Frutos de un mismo árbol (literariedad de la historia)

Cuando ya no importe

 

Es interesante comprobar que la historia es imperfecta. Se limita a ser una narración que como cualquier otra tiene un punto de focalización desde el cual se perciben y se relatan los hechos. Su imposibilidad de abarcar todas las historias, de contar todos los relatos, hacen que la historia sea una constante tensión por la voz portadora de acontecimientos. La literatura, en cambio, abarca en su polifonía no solo lo posible sino también lo imposible; nos quita la inmunidad de poder juzgar al otro y de posicionarnos en un espacio distante.

Wittgenstein decía que para dibujar un límite al pensamiento, “deberíamos encontrar ambos lados del límite pensable”. Eso es exactamente lo que logra la literatura. Entonces, ¿a qué se debe el prestigio de la historia, por qué nuestra obsesión incalculable por la realidad? Realidad es aquello que percibimos como real; los colores, por ejemplo,  son solo una percepción visual, entonces por qué estar tan seguros de todo lo que vemos. Las limitaciones de  nuestra mente nos hacen  creyentes de una realidad que nos esforzamos por reafirmar día a día, ¿acaso no es esa una limitación?

Es estremecedor poder trasgredir el límite, sentir que aquello que conocemos como real no es tan importante, entender que somos parte de una existencia que nos excede y nos reclama perecederos. La historia si no es literalizable puede ser todo menos real, la contradicción absoluta de nuestra existencia reside en la incapacidad de abarcar no solo el universo, sino el mundo en su pequeñez infinitesimal dentro de todo lo que es. Nuestra capacidad de razonar es impensable sin el ejercicio de la imaginación, la contradicción en el pensamiento no está en lo que todavía no hemos visto, o no “existe”; sino en aquello que vemos todos los días y no terminamos de entender por no poder  hurgar en los silencios, en el resonante eco de lo que aún no se ha dicho.

La parálisis de la historia será cuando el ser humano deje de ver el pasado y el futuro como frutos de un mismo árbol que caen por distintos lados. La literatura consiste en poder comer de ambos. Estamos en un presente ilusorio, donde los espejismos de la comunicación aparecen como prestidigitadores de la realidad, pero la realidad no existe en nuestra conciencia hasta que no entendamos sus ausencias. La historia transige el tiempo en la medida en que está abierta a la posibilidad del otro lado del límite. No deberíamos pensarnos como seres históricos porque acumulamos acontecimientos, o dicho de otra manera, realidad; sino más bien por reestructurar nuestros discursos con las acciones de las cuales formamos parte, reinventándonos como individuos que creen en la literariedad de la historia aún no explorada, entendiendo la vastedad de la humanidad como discurso renovable a cada instante, por cada individuo, en cada lugar y en todos.

La historia es una imposibilidad mientras no seamos capaces de concebir lo imposible. En este momento todos los humanos en la tierra están reactuando la historia, pero ¿y quién la está escribiendo?