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Sangre centenaria

José María Arguedas es considerado el mayor representante del indigenismo latinoamericano. El escritor nació un dieciocho de enero de 1911. Por eso, la semana última, estuvo cargada de merecidos homenajes rendidos al peruano oriundo de Andahuaylas. Aunque la consagración del centenario del descubrimiento de Machu Picchu sea más rentable, tanto o más significativo es el legado de Arguedas.

La obra de José María Arguedas incluye cuentos, novelas, un puñado de poemas escritos en quechua (traducidos luego al castellano por el mismo Arguedas) y diversidad de ensayos de carácter etnológico y antropológico. Aunque muchos de sus cuentos son notables, por ejemplo Warma kuyay o La agonía de Rasu Ñiti, es en la novela -género cuyos límites son bastante imprecisos- donde José María encuentra el espacio ideal para desarrollar largamente su particular -profunda- cosmovisión del mundo andino versus la influencia europea o resabios de la Colonia.

La confrontación entre dos mundos

Esta dura confrontación -representada magistralmente en aquel muro incaico sobre el que se ha construido un segundo piso de tipo colonial descrito en Los ríos profundos- puede ser lo que mejor defina el conjunto de su obra. Aunque fallida, la más ambiciosa de sus novelas, Todas las sangres, propone además un retorno -o revaloración- a una supuesta Arcadia andina, en perfecta comunión con la naturaleza (representada por los cerros, ríos, plantas y animales específicos de la región) y una apuesta por las formas de convivencia heredadas de las culturas prehispánicas, lo que Vargas Llosa dio en definir como “la utopía arcaica”.

Novela fallida, principalmente, porque sus personajes terminan siendo meros arquetipos de carácter sociológico prestos a demostrar una tesis determinada. Si es válido o no utilizar la literatura para fines políticos -en el fondo no es más que eso- será una discusión que permanecerá siempre abierta. Si la respuesta es afirmativa, uno espera que se realice de manera tan imperceptible como sea posible; o en caso contrario, de la manera más cínica y descarada, poniendo todas las cartas sobre la mesa y no intentando disfrazar de un supuesto realismo la manipulación grosera de cada recurso o elemento narrativo (cada personaje, cada situación). Uno de los pocos personajes que escapa a tal maniqueísmo es el viejo don Andrés, muerto y desaparecido del resto de la novela apenas a veinte páginas de iniciada.

El “Bildungsroman” arguediano

El “Bildungsroman” o “novela de aprendizaje” es un género novelístico que apareció por el año de 1795, cuando Goethe publicara la primera parte de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, poco conocida si se la compara con títulos como Fausto o Las cuitas del joven Werther. Aunque heredera del género picaresco, la novela de aprendizaje o de formación fue el punto de inflexión que luego hiciera posible la novela realista del siglo XIX. El Bildungsroman hasta el día de hoy se sigue cultivando en las literaturas de todo el mundo, y la peruana no es la excepción. Ahí tenemos La casa de cartón de Martín Adán, Crónica de San Gabriel de Julio Ramón Ribeyro, La ciudad y los perros de Vargas Llosa, Un mundo para Julius de Bryce Echenique o País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez, para citar sólo los títulos más importantes. Lista que pecaría de incompleta si dejamos de mencionar Los ríos profundos de José María Arguedas, para la mayor parte de la crítica, la obra maestra del escritor andahuaylino.

Parte de la crítica opone cierta resistencia a considerar Los ríos profundos como heredera del Bildungsroman, pese a contener la mayoría -si no todos- los elementos que caracterizan el género. La historia -por lo general contada en primera persona- de un adolescente atípico, de aguzada sensibilidad, en su difícil tránsito hacia la adultez o -si se quiere- en su destierro del mundo de la infancia. Hay críticos que señalan que la novela de aprendizaje necesariamente compromete la plena inserción de su protagonista en el mundo -hipócrita y vicioso- de los adultos. El modelo inicial, propuesto por Goethe, postula ese desenlace. Wilhelm renuncia a su vocación de dramaturgo para dedicarse al comercio, Ernesto en cambio prefiere el aislamiento tomando como refugio para su niñez el mundo mítico de los andes. A lo largo de la novela de Arguedas se da cuenta del aprendizaje de Ernesto -la injusticia social, la animalidad de los hombres puesta de manifiesto en su sexualidad, el no abandono del quechua como lengua materna (“Jampuyki mamaya”. Vengo donde ti, madrecita.) y la sentida veneración que merece la naturaleza. Existe una pérdida de la inocencia -que es lo que mejor caracteriza al género de la novela de aprendizaje- pero no una claudicación de los propios valores.

Nadie puede decir si aquellos valores que propone Arguedas -en el conjunto de su obra- son trasnochados, obsoletos o irrealizables.(Daniel Martínez Lira)