Creo que “Chespirito” no pasará del 2012, estoy seguro. En esta columna reproduzco la nota que publiqué en julio de 2011 (edición 477) en el Semanario El Búho a modo de homenaje en vida o extraña despedida.
“Sabe a mito, parece ficción pero es realidad”
Si un peruano conoce Acapulco es por “El Chavo del 8”, aunque eso no es lo único bueno que nos trajo. A 40 años de su primera transmisión, la repetición masiva del día es igual de fresca. La diferencia es que en la memoria de aficionados, cultores y “chavólogos”, entre otros estudiosos del revés argumental y capos de la salubre mafia del absurdo, el guión está aprendido y amenaza con hacerse secular.
Es decir, que cuando usted deje este mundo y se convierta en un “espíritu chocarrero”, “El Chavo del 8” seguirá en Acapulco aunque no sea verano, golpeará la panza del señor Barriga las veces que pueda y se enamorará de Paty una y otra vez. Pero, si de consuelo le sirve, también recibirá cocachos y comerá un capítulo al mes, cuando alguien se apiade de él.
“El Chavo del 8” fue una de las primeras series humorísticas que convirtió la descompensación, la desigualdad, la fragmentación y la ausencia en motivo de risa, cuando menos en humor para llevar bajo el brazo, como decálogo de sobreviviente, para fidelizarse e incluirlo en la agenda terapéutica de toda Latinoamérica.
La serie de los vecinos supeditados a las travesuras de los niños de la vecindad es la antítesis de la familia Ingalls, que tiene como núcleo una nuez bajo el árbol de la que comparte un corrillo de gringos con toda la intención de ser ejemplo, todo cuando cae la tarde, romanticismo primario al que están adheridos incondicionalmente tanto que su malicia (si la hubiera) está detrás de las cámaras.
“ES BIEN PERUANO”
En cambio, El Chavo no es sólo diferente sino que desigual, irregular al punto de haber sido nacionalizado (sin consentimiento) por cada país donde se reproduce y se dobla (ruso, portugués, etc.), admirado y vuelto a desdoblar como mantel a la hora de la cena.
En pocas palabras El Chavo es bien peruano, tiene su callejón de una sola fuente y un hacinamiento caluroso como en el Callao que no se puede revertir porque quizá las autoridades “no tomen cartas en el asunto” o porque no hay plata para algo mejor o porque “así como estamos, estamos bien”.
Tiene a la solterona que además es bruja, al viudo que además es vago y a la pituca que es las tres cosas pero por lo menos un hombre culto la corteja, y que además, a diferencia de la primera, toda su vida creyó que el golpe era el mejor correctivo para el abuso contra un menor. Nada más parecido al barrio: célula engendrada por una realidad que es como para ficcionar en un programa que busque ser el “número 1 de la televisión humorística”
EL BARRIO
El vago no sólo fuma sino que fue boxeador y malo en los estudios, alguna vez quiso ganar dinero como vendedor ambulante, vendedor de churros y cachinero, pero le fue mal, como a la mayoría: tópico laboral en un país como el nuestro, y similar al suyo (México), además tiene una deuda de 14 meses de alquiler y una hija “ladina” (Chespirito Dixit) que es más “mosca” que sus dos amigos (ver capítulo de las adivinanzas).
Sin embargo, según analistas de poco nombre, televidentes y público adulto que hasta ahora se hace preguntas sobre el verdadero final: “tanta astucia e independencia se debe a la ausencia de la madre”, como tanta torpeza en el hijo de la pituca se debe a la ausencia del padre y porque es un burro buena gente, y tan buena gente fue que por poco termina casándose con su mamá y quitándole fama al protagonista principal.
Pero este no sólo fue más famoso sino más querido por su condición. Para empezar no usaba medias porque no tenía y llegó hasta Acapulco en botines. Más de una noche se quedó sentado en la puerta del vago, en Perú eran las 6 de la tarde pero allá, en la vecindad, ya aullaba el lobo. Estaba esperando un huevo porque tenía hambre. En Perú eran las 6, en Perú el que menos lloró “de puro verlo”.