Un incesante vendaval ha sido suficiente para volver a desnudar gruesas y profundas debilidades de la infraestructura urbana de Arequipa. Una vez más, y como cada verano, la ciudad se ve inundada de escorrentías superficiales sometidas a la impertérrita ley de la gravedad, depositando aguas y lodo allí donde la geomorfología y el relieve natural no pueden negociar con deficientes asentamientos humanos y construcciones muy poco pensadas que, anualmente y de manera casi religiosa, producen cientos de familias afectadas por previsibles aniegos. Ni que decir de aquellos groseros efluvios que, a borbotones, emergen en cada esquina aromatizando, con materia fecal, el límpido aire arequipeño. Recurrentes –y cuando no, hasta casi obvias- resultan ya las inundaciones de aquellos terrenos de cultivo ganados a la “prepo” –y con papel en mano- al mismísimo lecho del rio, como si los ríos fuesen tan desmemoriados como nosotros, en olvidar los dominios de sus acuosos cauces. Que sería de Arequipa si recibiera la mitad de la nieve que reciben muchas ciudades en el hemisferio norte o si recibiera -para no irme tan lejos- aquellos super chubascos de la Costa Atlántica Sudamericana?
Se oyen reclamos a los alcaldes por sus planes de contingencia. Equivocado clamor, ya que un plan de contingencia es para enfrentar lo inesperado. Las lluvias eran más que esperadas y estuvieron públicamente anunciadas, por lo que no aplica el concepto. Negligencia? Oídos sordos? Planificación urbana ausente? No sabemos, pero lo que sí se sabe es que las lluvias no son un fenómeno nuevo en Arequipa. Solo veamos algunas de sus viejas calles adoquinadas que han aguantado, incólumes y silentes, años de copiosa pluviosidad. Sin embargo, nadie puede explicar cómo aguaceros muy inferiores a los que se registran en ciudades de otras latitudes ocasionen tantos problemas en la Arequipa de hoy. El clima es cada vez más predecible -gracias a la tecnología- y no hay escusa para seguir a merced de la naturaleza. Urge, por tanto, que nuestras universidades aceleren sus trabajos y podamos, en el menor de los plazos, contar con nuestro propio satélite y así acceder a la mayor información posible para hacernos la vida un poco más fácil entre aguaceros y chubascos. Urge, también, que la infraestructura urbana responda a las más severas condiciones climáticas y dejen de ser obras mediocres, ya que de otro modo cada año aguardaremos, empapados en babas, un kaput entre aguas.