Una apacible mañana de 1996

Amor al chancho

Aprovecho este espacio -que merece el abordaje de temas más interesantes en los que la gente debe encontrar, si no puntos en común, aportes utilitarios- para pedir disculpas a todos esos pequeños alumnos de jardín que ahora deben tener entre 16 y 17 años, y sobre los cuales, una apacible mañana de julio de 1996 cayó una descomunal lluvia de papel periódico con alto contenido pornográfico, alto, perverso y de muy mal gusto, y al que a mis 29, no volvería a recurrir ni en el peor momento.

Ni en un período de abstinencia involuntaria, ni mucho menos si estuviera a la búsqueda de experimentar sensaciones marcianas a riesgo de severos daños colaterales. No lo haría, preferiría ver Taboo I, II, III, IV y V con pésima traducción o algún otro título que no citaré por temor a que crean que es invento mío como “Chiquilla come morcilla”. Finalmente Preferiría no hacer nada.

Aquella mañana de julio el abultamiento en la mochila de Carrillo no era el mismo de todos los días. Por supuesto a Carrillo nadie le llamaba así, todos le decían “pajero”, pero para el caso dejémoslo en Carrillo porque suena mejor. Lo cierto es que su mochila guardaba la misma prominencia de aquellos objetos que sin ser de tu propiedad siempre terminan condicionándote el día o arruinándolo.

Estábamos en tercero de secundaria, nadie tenía pelo en la cara ni en las manos, nadie había sufrido una repentina pérdida de memoria y por el contrario alguien había dicho por ahí, quizá cerca del quiosco, que la edad reproductiva óptima arrancaba a los 13.

El colegio era pequeño, un salón por año y el tópico noventero de distribución: cinco chicas y 30 como uno. En esa estrechez, en esa burbuja de paredes celestes y blancas y ventanas con rejilla, Carrillo hizo lo que tenía que hacer, a lo que había ido, ejecutar el plan que, tengo entendido, maquinó con antelación, poco juicio y motivación de asesino en serie. Sacó del mochilón -no uno, ni dos- cientos de ediciones de periódicos henchidos de calatas y calatos, unas con poco gusto para posar y otros con la suficiente determinación como para ponerse arriba sin quitarse abajo. Surtidos de una gran sonrisa y un aparente talento para la cámara (analógica) regias por anga y manga, fundillo y calzoneta.

Algunas escenas de los periódicos -que Carrillo dispuso sobre su carpeta como un ciruelo recién pelado-sí fueron dignas de un arduo ejercicio motriz-nemotécnico durante las siguientes semanas, pero otras sólo nos retiraron el gusto por ciertos platos en el almuerzo, uno de ellos el arroz a la cubana.  Es que Carrillo era un coleccionista de rarezas, “mujeres desnudos y hombres bonitas y bien despachadas”.

Una de las páginas centrales de estos periódicos contenía un ensamble de físico-culturistas que derrochaba toda su devoción en el cuerpo de una rubia de jebe (revelador). Sin embargo Cuando nos disponíamos a leer el texto que más o menos decía: ¡Oh mirad…!, etcétera, alguien anunció que Donny Obando Gómez, el tutor, cuya chapa no mencionaré, se encontraba aproximadamente a treinta pasos del tercero de secundaria del C.E.G.N.E. San Francisco Solano. Mi salón.

Estoy seguro de que habría sido más fácil regresar los periódicos a la mochila de Carrillo que tirarlos al jardincito de lado en nuestro afán por deshacernos de las calatas que por entonces no se podían ver así nomás, con decirles que para alquilar una película para adultos con más demanda colegial, había que dejar en prenda el carnet del Seguro Social, de letras anaranjadas. Pagar el triple o utilizar el viejo truco de “sírvase una gaseosita”, a veces mandar al repitente con cara de viejo, a veces simplemente ocultar la cinta de VHS rotulada “blanca nieves-adultos”, dentro de la chompa. Pero ese es otro tema, esta vez sólo quiero aprovechar este espacio para pedir disculpas a todos esos pequeños alumnos de jardín que ahora deben tener entre 16 y 17 años, y sobre los cuales, una apacible mañana de julio de 1996 cayó una descomunal lluvia de papel periódico con alto contenido pornográfico, de manos de Simoni, Carrillo, Gómez, Valdivia, Bedregal y de quien escribe, con sincero remordimiento y evidente gusto.