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La Columna |
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MABEL CÁCERES CALDERÓN |
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Indecente Jaime Bayly se ha vuelto omnipresente en la televisión peruana. Además de haber copado su propia emisora, ahora todos hablan de él, o lo reproducen, o siguen los temas que él toca en su programa. Pero, en lugar de lo esperado, eso no le ha agregado decencia a la política. Por el contrario. A su incontenible egocentrismo que filtra toda información bajo su óptica, su discurso en primera persona, su nula imparcialidad y excesiva subjetividad; se ha sumado su infinita capacidad de exceder todos los límites y su abierta falta de escrúpulos: éticos y profesionales. La inteligencia, mezclada con la frivolidad, puede ser peligrosa. Si bien fatigantes, es legítimo que airee sus laberintos emocionales hasta llegar a la impudicia; pero esa transparencia de dudoso mérito, no le autoriza a invadir las más recónditas reservas de intimidad de otras personas, especialmente si el interés público de lo que se ventila no está demostrado.
Para casi todos es obvio –además- que la motivación de estas "revelaciones" no es otra que su afán de rating, de demostrar poder, de darse a sí mismo una revancha con quienes lo han menospreciado o lo han ofendido, en cualquier circunstancia. Tal el caso de Lourdes Flores y el también controvertido Beto Ortiz. Pero lo que verdaderamente importa es saber en qué medida estos usos en la televisión abierta constituyen un factor de distorsión en nuestro modesto y lento aprendizaje de los usos democráticos. No para censurar la libertad de expresión del escritor –a veces periodista-, sino para evaluar en su real dimensión el impacto que pueda estar causando en el proceso lectoral, con miras a perfeccionarlo. Por supuesto que siempre está la posibilidad de usar el control remoto, no sintonizarlo, y dejar que él o sus seguidores, jueguen con todo derecho a "conquistar el mundo" o modificar las preferencias electorales de un público siempre voluble y superficial. Pero también está la posibilidad de tener una opinión crítica al respecto. Y expresarla, debatirla y combatirla con el mismo derecho, si esa es la conclusión. Personalmente, creo que es inaceptable encubrir bajo el pretexto de un supuesto interés público, la actividad delictiva del chuponeo telefónico, la deslealtad intrínseca de usar una conversación íntima con fines políticos, la falsedad de la alarma y preocupación por supuestos problemas éticos y morales, bastante menos significativos a los que personalmente afectan al susodicho. Aplaudo la liberalidad de Bayly en relación a los tabus sexuales y los mitos de lo que es "políticamente correcto" en este país, como el inasible patriotismo, la superioridad de la iglesia católica, y la demagógica identificación con "las clases populares"; pero rechazo la falsa pose moralista de no aceptar el dinero "sucio" de un narcotraficante, cuando se contribuye a ese mercado como consumidor; de escandalizarse por alguna preferencia sexual y abusos no demostrados, cuando se ha hecho una bandera de la promiscuidad; y mucho menos de censurar la procacidad expresada en privado, cuando se vive de vender libros que contienen casi, en exclusiva, este tipo de expresiones. Falsa mojigatería por dinero. |