LA FUGA DEL TANGO

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Referencial. Ilustración Opera Mundi

En esta época de fusiones y conjunciones en muchas disciplinas especialmente en el arte, bueno es recordar donde empezó y que un precursor latinoamericano en ese ejercicio post moderno se llamó Astor Piazzola; el bandoneonista que mezclo la cadencia y el sentido, “la rabia, el dolor, la fe y la ausencia” del tango, con Bach, Vivaldi, el jazz y el mundo en que vivimos hoy. Todo eso y más en una especie de tango global cuya universalidad y visión del futuro son dos de sus maravillosos y rítmicos rasgos. Tango “de lupanar” o “de confitería decente” (Borges), eso ya no importa, son sintetizados y reelaborados en la futurista cadencia de Piazzola, para expresar el más grande amor a la tradición musical argentina y a la vez su ruptura, como solo un espíritu heterodoxo, como el de él, puede hacerlo: amor y crítica, conservación y transformación.

Por eso el espíritu de esa exaltante, extraña, burlona y maleva música argentina no desaparece con Piazzola. Por el contrario: permanece y se mantiene viva gracias a él. Lo que hace Piazzola con el tango es “trazar una linea de fuga”. Fuga del tradicionalismo para mantener viva la tradición. Piazzola salva el Tango que no pierde intensidad, ni identidad, ni swing con él; más bien lo gana, lo renueva o lo recrea. ¿Y no se trata de hacer otro tanto entre nosotros precisamente? Renovarse o morir. Recrearse o desaparecer por anquilosamiento, esclerosis y aburrición.

Eso supone alcanzar cierta universalidad a cambio de algunas innovaciones y reformas, que pueden parecer herejías y sacrilegios a los defensores de la tradición o la identidad cosificada: los tradicionalistas. La historia actual de la música criolla peruana es un ejemplo de esa actitud, lamentablemente. No se trata de hacer lo que hizo Pinglo, Chabuca o Mario Cavagnaro, como se ve en los pocos programas de esa música que quedan aun, sino de crear el equivalente actual de lo que ellos hicieron en su época. Y eso es otra cosa.

Quizá la ya ganada universalidad del tango desde la época en que Carlos Gardel sedujo al “tout Paris”, hasta llevar a algunos franceses a pretender su paternidad, ha facilitado a Piazzola una síntesis del espíritu mas cosmopolita y universal, con la música mas argentina concebida hasta hoy. Algo muy argentino por lo demás: la apertura y la universalidad. Como Borges, Sábato, Bioy Cortázar, Arlt en literatura o Quino en el comic, o Maradona en el futbol. Son preludios del siglo que hace rato ya está aquí.

En Paris hay un teatro al lado de un canal del Sena que se llama “Saint Martin”. Alguna vez se incendió y el nuevo decorador propuso que no se rehaga sino que se mantengan todas las huellas del incendio, especialmente el tiznado: seria el elemento esencial del nuevo decorado. Y quedó extrañamente bello. En todo caso el decorado era perfecto para Astor Piazzola y su grupo. En ese teatro, el suertudo peruanito que rubrica esta nota pudo ver y escuchar hace algunos años, por primera y última vez, en persona, los maravillosos contrapuntos y sincopados de Astor Piazzola y su cuarteto “Libertango” acompañados de la bella y poliglota Nina.

Y si lo cuento acá y recuerdo a Piazzola, es porque temo que con el paso de los años llegue a convencerme completamente (por ahora sólo son dudas) que no he vivido sino soñado esa noche, y que Sofía Botero y yo jamás conocimos el teatro Saint Martin y a Piazzola y su cuarteto, y que Nina no cantó esa vez, con su largo y ajustado vestido rojo y sus lindo pies descalzos, “Yo se que estoy piantao…piantao…piantao”. Y que el único piantaoera yo.