
Extrañas coincidencias, cultura shopping y otras cadencias de mucha modernidad, y de tanta banalidad. Que dira nuestro Nóbel don Mario Ante semejante monumento estrafalario?
Carteles colgados a lo largo de la emblemática avenida-parque Francisco Bolognesi en Yanahuara anuncian una clara oposición frente a una pretendida, y a todas luces indeseable, presencia comercial. Con un mercado inmobiliario en pleno apogeo, ejecutivos e inversionistas no encontraron mejor oportunidad para hacerse de una de las pocas huertas urbanas en una de las zonas mas privilegiadas de la ciudad para montar un negocio comercial de gran formato que, de consumarse, alterará irreversiblemente el paisaje de una zona caracterizada por su belleza, su verde y su tranquilidad. Por lo pronto, parece que licencia social no la habrá y ojalá que las otras, tampoco.
Lo peor de todo es que la urbe se está embutiendo de este tipo de elefantiásicas fábricas sin ningún pensamiento racional, de orden y mucho menos de planificación urbana. Sólo son resultado de un mal entendido libre mercado y, aparentemente, de un libertino mercadeo de permisos y licencias municipales que no cuentan con la mas importante de las licencia: la aprobación de la ciudadanía y la de aquellas otras instancias e instituciones que conforman el mundo civilizado.
Mas de un lector estará de acuerdo conmigo al señalar que la gracia del libre mercado y el sector privado es, justamente, arriesgar inversiones sin comprometer, en absoluto, el tesoro público. Sin embargo, muchas veces ocurren “casualidades”, donde fondos públicos terminan favoreciendo la actividad privada, sin recibir nada a cambio; tal como sucedió claramente en la calle Mercaderes y en la intersección de Lambramani con Los Incas. En ambos casos, se trata de actividades comerciales que se han visto tremendamente beneficiadas por inversiones ediles. Recordemos la férrea oposición inicial de aquellos “mercaderes” aposentados a lo largo del hoy paseo peatonal, aludiendo pérdidas que, al final, no fueron sino incrementos gananciales gracias al bolsillo de los propios compradores. Paradójico no? Los clientes hemos financiado, vía nuestros tributos, obras que promueven ese desgastante consumismo que, valga la redundancia, hoy –literalmente- nos consume. Pero no todo es malo. Por supuesto que Mercaderes es infinitamente superior, como espacio público urbano, que cualquier “calle” de shopping center. De hecho, Mercaderes inspira, y respira, “naturalidad”, a diferencia de esos gigantoides malls que sólo transpiran “artificialidad”; algo que no va con mis sensores neurosíquicos, desde la primera vez que visité uno de los 35,000 que ya habian en la tierra del tío Sam, allá por los 90s. Será por eso también, gracias a Dios, que no me atraen y no me suenan a “novedad”; peor aún cuando escasísimamente me presento por esos lares –a punta de bayoneta-, para sentirme estúpidamente incómodo en medio de tanta comodidad con sabor a plástico.
Vamos a otro lugar? Esta vez no hay carteles colgando ni nadie que manifieste un NO rotundo a otra de esas indeseables mega-presencias. Esta vez el ensordecedor silencio emana de los alrededores de Patio Puno y la antigua estación del ferrocarril, donde una grotesca figura pareciera estar a la espera de otras, aún mas grotescas y grandes, decoradas de finos oropeles luminosos, para conformar un filoso tridente con el cual buscaran inyectarnos una nueva dosis de cultura shopping disfrazada de espacio público matizado con “modernas” luces de colores –muy al estilo de la boites de antaño- y aguitas danzarinas que nos recordarán, a cada instante, que es hora de ir al baño; todo gracias a una mentalidad que busca afanosamente una curiosa modernización cultural de la sociedad (que no tiene nada de malo en si), pero a costa de sacrificar las pocas joyas de la abuela que aún nos quedan y que algunos valoramos con razonable devoción.
Pero lo que mas preocupa del asunto es que se estaría configurando otra típica “casualidad”, donde se estarían facilitando fondos públicos para beneficiar negocios privados; que tampoco tendrían nada de malo, si es que estos hubieran sido resultado de una asociación público-privada, donde el Municipio hubiera planteado reglas claras para recibir o recuperar parte de la inversión y condiciones para el sostenimiento de la infraestructura en el tiempo. Visto de otro modo, se debió haber presentado en sociedad, un proyecto integral donde se pudieran haber apreciado las intenciones (apetitos?) de los diferentes stakeholders, con respecto a esta parte de la ciudad, vista no como un simple lote, sino como lo que es, un conjunto urbano monumental de alto valor urbanístico, histórico y cultural, que compromete un espacio urbano mas complejo de lo que aparenta. Otra cosa hubiera sido si los privados hubieran financiado los estudios, el proyecto integral y la construcción de las obras públicas en Patio Puno. Con toda seguridad, y con el prestigio e imagen corporativa en juego, otros serían los cantares de los gallos y sin que esto suene a privatización de lo público, necesariamente. Mientras tanto, la cultura shopping seguirá pretendiendo convertirnos de super-characatos a shopper-characatos. La moda shopping seguirá haciendo de las suyas y de Arequipa, y de su patrimonio histórico material e inmaterial, un simple obstáculo que tiene precio muy barato; a menos que despertemos y nos desperjudamos del consumismo y del vicio de los hechos consumados.