Cuando vi a Dionisio Vilca con una fotocopia del rostro de su hijo en una mano y en la otra un pequeño pomo de goma, pensé que su búsqueda no tendría resultados, de ningún tipo en realidad y por mucho tiempo. Pensé que el rescate del suboficial César Vilca Vega, de apenas 23 años, abatido por esos ridículos terrucos guardaparques de la coca y en seguida abandonado por su comando en el abrumador follaje del Vrae, se convertiría en una larga historia de desaparición.
Pensé que el señor Dionisio buscaba en vano. En la selva es como en el mar pensé, o quizá peor. El Vrae no es como el Huallaga y para colmo de males el intelecto del estado y la improvisación son su carta de presentación en esta compleja materia.
Pero me equivoqué. A riesgo de ser despedazado por una mina antipersonal, y tan sólo con la ayuda de dos lugareños Dionisio encontró a su hijo, o mejor dicho reconoció en un rincón de la selva un pedazo del muchacho que lo colmó de orgullo y que en mi opinión no murió por la patria sino por la cobardía y dantesca indiferencia del comandante de la nave que debió dar la orden de “no abandonar” a Vilca, Astuquilca y Tamani, es decir por culpa de un individuo que en ese fracaso llamado “Operación Libertad” llevaban el uniforme de indumentaria, limpia de compromiso con la bandera, con el país, con los compañeros.
Decir que la muerte de César “no fue en vano porque luchó defendiendo con honor la patria”, es retórica subversiva que se ha escuchado hasta el hartazgo. Es consuelo rancio e inverosímil, innecesario y obsoleto como un busto que sólo podría adornar el absurdo.
Decir que César Vilca murió como todo un héroe es engañifa ceremoniosa espetada por alguien que quiere pasar piola, alguien que levantó los hombros y vio al techo mientras se desataba la degollina en la selva. Es puro romanticismo fácil de vocalizar para los que no estuvimos ahí.
César Vilca señores fue una “víctima” de la desorganización, incompetencia, cobardía e improvisación militar, que dejaron servido al suboficial en la mesa de los terroristas en lo que fue una nueva emboscada mal planeada, sobre todo si volvemos la mirada, por enésima vez, al obsceno déficit en los servicios de inteligencia y logística de las fuerzas del orden (demostración: “Operación Libertad”)
Un torniquete en la pierna, fue lo último que alguien hizo por Vilca antes de ser torturado despedazado y después de ser olvidado por los suyos. Si eso es “morir con honor por la patria” entonces nuestras fuerzas armadas nos saben qué tipo de guerra están luchando, quizá una donde un periodista tiene más olfato o huevos para dar antes que el ejército con el enemigo (entrevista a Martín Quispe Palomino, camarada “Gabriel”) entonces hay que repensar las estrategias que hasta el momento se han planteado en un power point pero que no se han puesto en práctica ni se han perfeccionado para luchar contra eso que llaman Sendero o narcotráfico.
“La aparición de vivos o muertos en Cusco no cambia lo grave del abandono. Las virtudes y deberes básicos de una organización como el ejército es no abandonar a sus hombres” (Gustavo Gorriti Dixit)
“Hay que recalcular las dimensiones de la ineptitud y la crisis de las fuerza armadas y el estado, y la toma de decisiones” (José Diezcanseco Dixit)
Ayer, por medio de su canal, el estado decidió silenciar las alarmas y poner paños húmedos a la indignante situación. El estado decidió orear los humos del campo de batalla mediático que se armó por la muerte de los suboficiales. En una entrevista de pobre intensidad el reportero le pregunta al suboficial Astuquilca si durante los días que estuvo perdido el ejército lo estaba buscando.
Astuquilca asiente. Dice que “no es cierto lo que la prensa dice” o sea que nadie los buscó. Sin embargo a lo largo de los 34 kilómetros que recorrió Dionisio Vilca en Inkaree en Echarate tras los pasos de su hijo no vio un solo militar de los mil quinientos que envió el Ministerio de Defensa, en vano, ya que no acudieron o no quisieron acudir a las respectivas comunidades de la zona a fin de recabar información sobre el posible paradero de los suboficiales. ¿Dónde estuvieron entonces?
Antes de levantar un busto de César Vilca, quizá frente al mar, hay que investigar y dar con los culpables, pero sobre todo “hay que despertar la capacidad intelectual de análisis del estado” (Gorriti Dixit)