París: cada vez más cerca del Perú

Puñetazos

Hace un año, asistí, en la Plaza Mayor de Lima,  a la celebración por los 40 años del grupo teatral Yuyachkani. Esa hermosa fiesta popular coincidió con una absurda misa por la salud (hubiera esperado que fuera por la salud moral) del reo Alberto Fujimori. Me acerqué a ver de cerca el fenómeno y a los asistentes. Más allá de toda consideración política o ideológica, mi curiosidad era coyuntural. Cuando oía a la histérica Martha Chávez, al tétrico Dr. Aguinaga, al intratable Rafael Rey o a cualquier otro de esos obcecados fanáticos, podía concebir que las ideas abyectas del fujimorismo anidaran en esos retorcidos cerebros.

Pero ¿qué había del grueso de las huestes fujimoristas? No hablo de todos los sectores de pitucos, nuevos ricos y ayayeros imperdonables que vendieron y traicionaron su más elemental dignidad y se tragaron su moral por el miedo infantil a Túpac Amaru, digo a Ollanta, sino más bien, de todos aquellos ciudadanos de a pie cuyas frustraciones fueron engañadas por diez años de mentiras, populismo y basurización moral, y que acostumbrados a circo y a pan, apoyan aún al fantoche y a sus secuaces. Me daba curiosidad acercarme al atrio de la catedral para mirar de cerca a esas mujeres y hombres comunes y corrientes que habían sido ganados por el odio y el oportunismo del “Chinito” y Montesinos. Y eso me encontré, hombres y mujeres sencillos, como yo, como cualquiera, pero cargados de odio. Marginales en cierta manera, que durante todos los 90 estuvieron esperando poder morder algún pedazo de carne que cayera de la mesa pantagruélica, alguna de las migajas de las privatizaciones y de su correlato “el milagroso crecimiento económico peruano”. Marginales también, de la misma manera, los seis millones de franceses que dieron su voto a la sanguijuela de la extrema derecha, Marine Le Pen.

La noche del 22 de abril, después de los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la impresentable Le Pen salió oronda a festejar el triunfo que significaba que 20% de la población de ese país de legendaria tradición democrática le acordara su apoyo. Al ver por televisión a la multitud, aclamándola, sentí la misma curiosidad que tuve al ver a los fujimoristas tan de cerca en la Plaza Mayor de Lima. Mi morbo antropológico se vio otra vez frustrado, no tenían ni los brazos más largos, ni las orejas más grandes, ni la cabeza más chiquita, nada que los diferenciara del común de los mortales. Lo que sí conseguí descifrar fue el mismo brillo de odio y de venganza que antes había percibido en los fujimoristas, la misma sed de revancha que justificara su pobreza o su exclusión. Vi reflejado en el rabillo de sus miradas las ganas de encontrar que alguien era responsable y que ese alguien debía pagar. Con Fujimori fueron los más frágiles los que pagaron la necesidad de encontrar un chivo expiatorio y que, de paso, sirvieron de coartada y legitimaron su permanencia en el poder: miles de mujeres andinas, estudiantes inocentes y hasta niños.

La demagogia del actual reo Fujimori, su inmoralidad, la corrupción generalizada en la que nos sumió para saciar odios colectivos enfrentándonos entre peruanos, tienen parangón con las palabras que usan los partidos de extrema derecha europeos como el del Frente Nacional en Francia. En la estrategia de este partido, los males de la nación (desempleo, inseguridad, crisis, etc.) son culpa casi exclusiva del eslabón más desprotegido de la actual sociedad francesa: el inmigrante. Los discursos se suceden unos tras otros y los proyectos políticos que se anuncian son degradantes: el arresto y la expulsión de todos aquellos que no tengan papeles; la prohibición de entrada a suelo francés a ciertas nacionalidades; la glorificación de la verdadera “identidad francesa”, como en los mejores tiempos del nazismo y del Mariscal Pétain; etc. Pero, dentro de todo, eso no es lo peor de este oscuro e infausto panorama; lo peor es que el candidato y actual presidente Nicolás Sarkozy ha decidido lanzarse de cuerpo entero a la conquista de los votos de esa franja de la población, pues con el 25% obtenido en la primera vuelta, mantenerse en el poder parece empresa muy complicada.

Para lograr su objetivo, ha decidido abrazar abiertamente los principios y valores del Frente Nacional, llegando incluso hasta calificar el proyecto discriminador y segregacionista de Marine Le Pen, como un proyecto compatible con los principios de la República Francesa. Tales actos tendrían como consecuencia que, de llegar Sarkozy al poder de nuevo, el lepenismo estaría en el derecho de reclamar su parte del pastel  e instalarse por lo menos en la periferia decisoria de la Asamblea Legislativa. Todo parece indicar que esta desgracia no ocurrirá y que François Hollande y el Partido Socialista saldrán victoriosos, lo que significa que la izquierda regresará al poder después de casi 15 años. Sin embargo, el precedente ya está instaurado: la derecha se derechiza aún más hacia el peor de sus extremos.