El valor de la codicia

Resacas

Beto Ortiz acaba de hacer su descargo. El asesino no es un enamorado despechado ni su crimen ha sido pasional –ha dicho Beto Ortiz- el móvil no ha sido otro que el dinero, el vil metal. Por dinero una jovencita decidió contar a miles de personas sus más recónditos secretos, por dinero un despreciable sujeto asesinó a la jovencita que lo había contado todo, por dinero un periodista como Beto Ortiz vende su reputación para conducir un programa basura. Es una exageración –en palabras de Beto: “no resiste el menor análisis”- decir que su sabatino programa tiene algún grado de responsabilidad en el horrendo crimen cometido. Sin embargo, este feminicidio, así como mucha televisión basura, son parte de la misma corrupción, producto de una misma sociedad decadente.

No quiero sumarme al cargamontón -si es verdad lo que cuenta Beto- pero sí llamar la atención sobre una de las características de su malhadado programa. Aclaro que nunca he visto “El valor de la verdad” y lo mucho o poco que sé al respecto se debe a su rebote en otros medios y a lo que el mismo Beto cuenta o comenta en su noticiero de la mañana. Hasta donde sé gran parte de los invitados a someterse al temible polígrafo –sino la totalidad- han sido mujeres. Con excepción de, me parece, un oficial del ejército que, dicho sea de paso, y dada su condición de subalterno, comparte el mismo rol pasivo de la mujer, endilgado por una sociedad en extremo machista. Así como la mujer -dada su posición desventajosa en nuestra sociedad- se ve obligada a mentir, así también el subalterno de las fuerzas armadas se ve obligado a mentir/encubrir. Que el resto de participantes –casi todos- hayan sido mujeres no puede ser pues producto de una simple coincidencia. No quiero decir con esto que las mujeres sean más mentirosas que los hombres; hago hincapié en que las mujeres, a diferencia de los hombres, están más expuestas a la fiscalización por parte de una sociedad abiertamente machista.

Los programas de entretenimiento, sobre todo aquellos que se difunden por señal abierta, tienen un amo y señor al que respetar y rendir pleitesía: el rating. Aquello que no es popular, vale decir, aquello que no satisface el gusto de un público mayoritario, sencillamente fracasa, sale del aire. ¿El rating levantado por “El valor de la verdad” ha dependido de que sus participantes fuesen mujeres y no hombres? Lamentablemente, si la gran mayoría de consumidores de televisión son homofóbicos, los productores televisivos intentarán de algún modo complacer ese prejuicio. Y si la gran mayoría de público es machista, ocurrirá lo mismo. Como muestra, el programa de los sábados conducido por Beto Ortiz. El escándalo que provoque las revelaciones hechas por una mujer levantará siempre mayor polvareda; pues en una sociedad machista, el hombre está autorizado a mentir, a engañar, a ser infiel, a vivir una doble vida (más que autorizado, tales conductas se le consienten y aplauden). La mujer, en cambio, está obligada a rendir cuentas ante la atenta mirada de un público ideal (“ideal” desde la perspectiva del rating; desde la perspectiva social, deplorable. ¿O no están de acuerdo con que el “machismo” tendría que desaparecer?). El escándalo provocado por las revelaciones femeninas –y no sólo en el mundo de la televisión, también en el mundo de los libros- ha tenido siempre enorme repercusión. Como estrategia para conseguir un éxito comercial inmediato, resulta prácticamente infalible. Si la mujer gozara de las mismas libertades que el hombre, sus secretos no despertarían tanto morbo. Éxito que depende directamente de la anteojera machista.

La figura del “feminicidio” es interesante, entre otras cosas, porque contempla el asesinato de la mujer como un fenómeno social. En una sociedad que no fuera machista no cabría hablar de “feminicidio”; igualmente, en una sociedad que no fuera machista, un programa como “El valor de la verdad” tal como ha sido realizado en nuestro medio, no habría tenido éxito o, lo que es lo mismo, no habría salido al aire.