Cesar A. Rodríguez: Nacido arequipeño

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Poeta. Junto a otros intelectuales, fundó el prestigioso grupo literario Aquelarre.

Se derrochaba ingenio, se conversaba con donaire, se decía con elocuencia, se declamaba, se festejaba el triunfo de cada compañero con nobleza

Tiempo después, al poeta Percy Gibson parece que no le cuadró del todo el segundo nombre de su caro amigo César Augusto Rodríguez. Entonces del románico y noble Augusto pasó a ser el orgulloso e incásico Atahualpa, nombre, a partir de ese momento, profundamente mestizo como el poeta y estentóreo como un golpe de campana o como una sentencia ancestral de la historia.

Poco tiempo después del primer abrazo entre estos poetas, y junto con Renato Morales de Rivera, Belisario Calle y Luis Dunker Lavalle, entre otros nombres de igual importancia, formaron «El Aquelarre», la agrupación literaria arequipeña de más resonancia a nivel nacional.

El sur peruano, pero en especial Arequipa, por aquella época era un verdadero caldero en ebullición. El término de la primera guerra mundial trajo una avalancha de libros y traducciones que eran el plato fuerte de los jóvenes intelectuales arequipeños y del sur. Porque ha de saberse que antes de llegar por el puerto a la capital del país, hacían su ingreso por la ruta natural del Alto Perú directamente desde Buenos Aires hacia Puno y Arequipa. Para muestra un botón: Alberto Hidalgo, hacia 1916 —el mismo año del Aquelarre—, publicó Panoplia lírica al emperador de Alemania, el primer poemario vanguardista del país y bien se sabe de la vanguardia puneña que siguió a este primer impulso. Y si bien Hidalgo era la punta de lanza en nuestra ciudad, Rodríguez, Gibson y compañía fueron el firme precedente de una poética arequipeña llena de empuje y labor.

Del Aquelarre, comandado por la colosal frente de Rodríguez y el dínamo inagotable de Percy Gibson, Vladimiro Bermejo dirá que «se derrochaba ingenio, se barajaban culturas extraordinarias, se conversaba con donaire, se decía con elocuencia, se declamaba, se festejaba el triunfo de cada compañero con nobleza; no se hacía política ni se murmuraba del prójimo; se hacía en cambio música y poesía, y las almas verdaderamente ensoñadoras encontraron en él un alero en donde cobijarse.»

Pero a pesar del idilio con la cultura, la bohemia y la poesía, el arduo y sesudo trabajo de César Atahualpa Rodríguez se mantuvo oculto por distintos motivos durante largos años. A pesar de que sus textos salieron publicados tempranamente en diarios locales como La Bolsa y nacionales como El Mercurio, o que tuviera colaboraciones con revistas como Anunciación de Alberto Hidalgo o Colónida de Abraham Valdelomar, no será hasta el año 1926 en que la editorial Nuestra América de Buenos Aires publica su primer libro de poemas titulado «La Torre de las Paradojas». De este libro, que hoy es inhallable, sobresalen el ánimo modernista, la actitud filosófica, la preocupación metafísica. Los pocos ejemplares que llegaron desde la cuenca del Mar del Plata fueron ávidamente adquiridos y al parecer inmediatamente ocultados, como si de una reliquia se tratara.

Pero a pesar de esa coyuntura que nos aleja del primer libro del poeta, éste mantiene sus lazos vivos y en constante vibración con los lectores y poetas de Arequipa; pues de esa fuente inevitable, que es la tierra y sus ancestros, emanan los más cercanos y telúricos textos de su poesía. No se puede desligar a Rodríguez de Arequipa, ha dicho Manuel Polar Ugarteche en el prólogo a «Sonatas en tono de silencio» —segundo y último libro publicado en vida—, el joven que lo describía como un Beethoven calvo o un buda en trance de nirvana. Su ánimo de libertad sin duda es el mismo y también su actitud orgullosa y a la vez contrita. Su obra está teñida de esta comarca, ha cantado sus luchas, ha regado con sus versos el sillar de nuestra alma. «No es un poeta de cualquier parte», agrega Polar Ugarteche, «porque no hay poetas de cualquier parte. Es un poeta de Arequipa». Sino que lo digan sus tres cantos a Arequipa y su verso magnifico: «Aquí, respirando ancestro, se forjó mi loco empeño; yo no he nacido peruano, he nacido arequipeño.»

Por eso ahora concluyo que César Atahualpa Rodríguez es el sinónimo correcto de la palabra Arequipa. (Arthur Zeballos)