Si durante la pasada campaña electoral escuchamos a ingenuos candidatos municipales prometiendo cambiar desde el Código Procesal Civil hasta la mismísima Constitución para resolver problemas domésticos; ahora son candidatos congresales quienes ofrecen solucionar problemas domésticos que son de exclusiva competencia municipal. En el colmo de una prepotente –y muy potente- ignorancia, hay quienes han prometido desde mejorar el recojo de basura hasta regalar planos de viviendas, maqueta incluida. Por lo visto, los alcaldes distritales tendrían como competidores, no solo a alcaldes provinciales, presidentes regionales y a Palacio de Gobierno, sino también ahora a desubicados Congresistas de la República, todos prometiendo más obras.
Ante semejantes disparates, cabe preguntarse si es del todo cuerdo aceptar tan alegremente eso que todos tenemos el derecho de elegir y ser elegidos, tal cual señala nuestra Carta Magna. Si bien todos gozamos -plenamente y sin restricciones- del derecho a elegir; lo que aún muchos no logran comprender es que, para ser elegidos, hay que demostrar atributos personales y méritos profesionales que no todos solemos poseer y que, de poseerlos, recién podrían ameritar (plenamente y sin restricciones) una candidatura política y éticamente viable. No basta ser peruano y mayor de edad, como tampoco basta apelar al derecho de ser elegidos para pretender ser elegidos; más aun si detrás de tal pretensión hay un vacío abismal de competencias, aptitudes y vocaciones que, de ninguna manera, garantizan un desempeño fiel y eficiente para mejorar el bienestar del país. Será por eso que cada día cuesta más reconocer auténticos y genuinos “Padres de la Patria”, en tanto su desempeño sea más como viles padrastros de ésta.
En vez de pruebas toxicológicas y de VIH; de bailoteos y cantinfladas, y de apariciones con disfraces de chunchos; los candidatos deberían, sin excepción, someterse a tests psicológicos en vista que muchos terminan haciéndose los locos con lo prometido; pruebas de aptitud y razonamiento lógico-matemático, pues hay que manejar cifras y presupuestos; y, por último, un no menos importante examen sobre cultura general, ya que no se sabe como algunos terminaron el colegio; haciéndonos pasar vergüenza nacional frente a sus pares de países vecinos. Este pedido mío sonará desatinado y absurdo pero tiene algo de sentido si recordamos cómo todo joven, común y silvestre, se somete a exámenes aún más difíciles, para intentar un ingreso a la universidad ó para obtener una beca de estudios. Entonces, con mucho mayor razón, quien pretenda una curul debería pasar por una prueba, acaso aún más exhaustiva, en el entendido -muy poco apreciado- que el trabajo congresal conlleva responsabilidades bastante superiores a las de simplemente estudiar en una universidad… o me equivoco?
El problema es que hecha la ley, hecha la trampa. Hechas las pruebas habrá quien venda respuestas. En un país donde todo se vende y todo se compra, incluidas algunas conciencias, no peco de exagerado; ya que el objetivo es ocupar una curul, cueste lo que cueste y a toda costa. Cuidado, cachorros de otorongo, que así no se conduce al país hacia buen puerto; sino más bien hacia un trágico y cándido naufragio que avalaríamos con un voto ciego e irresponsable.