Ciudad-ekeko a la vista

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No permitamos hacer de Arequipa una cuidad-ekeko, llena de objetos inconexos, extravagantes y fútiles.

 

Desde una perspectiva integral, una ciudad no debe crecer por simple adición de partes, aunque la realidad muestre -terca y descaradamente- lo contrario. Una ciudad que crece por simple sumatoria de productos -ya sean arquitectónicos ó ingenieriles- está inexorablemente condenada a soportar una grotesca configuración formal y espacial, constituída por emjambres de obras que devienen entre inconexas e intrascendentes y, muchas veces, potentemente prepotentes ya con su entorno físico, como con el legado histórico-cultural del lugar; ya sea éste un lote, un barrio o una ciudad entera, terminando en escenas y paisajes urbanos tan grotescos como inhumanos. Una urbe así es como una “ciudad-ekeko”, es decir, llena de objetos de todo tipo y forma, colgados por doquier y mostrados bajo una máscara de equivocado orgullo. Si buscáramos un ekeko “moderno” seguramente nos toparemos con uno rebosante de USBs, Ipods, Ipads, Blackberries, Notebooks, Xboxes, Smartphones y lo último en gadgets electrónicos colgados por toda su regordeta silueta, con tal de ponerse a tono con la “modernidad”, un poco a imagen y semejanza de la Arequipa de hoy, que parece haber claudicado ante sus valores patrimoniales y ante su orgulloso pasado cultural, para dar luz verde a gadgets arquitectónicos que empiezan a emerger, sin ton ni son y por doquier, con patente de corzo y en pos de “ekekizar” una ciudad que muy bien vale por sí misma y no por colgandijos modernosos que se le quieren imponer.

Es bastante obvio, también, que toda ciudad no puede permanecer ajena al paso del tiempo y que es lícito mostrar hechos que revelen su contemporaneidad, como ocurre en aquellas viejas y rancias capitales europeas, donde lo antiguo y lo moderno conviven frente a frente y codo a codo. Pero claro, allá es Europa y aquí vivimos, felices y orondos, en medio de una altísima barbarie y profundo salvajismo cultural que no soporta apreciar una modernidad adornada de antiguedades ó mejor dicho, antiguedades adornadas con modernidades. Todo o nada, borrón y cuenta nueva, nada a medias tintas y nada de diálogos, el estilo zegarrista se muestra mas totalitario que cualquier recalcitrante emerretista.

“Pero las obras son legales porque se ajustan a ley” dicen sus defensores, sin caer en la cuenta que las normas, por sí solas, tampoco ayudan a hacer ciudad; sólo ayudan a fabricar objetos cándidos y pueriles, como aquellos monumentos al juanete, al porongo y a la muela; ó esos otros recurrentes remedos de arco del triunfo a la entrada del pueblo. Por supuesto, todos aprobados por el SNIP; cuyas siglas parecieran obedecer mas a un Sistema Necional (con “e” de necio) de Improvisación Pública, pues nada y nadie mas necio que aquel que no quiere ver ni oir el clamor de quienes no podemos tolerar la aberración normativa de un país cuadriculado por leyes y donde el sentido común sigue siendo el mas ausente de los sentidos y donde el buen criterio y buen juicio nadan en la inmensidad del cosmos y no precisamente en la cabeza de quienes deben emular el proceder de un buen capitán al mando de una nave en plena tormenta, como es Arequipa hoy.

Pero entonces cómo intervenir en la ciudad sin paralizarla? Cómo operarla de sus males sin necesidad de anesteciarla? Cómo cambiar una rueda en plena marcha? Cómo hacer ciudad sin destruir su pasado en el intento? La receta podría parecer imposible, y de ser posible, sería muy compleja pero, en esencia, es ridículamente sencilla. La única forma de hacer ciudad -sin hacerle daño en el camino-, es hacerlo con mucho ciudado. El problema surge al escomendar semejante tarea a quien no sepa el real significado de “mucho cuidado”; a riesgo de un actuar torpe y alejado del mínimo daño colateral. Pues de eso se trata, de hacer mas con menos, de hacer sin deshacer por puro gusto, hacer acupuntura urbana como medida de prevecion y no cirugia mayor como cuando ya no hay mas remedio. Pero para ello, necesitamos de un municipio –alcalde incluído- que esté en condiciones de aplicar criterios científicos basados en la razón y el conocimiento y no en el capricho (“…el verde me gusta…punto.”) y el desconocimiento (“…no sabiamos que había tuberías…”; “…no sabiamos que era patrimonio…”). Negar la ciencia y su utilidad, en pleno siglo XXI, es cosa solo atribuíble a quienes piensan como australopitecus, sin que esto signifique renegar de nuestros orígenes hominoides.

Finalmente, recordar el rol de las universidades y muy especialmente de aquellas donde se forman futuros arquitectos, pues son alli donde técnicas, instrumentos y herramientas científicas resultan aprendidas no para guardarlas bajo un cajón, sino para aplicarlas en la realidad, una realidad que puede ser mucho mejor de lo hoy nos ofrece nuestra magullada ciudad y por la cual manifestamos nuestra mas honda preocupación; pues no podemos permitir que Arequipa esté encaminada a convertirse en un extravagante modelo de ciudad-ekeko.