Tener una Vida Prácticamente Normal (VPN) es como tener, en vez de un órgano normal, un reemplazo diseñado para no fallar, en buena cuenta, un aparato ajeno, importado de otro mundo para proporcionar cierta normalidad al día a día del enfermo, por supuesto, bajo la premisa de “uno nunca sabe” o lo que es peor “cualquier cosa podría pasar” o lo que es más grave “los efectos podrían ser perjudiciales”
La frase: –Pero el paciente pude llevar una vida prácticamente normal– es consolativa, y siempre sonará así en los catálogos farmacológicos y en la boca de mi madre. Uno por vender y la otra por evitar ciertas frustraciones.
Aceptar llevar una VPN es dejar que otro te cuente el cuento, hacer y dejar de hacer para no caer en desgracia, es decir, en una desgracia mayor puesto que la anarquía significaría la crisis total, tan cierto como que una VPN es una vida completamente anormal. Se trata del equivalente a una confusión involuntaria permanente. Vamos al gramo, supongo que los epilépticos como yo saben a qué me refiero y si no bien por aquellos que se conforman buenamente con la condición. Sin embargo un epiléptico con miedo a la convulsión o crisis, que suelen ser más devastadoras que las crisis económicas en países del tercer mundo, es un epiléptico servil al tratamiento, nada, pero nada parecido al que se sigue para sacarse una gripe de encima.
No sólo se trata de pastillas sino, en mi caso, de prohibiciones varias que van desde un chocolate hasta hacer planchas por la mañana y darse un baño en ducha eléctrica. Siempre que me paro, completamente calato por supuesto, bajo una ducha Super automática Boccherini, siento que voy a convulsionar, no sé si es la falta de pudicia conmigo mismo, que suele pasar, o se trata de la electricidad que viaja por la resistencia del aparato, a 30 centímetros de mi cabeza, pero pasa.
Entonces tengo que cantar, generalmente empiezo con “Ventanita” de los Embajadores criollos, y termino con “Dibujos animados” de Delgadillo. Eso no me parece nada normal, cantar por temor es una tortura. Y si en casa no hay nadie mientras me baño simplemente voy cochino al trabajo.
En un foro de epilépticos un mexicano me dijo que cada vez que bañaba a su hijo sentía lo mismo, mientras que a una señora le sucedía exactamente igual al encender la computadora. Al estar frente al televisor otra mujer se sentía igual de amenazada por una repentina convulsión. Cada quien medicado con diferentes sustancias, ¿acaso con una vida prácticamente normal?
A algunos conocidos, que creen que esto es caca de toro y oreja de gato y panza de cuche, lo peor que les podría pasar en la ducha es resbalarse con el jabón o que el agua se corte en pleno enjabonamiento genital. Los casos planteados renglones arriba son cosa de otro mundo, que no sólo parece anormal sino que lo es, como una ficción privada calentando para hacerse pública y desconcertar.
De cierto modo una prescripción médica es una propuesta para inyectarle una dosis nada benevolente de ficción a nuestras vidas, a la vida de los epilépticos, una ficción tampoco benevolente. –¿600 gramos de carbamazepina*?, no jodas-, todos los días señor, incluyendo sábados y domingos. Además tengo que cantar mientras me baño, además me tengo que bañar consciente de una compañía.
Por ejemplo (a pesar de que un par de veces decidí introducir algo de anarquía en mi vida y me fue mal), nadie cree que no puedo aspirar el humo del cigarro, y si me dispongo a soportarlo aguantando por momentos la respiración, en la mesa de un bar, es mía la botella de agua que desentona con la jarra de ron o el vaso de cerveza que circula sin parar.
Los epilépticos como yo no pueden beber, ni dormir menos de ocho horas, no pueden meterse a una piscina, ni extenuarse con cualquier tipo de ejercicio. No café, no bicicleta, no golpes en la cabeza, “si puedes evitar cabecear la pelota, mejor” (el doc. Salcedo dixit), no alimentos con preservantes (una gran mayoría), no bebidas oscuras, ni nada de jugarse una pichanga en la cancha y luego otra en la cama, por lo de la extenuación.
¿Si una vida llena de prohibiciones -primarias y no- es prácticamente normal, cómo es una verdaderamente normal? Es una pregunta que me repito con más frecuencia desde que me puse en regla y decidí saltar las reuniones de bar, dejar la maca en el desayuno, recurrir al magnesio para el ayuno, apagar la computadora a las diez, aunque no obstante, compré una bicicleta como muestra de una exangüe anarquía pero anarquía al fin y al cabo (por cierto, una vez alguien me dijo que en otros países existen bares para epilépticos, de lo más normal).
Nota.-
* La carbamazepina estabiliza las membranas nerviosas hiperexcitadas, inhibe las descargas neuronales y reduce la propagación sináptica de los impulsos excitatorios. Es decir, es un anticonvulsivante que ingerido en dosis de 400 miligramos divide en 4 el campo visual y eso es verdaderamente hiperexitante .