa lloró cuando el árbitro dio por terminado el partido. No habrá exhibición pública de sus curvas al sol. Los demás no nos veremos con Paraguay. En Brasil hay duelo nacional. El país que más futbolistas produce para el resto del mundo no pudo ganarle a Holanda y se quedaron plantados. De nada sirvió que Dunga le gritara al árbitro, saltara y pusiera cara de lorna. Ni Kaká ni Luis Fabiano ni sus estrategias en la cancha pudieron ganarle a la poderosa calvicie de Ariel Robben y sus amigos naranjas. Y todo por que Felipe Melo quiso ganarle a su arquero y la terminó metiendo en la valla propia y luego quiso aplanarle la pierna a una rival con un pisotón que le valió la roja. Brasil no está para esas cosas. No tienen sus marcadores el talento del cañonero Roberto Carlos ni la fiereza de Branco. El combinado que siempre destacaba por la magia, prescindió de su más grande hechicero: Ronaldinho Gaúcho. Dunga, terco como mula, no lo llamó porque su estilo no combina con su estrategia de aburrimiento crónico. Holanda no lo pasó por arriba pero supo romper una defensa torpe como roca. El jogo bonito sólo estaba en el comercial de Nike, donde el ausente Ronaldinho y el presente Robinho bailaban samba con la Jabulani. Publicidad que, por cierto, se llevó de encuentro a todos los cracks que allí aparecieron. En Sao Paulo le echan la culpa a Mick Jagger, porque dicen que es un salado. El Rolling Stone ya no sabe a quién alentar.
Siempre hay una mano de Dios. Lo hizo el argentino Mario Kempes en el 78, cuando Polonia ya había derrotado la valla de Filiol. Lo hizo Maradona en el 86 para clavarle el primer tanto a los ingleses. Ahora lo hizo Luis Suárez, el delantero uruguayo que prefirió la expulsión antes que ver caer su portería en el último minuto. Lo que ocurriese con el penal ya no dependería de de él sino del talento de su portero o la falta de eficacia del ejecutante ghanés. Cuando todo había terminado, en el minuto 120 del partido que acabó con las baterías de varios marcapasos, Asamoah Gyan, espigado morocho de Ghana, pateó el penal que pondría por primera vez a su país en las semifinales de un Mundial. Miró a Muslera como quien ve a su víctima y le apuntó con sus chimpunes amarillos. Le pegó con la potencia de todo su país alentándolo. Fue demasiada gente. La pelota le dio al travesaño y su agonía se prolongó en la cardiaca definición por penales. El loco Sebastián Abreu confirmó lo que se dice sobre su salud mental. Le picó el balón al arquero ghanés con una frialdad que obligó a ponerse chompa. Uruguay se metió en semifinales. Suárez podría no volver a jugar en el Mundial por meter la mano cuando está prohibido. "Es un héroe", dicen en Montevideo. "Fue una mariconada", dicen los rivales. Cuando en la tribuna te está mirando Charlize Theron, lo más probable es que te pongas nervioso. Si no es suficiente, también está Mick Jagger y Leonardo Di Caprio, pendientes de lo que estás haciendo con la pelota. Sólo eso explicaría cómo te dejas meter un gol en los primeros tres minutos del partido. Argentina venía cargada de toda la vibra que arrastra un tipo como Diego Armando Maradona, que ya se había enredado en una pugna verbal días antes del encuentro frente a Brasil. Con más roche, hace meses se retiró de una conferencia de prensa que iba a dar junto a Thomas Müller, delantero teutón. "No sabía que era un jugador de fútbol", dijo esa vez el ídolo, dejando mal parado al joven alemán. Ese muchacho le metió el primer gol a la albiceleste y abrió el camino para el desastre que vino en forma de panzer. La barba entrecana de Maradona se movía al ritmo de sus gestos. Uno a uno fue viendo los 4 goles que le encajaban a Romero sin que Messi y sus 10 amigos pudieran hacer algo para evitar la paliza. Sin recursos, sin reflejos, y sin piernas, Argentina esperó el final de los 90 minutos para que culmine la masacre. En el aeropuerto, de regreso, los esperan los brasileños, también cabizbajos.Todavía en Sudáfrica, Miroslav Klose sabe que está a punto de convertirse en el hombre más amado de toda Alemania. Un gol más y llegará al récord de goleador mundialista. (Jorge Álvarez)
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