El viejo Pampo y la negra Vicky

Amor al chancho

El negro Candelario Navarro fue el mejor zapateador de Acarí, donde viví parte de mi infancia. Dicen que un toro casi lo mata luego de fugarse por tanto latigazo en la espalda, dejó de zapatear por un tiempo y así nació el “Toromata”

El Toromata era el nombre de un botecito que tenía mi abuelo “Pampo” que fue pescador y de todo, pero no era tan negro aunque cantaba de maravilla, la negra era “La mamá Vicky”, Victoria Figueroa, mi abuela, porque Pampo, Pánfilo Segura, tenía un color entre camote y chancaca, propio de los zambos mezclados ya con harina, y que yo recuerde no tenía un sólo rulo en la cabeza, quizá apenas un par de ondas y ya, y si de viejo se oscureció como la sombra de un árbol fue por sus constantes baños de sol en cuanta esquina depositaba sus ochentaitantos de vida.

Pampo nació más allacito de Acarí, en Bella Unión. Cómo le gustaba el sol a Pampo y mentir buenamente, tanto como cantar y silbar, si era “El plebeyo” mejor, y con el estómago bien lleno aún más.

En cambio la negra Victoria, esa si salió zamba, sumisa y más buena que el pan, pero mentirosa no, aunque las historias que contaba parecían un vuelo Ribeyriano con todo el propósito de abstraer a uno de la triste realidad. Siempre le contaba a su nuera preferida (mi madre), como inmaculada novedad, la vez en que ayudó a salir de la cárcel al buen Pampo, condenado a sabe dios que pena, por haberle acaramelado la manzana a una chiquilla sin mayoría de edad.

Es que dicen que Pánfilo Luciano Segura Grados tuvo fama de trovador y Don Juan, incluso, hasta antes de morir, sino habrá que preguntar a una alfalfera que vivía enfrente y, de quien la lengua familiar dice, recibía gran parte del sueldo de ex combatiente del abuelo (guerra con Ecuador) a cambio de dejarse estampar en los muslos las huellas digitales del buen pampo.

Mi madre reproducía la hazaña como una novela policial con final hindú. Aunque parezca mentira (así empieza mi madre) aquella lejana tarde la negra Vicky llevó una rica merienda a su marido reo, nadie se percató que dentro del potaje había una lima. Pampo, como nunca, desdeñó la comida y sacó la pieza de metal para sacarle el alma a los barrotes y así poder saltar al descampado, donde, como sugería el plan, lo esperaba mi abuela montada en una mula, lista para trepar el monte y desaparecer. Quién diría que esos viejitos que nos hacían reír tanto tenían tan oscuro pasado.

Lo Ribeyriano del asunto es que en el monte no había más que pocos árboles por lo que mi abuelo tuvo que cavar un hueco y literalmente sepultarse junto a mi abuela hasta que las aguas se apaciguaran en el pueblo y la vergüenza volviera a la cara de Pampo o las lenguas acarinas cambiaran de tema.

“Mi techo era el cielo y las paredes unas sábanas que conseguí” dijo una vez la negra Vicky recordando sus épocas de muerta-viviente. Y si mal no recuerdo era ella la que en entre gallos y media noche volvía al pueblo a buscar algo de comida.

La negra Vicky era incondicional, buena cocinera, buena conversadora, mejor madre y abuela. Digo “era” porque ya no cocina y conversa poco, ya no se acuerda de algunas caras negras que crió y a las que dio todo su amor porque estas caras negras, vale decir, los zambos de sus hijos se han olvidado de ella, y algunas caras no tan negras a las que también nos entregó todo su cariño también la hemos olvidado y ahora está como al principio cargando una estera a ver dónde se instala.

Hace casi 4 años, Pampo murió en el hospital del ejército donde lo nebulizaron por más de una semana. Estaba con el mismo color, entre camote y chancaca, pero ya sin ese dulzor empalagoso con que cantaba y silbaba “El plebeyo”.

Se estaba muriendo pero parecía otra de sus mentiras, como aquella en que un tarde su cometa se enredó a la cola de un avión y tiró y tiró hasta salirse con la suya.

Dos días antes de su internamiento mi hermano y yo le preguntamos, ¿cómo está usted Apá?, le acariciamos por primera vez la cabeza y por primera vez nos habló de sus sueños: una huerta llena de frutos gigantes,  y por primera vez nos dijo su receta secreta del estofado y como siempre nos hizo reír: “picas bien la cebolla pero no le vayas a meter la uña porque el sabor cambia”

Cuando Pampo murió, todos los negros vestidos de negro fueron a despedirlo, fue una tragedia a medias porque dicen unos que fue malo y dicen otras que fue bueno, qué más da. Lo que importa es que aquella tarde se contaron tantos chistes sobre negros que a la misma muerte le dolieron las costillas. Fue la risa legado de Pampo y las buenas historias y el buen corazón, enseñanza de la negra Vicky.