Tu risa es ancha y feliz como un campo de coliflores
y me hundo en tu barba verde
(Rosella Di Paolo)
La última vez que luché por ti fue en el 94, en pleno mundial. Un compañero, cuyo rostro está en mi memoria como el dolor de un hueso roto, se trepó a la carpeta luego de verte y se dirigió a todos los alumnos del primero “A” diciendo ¡ahí viene el cara de betún…! Y todos se molieron las costillas a carcajadas. Yo, en medio de aquella chacota de púberes me sentí como una chiquilla desnuda, creo que ahí conocí la indignación y esa maldita chapa que, ahora que lo pienso, aceptémoslo, fue ingeniosa.
Sin embargo luego de escucharla a todo volumen en sonido estéreo, empuñé la chompa “plomo rata” de mi compañero y lo cosí a puñetes… Está bien, no lo cosí, pero los nudillos me quedaron como bolsitas de ajo molido aunque su cara no guardaba ni el más leve rasguño.
Supongo que ya lo sabías. De todas las chapas que te pusieron, “cara de betún” era imperdonable e insufrible, aunque imprescindible al momento de anunciar tu paso por las aulas del emblemático colegio parroquial San Martín de Porres. A mí no me gusta pelear, pero por ti, más de una vez me hice de broncas de toda laya, breves por supuesto, y aunque en casi todas perdí de local y de visita, me quedo con el gusto de haber dicho, antes de que me fajaran, “con mi viejo, nadie se mete”
Pos supuesto eso no hizo que la producción de chapas menguara, entonces habría tenido que trenzarme incluso con profesores y, fuera del colegio, con vecinos, cobradores de combi, estilistas de moño, vendedores ambulantes y quién sabe cuántos más que habrían encontrado en tu color serio y tus rulos apretados cada pretexto para hacer un chiste.
Sin embargo no siempre fue así. Recuerdo que siempre decías, orgulloso, que en el 70 sólo habían dos negros en toda Arequipa, uno de ellos tú, por supuesto. Y aquel que se metiera con uno (de los dos) tenía destapar un cajón antes de decir alguna ocurrencia. Algo de cierto habrá conservado aquella historia.
La que nunca creí fue esa en que “Estaba por la calle con mi camiseta del Barcelona y una señora y su hijito me confundieron con Romario así que tuve que darles mi autógrafo”… En cambio goza de toda veracidad aquella tarde que fuiste con madre al Cusco y en Checacupe, un pueblo pequeño al que entonces los medios y la internet no habían desvirgado, todos los niños se te acercaron con temor y mucha curiosidad a tocar tus piernas, manos y espalda pero sobre todo el cabello ensortijado y negro para confirmar que era natural y no, como muchos creyeron, que se había quemado en un accidente.
Pero confieso que hubo una oportunidad en que no luché por ti, y fue cuando te sacaron una parte del intestino por comer mucha “tripita con mote” en la calle. Esa mañana saliste corriendo al hospital como quien va a comprar lentejas. Sentías una molestia dijiste, pero aún así te comiste un mango “Tarzán” mientras contabas chistes. A los minutos volviste para sacar un pijama y por la tarde te habías librado de una muerte segura. Yo estaba en la universidad desatendiendo una técnica de redacción obsoleta.
Cuando supe que La Parca te buscaba en su lista sin poder encontrarte, sólo un pensamiento se orilló en mi cabeza y en mi corazón, y fue aquella máxima que siempre repetías después habernos hecho reír tanto: “Yo debí ser comediante”
Tranquilo, esta amplia sonrisa que tengo, similar al jadeo de un can, es gracias a ti viejo. Porque sin ti la risa y la vida habrían tenido un pobre sentido.
No recuerdo cuántas veces repetí “con mi viejo, nadie se mete” quizá tantas como William Wallace dijo “Freeeedom” en cada ensayo. Quizá hasta el cansancio o hasta que pasé a segundo de secundaria y me convertí en tu alumno… La pizarra verde medía lo que una cancha reglamentaria, las carpetas bruñidas y sonoras lo mismo. Al frente tú, con una camisa de color mostaza hablabas del Pongo de Manseriche, la inmensa garganta. La cordillera blanca, el nudo de Pasco. De ahí Ampato, Coropuna y Salcantay, como si declamaras un poema de Vallejo…
Ya lo recuerdo, dejé de decir aquella frase cuando descubriste que, a diferencia del resto, en vez de hacer la tarea me la pasé chutando una vieja pelota en la canchita del mercado, lejos del Pongo de Manseriche y los climas del Perú y los cuestionarios, por lo que me diste públicamente un correazo en las nalgas con una “cola de ratón”.
Lo que es la vida viejo, yo que fui tu fiel escudero ante la lengua payasa y nociva de mis compañeros y demás bocaflojas, terminé por traicionarnos. Con el dolor de mi corazón y las nalgas ardidas pronuncié lo impronunciable… ca, ca, cara de betún…