Para mirar el puente

La Revista

Los gritos de los cobradores, el humo que se queda a tiznarle la cara a las paredes, cuando las combis arrancan con furia insolente y el ulular de los teléfonos inteligentes que rebotan en el sillar tras el arranchón torpe de un carterista. Los grafitis antimineros no nos dejarían decir que el tiempo se ha detenido en el Puente Bolognesi. Es evidente que por estas calles el tiempo ha pasado su brocha.

Más de 400 años a cuestas que incluso le han cambiado el nombre al viaducto. Ya no transitan  los caballos por la calle de La Ronda, que luego cambió su nombre a Cruz Verde en el extremo sur y a Villalba en el extremo norte. Ningún jinete se apea ya en la intersección del Puente Viejo, para dirigirse a los tambos a empeñarse en intercambios comerciales. Pero lo mágico es que, aunque el Bolognesi hace mucho dejó de llamarse Puente Real o Puente Viejo, los jinetes melancólicos de otra época aún vienen a conseguir sus monturas de cuero y los cantores compran sus guitarras en la calle que toma el nombre de este puente.

Si alguien pudiera asomarse a la trastienda del 212 de la Calle Puente Bolognesi vería a Apolinario Fernández, el más veterano de los patriarcas vivos de una dinastía dedicada a confeccionar guitarras. Lo verían doblando un listón, o despellejando la madera con el cepillo hasta que la materia prima de sus instrumentos obtengan la textura adecuada. Don Apolinario tiene 64 años de edad y muchos de los instrumentos de cuerda que aun suenan en la ciudad, llevaban su apellido antes que él empezara en el negocio. Salmón Fernández Zúñiga, fue su tío y maestro en este oficio, aunque reconoce en Isaac Rodríguez al maestro que lo perfeccionó en este arte.

Ahora su oficio ha sido transmitido a sus hijos, hijas y, muy posiblemente, las manos de sus nietos jugarán con una guitarra…


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