wilfredo ardito vega |
Reflexiones Peruanas |
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La destrucción del patrimonio Yo no tengo mayor rechazo a que Lima crezca de manera vertical. Creo que carece de sentido vivir a una o dos horas del lugar donde se trabaja o estudia y me parece positivo que distritos céntricos, como Jesús María, Pueblo Libre, Miraflores o San Isidro, incrementen su población o, en algunos casos, la recuperen, a través de las nuevas viviendas. Además, ahora que las familias son más pequeñas, la vida en un departamento es tan valorada, como hace décadas se valoraba vivir en un "chalet" (así se decía). Sin embargo, el crecimiento vertical de la ciudad no debería generar que el patrimonio arquitectónico desaparezca brutalmente. El problema es que muchos creen que no es patrimonio. En 1995, cuando regresé al Perú, comentaba cuánta pena me daba la destrucción de muchas mansiones de la avenida Arequipa y una amiga replicó: -¡Ah! ¿Entonces tú crees que hay un derecho a la huachafería? Con ese criterio, se han producido muchos daños irreversibles al patrimonio de la ciudad. El proceso no es nuevo: el sueño de algunos iluminados "urbanistas" de los años cincuenta y sesenta era destruir todo lo que de antiguo pudiera existir en el centro de Lima. Balcones, arcos, azulejos, rejas, portadas de piedra, vitrales, patios, o escaleras de mármol eran huachaferías pasadas de moda o signos de decadencia que había que reemplazar por modernos edificios. Los iluminados no pudieron destruir todo, pero dejaron ejemplos de su particular visión estética como el Centro Cívico o el actual Museo de la Nación, donde el individuo quedaba empequeñecido frente a gigantescas moles de concreto. Por si acaso, no creo que todo lo antiguo sea valioso o bello, sólo por ser antiguo. La Plaza de Armas luce actualmente mucho mejor que en el turbulento siglo XIX. Espacios públicos muy agradables como el Parque de la Muralla, el Parque de la Amistad o los parques de los acantilados de Miraflores son bastante recientes. Hasta el sombrío Centro Cívico hace muy pocos meses ha sido transformado, para bien, al convertirse en el dinámico Real Plaza. Pasados los años de terrorismo y crisis económica, las demoliciones se reanudaron a un ritmo acelerado, como consecuencia de la combinación de estabilidad económica con falta de regulación e insensibilidad de las autoridades. Grifos, McDonald’s o gigantescos edificios reemplazaron hermosas mansiones. En algunos casos, como Miraflores o Barranco, unas pocas casonas sobrevivientes han sido declaradas monumentos históricos, pero no existe una política integral para preservar el patrimonio urbano de los apetitos de los modernos inversionistas. |