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Arguedas: orfandad y melancolía

Se celebra el centenario del nacimiento del genial escritor andahuaylino José María Arguedas. De los escritores peruanos, tal vez el que peor suerte tuvo al momento de repartirse entre alegrías y penas. Arguedas anduvo más por el lado lúgubre de la existencia que rodeado de soles de dicha y plenitud. Terminó suicidándose a la edad de cincuenta y ocho años.

La vida desdichada de José María Arguedas es ese otro relato oculto, subterráneo, que a veces asoma entre las páginas de algunos de sus cuentos o de sus novelas. Si se intentara rastrear su vida a partir de su literatura son tres sus textos más autobiográficos: Los ríos profundos, en la que evoca ciertos pasajes de su infancia: el viaje que realizó con su padre por infinidad de pueblos de la sierra, los abusos sexuales que su hermanastro lo obligó a presenciar, la fascinación por el zumbayllu (una suerte de trompo con agujeros que al girar zumbaba con el viento), su veneración por la naturaleza de los andes, su profunda identificación con el quechua y sobre todo, ese sentimiento de orfandad y melancolía que lo acompañaría el resto de su vida (“Yo no me acuerdo de mi mamá).

Es una de las causas de algunas de mis perturbaciones emocionales y psíquicas”). Su segunda novela importante, desde lo autobiográfico, sería El Sexto, presidio (“escuela de generosidad”) en el que Arguedas estuvo recluido poco más de ocho meses, por haber participado en una marcha estudiantil de protesta contra la visita del general italiano Camarotta, jefe de una misión policial de la Italia fascista. Y ese otro texto literario autobiográfico, a partir del cual podría conjeturarse sobre los motivos que lo llevaron al suicidio además de haber facilitado un diagnóstico clínico bastante acertado de su depresión, vendría a ser la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo en la que Arguedas insertó, entre un capítulo y otro, las páginas finales de su diario personal. Inclusión que terminó desconcertando a los críticos de la época pues no lograban clasificar el texto en cuestión dentro de un género específico.

El siguiente pasaje, extraído del diario, es por demás desgarrador: “Hoy tengo miedo, no a la muerte misma sino a la manera de encontrarla. El revólver es seguro y rápido, pero no es fácil conseguirlo. Me resulta inaceptable el doloroso veneno que usan los pobres en Lima para suicidarse; no me acuerdo del nombre de ese insecticida en este momento. Soy cobarde para el dolor físico y seguramente para sentir la muerte. Las píldoras –que me dijeron que mataban con toda seguridad- producen una muerte macanuda cuando matan. Y si no, causan lo que yo tengo, en gentes como yo, una pegazón de la muerte en un cuerpo aún fornido. Y ésta es una sensación indescriptible: se pelean en uno, sensualmente, poéticamente, el anhelo de vivir y el de morir. Porque quien está como yo, mejor es que muera.” (Daniel Martínez).