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El Yaraví

Restos de una identidad

Hace unos años se declaró al Yaraví Patrimonio Cultural de la Nación. Aunque sus orígenes se han desteñido en el tiempo, el yaraví es ese canto triste que llora ausencias y melancolías. Se cambió la quena por la guitarra, pero ese inmenso dolor sigue exclamando sus ayes hondos como quebradas.

Aparece por primera vez el "yaraví" en la escena V del drama quechua Ollantay, escrito hacia 1780. Dice la canción Dos amantes palomitas / Tienen pesar, se entristecen, /Gimen, lloran, palidecen, / Con un inmenso dolor. Cusy-Coyllor, una vez finalizado el canto, exclama: "Verdad dice este ‘haraui’; basta de cantar, pues ya mis ojos se convierten en torrentes de lágrimas". El cura de Sicuani Antonio Valdés, traductor del Ollantay al español, adaptaría el vocablo quechua "haraui" a "yaraví", primer mestizaje de orden lingüístico de lo que en el Incario se conocía como "haraui", "araui", "haravi" o "harawi": canciones no necesariamente tristes, por lo general más bien festivas, tocadas al son de la flauta o de la quena. Años después, entrado ya el siglo XIX, Mariano Melgar escribiría este otro yaraví: Vuelve que ya no puedo / Vivir sin tu cariño; / Vuelve mi palomita, / Vuelve a tu dulce nido. La quena fue pronto reemplazada por la guitarra, concluyendo así el mestizaje entre lo indígena y lo español.

Son pocos los nombres concretos que pueden citarse en la historia del yaraví, considerando su origen popular y transmisión oral: Cuando a su consorte pierde / triste tortolilla amante, / en sus ansias tropezando / corre, vuela, torna y parte... Estos últimos versos, traducidos del quechua, pertenecen a la tradición oral tanto como el conocido estribillo Un pajarillo furtivo que vive presente en diversos yaravíes, estribillo recopilado por Juan Guillermo Carpio Muñoz en su estudio titulado "El yaraví arequipeño". El poeta de Potosí, Huallparrimachi Maita, muerto a los veintiún años en una batalla por la Independencia como Melgar, compuso un yaraví cuya letra dice Crié en mi pecho / una paloma / muy linda…, desde aquel haraui aparecido en el "Ollantay" el yaraví se perfila, a diferencia de sus precedentes prehispánicos, como un canto melancólico y triste, plañidero de ausencias. Los ejemplos citados comparten una de las características típicas del yaraví, la paloma o tortolilla o pajarillo como metáfora del corazón y amor de los amantes. Una palomita ay ay ay ay ay / que yo la criaba / yo le daba el trigo ay ay ay ay ay / con mis propias manos / y le daba el agua ay ay ay ay ay / con mis propios labios // Crecieron sus plumas ay ay ay ay ay / formaron sus alas / luego la ingrata volando se fue / y me dejó llorando interpretado por Los Sureños o aquel otro que dice Llegas como las palomas / que cantan por las mañanas de los Hermanos Ratutinos o Carmencita Lara cantando Paloma blanca / piquito de oro / alas de plata / no te remontes / por esos montes / porque yo lloro // Dentro de mi pecho / tengo una jaula / donde te criaste / criaste plumas / criaste alas / alzaste el vuelo / y me dejaste, continúan hasta el día de hoy la antigua tradición. En el yaraví la naturaleza está siempre presente. Si no son las aves, serán los montes o las quebradas. Abismos y hondas quebradas / son los testigos / de haberte querido tanto / ay ay ay tierna paloma // Y es que mi amor / lo has robado ingrata / y me clavaste un puñal / abriendo esta inmensa herida.

Otro tema recurrente del yaraví se refiere a la ingratitud del amante, la paloma que emprende el vuelo es la metáfora más común. Melgar transforma ese sentimiento de ingratitud, anidado en el corazón del amante abandonado, por un reproche a la inconstancia de la mujer. Aunque puedan confundirse, "ingratitud" e "inconstancia" son conceptos muy diferentes. La paloma que emprende el vuelo es ingrata, la luna que cambia de un estado a otro es inconstante. Melgar toma el concepto de "inconstancia" de la tradición lírica occidental, utilizado con frecuencia desde Catulo hasta los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII; mientras que el sentimiento de "ingratitud" es propio del malestar indígena y no una construcción intelectual, compleja en todas sus implicancias culturales. El lamento del yaraví se duele de la ingratitud del amante, pero en ningún momento lo juzga ni lo censura. El yaraví de Melgar no se duele de la ingratitud del amante, se duele sí de su inconstancia, además de condenarla. En la comparación del amante con la paloma que emprende el vuelo, hay dolor pero también resignación, en el reproche a la inconstancia de la mujer existe un juicio moral prestado de Occidente a partir de la Conquista. El tema de la ingratitud del amante, luego es preludio de ese canto a la ausencia que bien define al yaraví.

Aunque pueda parecer improbable que recupere cierta vigencia, en YouTube puede oírse un yaraví compuesto recientemente por Marino Martínez, A Silvia del mar, dedicado a su madre, y con el que ganara el primer lugar de un Festival de Música Peruana organizado el año pasado. (Daniel Martínez)