Avatares de la novela negra

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Michel Foucault define la Novela Negra como «una reescritura estética del crimen». «Se trata, en apariencia, -prosigue Foucault- del descubrimiento de la belleza y de la grandeza del crimen; de hecho es la afirmación de que la grandeza también tiene derecho al crimen y que llega a ser incluso el privilegio exclusivo de los realmente grandes.» La sordidez elevada a la categoría de bello o sublime. No es el amor ni la compasión, es la violencia y la impasibilidad lo que nos acerca a la grandeza. Y es cierta mirada, escéptica, distante. Nada de lo que solía considerarse bello lo es si se lo aprende a mirar de la manera «correcta».

Uno de los personajes de El sueño eterno, de Raymond Chandler, comenta a propósito de las orquídeas: «Son asquerosas. Su tejido es demasiado parecido a la carne de los hombres, y su perfume tiene la podrida dulzura de una prostituta.» La orquídea, lejos de remitir a un jardín en primavera, remite a la muerte y a una decadente sensualidad. Así como un marlo de choclo puede hacer las veces de phallus (Faulkner publicó Santuario en 1931, novela de la que después renegó pues admitió haberla escrito exclusivamente por dinero; sin embargo, hoy es considerada uno de los pocos clásicos del género): Popeye resuelve su impotencia violando a Temple Drake con un marlo de choclo. Las mujeres que sufren o han sufrido algún tipo de violencia sexual son una constante en la Novela Negra. Los hombres, en cambio, no sufren más que en su «hombría» o en la billetera los desplantes de la femme fatale (personaje típico de estas novelas); aunque muchas veces, detrás del asesino, se descubre finalmente la manipulación de alguna astuta y bella mujer. El género, qué duda cabe, es bastante misógino; convención que Stieg Larssön intentó revertir permitiendo que su heroína cobre revancha de todos aquellos que, en algún momento de su vida, abusaron de ella; por ahí también anduvo Patricia Highsmith, autora de la saga de Ripley, en su libro titulado Siete cuentos misóginos. Muy contadas excepciones son siempre las mujeres que, disfrazadas de víctimas, se revelan finalmente como villanas.

LOS AVATARES DE LA NOVELA NEGRA

La Novela Negra surge hace unos cien años. No hay una fecha exacta pero se sabe que debe su nombre a «Black Mask», una revista publicada en Estados Unidos allá por los años veinte, donde fueron apareciendo este tipo de relatos. Entre sus escritores consagrados, considerados ahora como los padres del género, se cuentan Dashiell Hammett (El Halcón Maltés, 1930) y Raymond Chandler (El sueño eterno, 1939; El largo adiós, 1953). Tal vez a más de uno no le suene tanto el nombre de Chandler como el del detective Philip Marlowe, encarnado en el cine por el adusto Humphrey Bogart vestido siempre con un largo gabán y el sombrero ladeado (Bogart hizo también de Sam Spade, el detective que creó Hammett). Hace unas décadas, el argentino Osvaldo Soriano resucitó al viejo Marlowe, junto al Gordo y el Flaco, en su novela Triste, solitario y final. La influencia de la Novela Negra en la Literatura Latinoamericana ha sido, y es, trascendental. Novelas como Los detectives salvajes o 2666 de Roberto Bolaño, ¿Quién mató a Palomino Molero? de Vargas Llosa, Tinta roja de Alberto Fuguet, Tríptico de carnaval de Sergio Pitol, Respiración artificial de Ricardo Piglia, Caramelo verde de Fernando Ampuero o Abril Rojo de Santiago Roncagliolo, por una u otra razón, deben parte de su existencia a ese género tan mal visto, en general menospreciado, pero vital a la hora de hacer revisión de influencias y demás. Sin embargo, los grandes cultores del género se siguen contando entre novelistas nacidos en Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

LA VERSIÓN CINEMATOGRÁFICA

Otra historia es la del Cine Negro. Inspirada en la Novela Negra, ha logrado desprenderse de sus orígenes, y se han llegado a producir verdaderas obras maestras, más de las que se cuentan entre los anaqueles de una vieja biblioteca. El halcón maltés de John Huston; Alma en suplicio de Michael Curtiz; Labios ardientes de Dennis Hopper; Katia Ismailova de Todorovski; Sed de mal de Orson Welles; Taxi Driver de Martin Scorsese; Hunter de Michael Mann; El cartero siempre llama dos veces de Tay Garnett; Terciopelo azul de David Lynch; Chinatown de Polanski o El Tercer Hombre de Carol Reed (guión de Graham Greene). Dejando muchas afuera, la lista de películas notables de este género supera largamente a sus pares literarios.(Daniel Martínez)