Dale la vuelta a tu calzoncillo hermano. Súmate tú también

Amor al chancho

El evangelio de la subestimación es el más consultado por el “macho que se respeta” cuando compite contra una mujer -Uf, son hembritas- dice. Las mira de pies a cabeza y se formula en una nube de Condorito, una imagen de “la mujer” que, ciertamente ya no es la de antes porque ha sufrido una metamorfosis más insólita que la kafkiana (en el más grato sentido) a los ojos de una sociedad bizca con calzoncillos autócratas que históricamente, a las “hembritas”, les sujetó los hombros por debajo del agua.

-Las cosas han cambiado flaco- dice un señor sentado en la tribuna sujetando un vasito de coco con líquido elemento. Lo dice justo cuando termina el partido. “Las cosas han mejorado” habrá querido decir, las cosas se han puesto más interesantes, las cosas están yendo a la par y eso es bueno. Quien no lo quiera reconocer que le dé la vuelta al calzoncillo y que lo empiece a usar por el derecho, y no por el reverso, por si creyó que así se debía llevar, por si creyó que así eran las cosas.

-Chau flaco… Para la próxima ponle huevos-, dice el señor, esta vez sin una gota de cerveza en el vaso. Por qué todos los resultados, cuales fueran, dependen de la cantidad de huevo que hayamos puesto. Es que faltó huevos para ganar la guerra, es que no le pusiste suficientes huevos al estudio, por eso no ingresaste a la universidad, ponle huevos a tu relación… el señor vuelve y me dice casi al oído: -ellas sí tienen huevos-, y se va por dos más.

“Ellas” son jugadoras de fútbol y la noche del viernes nos hicieron 24 goles, media docena de huachas, una bicicleta que casi termina en golazo, y claro, cómo no, escupir los pulmones sobre el gras sintético de “La Bombonera”. Ésta, bien podría ser una breve crónica casi policial de cómo más o menos fue la zurra del último viernes por la noche, pero, sabe usted, uno tiene su orgullo y contar la masacre con pelos y señales sería un autogol para el descenso.

Empiezo por el final, la humillación justificada no duele, pero la humillación con gusto es prácticamente un favor bien hecho. O así pienso que debería ser. ¿Quién dijo que el fútbol peruano estaba en crisis?. Esa noche un amigo, y digo su nombre, Christian Jackson Collado Soto, me invitó cordialmente a jugar una pichanga con las “amiguitas” de su prima. -Uy no- me dijo el taxista, -debes cuidarte las canillas flaco porque esas… patean nomás-, el evangelio de la subestimación. Debo confesar que pensé que se trataba de un corrillo de muchachas que buscaba otro tipo de diversión que la habitual, qué se yo, salir por un café, ir al teatro, un concierto, de compras, al cine, etc. etc. etc.…

Por supuesto acepté y supongo que cada jugador de mi equipo (el trash team) así gustosamente lo hizo y de seguro también pensó como yo: “Chicas”, poca velocidad, temor a parar con el pecho, poca fuerza, temor a cubrir la pelota por no sufrir un punteo con más filo que los del “chino Avilés”. Poca fuerza en las piernas, temor a cabecear y arañarse la carita, poca habilidad para el amague, y por qué no, temor a rozar sus delgados y perfumados cuerpos con el del gordo Juan Víctor, hediondo y abigarrado de pelo. Mediocampista de poca monta, que lo que en realidad quería era tirarse un paso con las chicas pero fuera de la cancha.

Enrique Neyra sólo quería jugar. 8 años en Nueva York lo habían convertido en un animal sedentario, un gusano de la gran manzana y por otro lado en mejor amigo. También estaba Oscar, un desconocido que la dominaba muy bien y que, al igual que este servidor, no salió de su asombro ni pudo aceptar la derrota. Hay cosas que demoran, sino horas, minutos, pero así nomás no se aceptan.

Señores, las señoritas que estaban frente a nosotros, bien ubicadas en su cancha, buenos chimpunes, buenas piernas, lindas, pero lo más importante, con una actitud que debieron tener todos los futbolistas peruanos post “España 82”, eran nada más y nada menos que seleccionadas arequipeñas. Y ya que estamos hablando en buen peruano y en código romanza futbolística, me doy la licencia de decir que aquella noche estas damas nos sacaron la mierda con un contundente 24 a 4. Porque en otro lenguaje imposible. Dato: ante más de una treintena de almas pichangueras masculinas, que ya iban por la media caja y toda la decepción que un hincha podría soportar.

Claro, esos 4 miserables, mendicantes, pordioseros, descamisados, famélicos, raídos, desarrapados,  insignificantes, y finalmente insuficientes, goles que les clavamos, los festejamos con más alucinación y  delirio que Maradona cuando le infló la valla a Grecia en el mundial de Estados Unidos 94. Con más esperanza que los goles del “avestruz Carty” en la copa Sudamericana, y con mucho más desenfreno que el del frentón Iniesta cuando en la final del mundial Sudafricano le cambió la bola a Stekelenburg y coronó así a España como campeón mundial, es decir lo más grande del planeta, joder.

Sin embargo a pesar de esas 4 pepas la realidad nos seguía apretando las choteras Volcán luego del festejo. La realidad nos hacía ver, por un lado, que éramos menos que un microbio ahogado en un vaso de chicha morada (de sobre) al calor de los vapores de un chifa (lo superé una hora después con un jugo de piña).

Y por otro lado esa realidad nos mostraba algo mucho más importante: que todavía queda una esperanza para el fútbol nacional y está en las piernas y el espíritu de Maribel, la negra, la loba, y las demás joyas de este equipo, del cual, amable lector, le aseguro, tendrá noticias pronto. Como dijo Cabral “el mundo no está perdido sino olvidado” y creo que deberíamos recordar que tenemos una liga de fútbol femenino al que vale la pena echar una mirada, un par de porras y considerar en adelante, como un ejercicio de conciencia, visitar el estadio para verlas jugar.

Olvidar un momento a los “otros” no tendría nada me malo, teniendo en cuenta que estamos por cumplir 30 años de no ir a un mundial, 30 años de morder la camiseta con el aparato excretor hecho girones, pagar apuestas y no cobrarlas, no cobrarle a la historia tanta poca gratitud, chuparnos las derrotas porque otra cosa no queda, (aunque estoy seguro que si de chupar  cualquier cosa dependiera nuestro pase al mundial lo haríamos, pero ese no es el caso) y finalmente agachar la cabeza ante el ganador.

Asumo que estas chicas deben tener la edad de Reymond Manco, pero le aseguro que jamás tendrán su conducta, lo invito a verlas jugar. Lo invito a aterrizar sus expectativas sobre algo concreto, “ellas”. Si es usted un “macho que se respeta” no hay problema, sólo debe voltear sus calzoncillos por el derecho, sin roche, con una gambeta sutil,  sin que nadie se dé cuenta, casi poéticamente como un toque de Cueto. Lo que sí no le aconsejo es retar a las chicas a jugar una pichanga, a menos que tenga las piernas y vehemencia de J.J. Muñante.  Dañará su autoestima, se lo aseguro, aunque esto –métaselo en la cabeza vía vascular-YA NO ES CUESTIÓN DE GÉNERO SINO DE VERDADERO AMOR A LA CAMISETA.