“Pedéfesis” o la biblioteca portátil

Resacas

Para Vargas Llosa la civilización despunta con el primer contador de historias. Hombres y mujeres reunidos alrededor de una fogata escuchando atentamente el primer relato, evocación de un día de caza o de la muerte agazapada tras la mirada del animal. Volpi, en la misma línea, sugiere que el arte de la ficción ha sido una herramienta en la evolución del hombre; “tan útil como el tallado de hachas de sílice”, porque “nos ayuda a adivinar los comportamientos de los otros y a conocernos a nosotros mismos, lo cual supone una gran ventaja frente a especies menos conscientes de sí mismas”.

De la oralidad se pasó a la escritura y apareció el libro donde se escribieron –y se conservan manuscritas, impresas o en píxeles- la mayoría de historias. Uno de los personajes de Beckett descubre que lo que más deseaba en la vida era que le contasen historias, no que le revelaran la verdad ni le soplaran el secreto de la existencia, nada más que historias con un comienzo, un medio y un final (no importaba si esta secuencia se alteraba; costó acostumbrarse pero ahora podemos seguir una historia cuyo final esté al comienzo y su medio repartido en desordenados fragmentos). Lo cierto es que tantas historias acaban entristeciéndolo a uno. La historia de la lectura, por ejemplo. Ninguna de las actividades realizadas por el hombre escapa al condicionamiento histórico; menos aquellas que, supuestamente, nos hacen más libres.

Al libro le tomó siglos pasar de un formato a otro: del rollo al códice. Cuando apareció la imprenta, el número de títulos existentes pasó de unos pocos miles a 40 000 (hacia 1600); hoy, el número de títulos publicados se calcula en ochenta millones. Ribeyro, maniático lector, inicia sus Prosas apátridas con esta queja: “¡Cuántos libros, Dios y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos!” Cortázar se imagina un mundo totalmente ocupado por libros, donde incluso los océanos no son más navegables pues han sido inundados de libros. Yo mismo llegué a tener una biblioteca de, más o menos, trescientos libros. Para mi pequeño cuarto era una cantidad importante. Pero un poco por necesidad, y otro poco por cultivar el desprendimiento, los fui vendiendo, regalando, perdiendo, olvidando hasta verlos desaparecer, completamente. Mi mochila jamás pesó menos, un verdadero alivio. No imaginaba que un día la tecnología me los traería de vuelta, por lo menos el fantasma de ellos.

La resistencia de los adictos al papel (reconozco sufrir de lo mismo) a la pantalla de un libro electrónico, no se diferencia en nada a la resistencia que opusieron los adictos al rollo al, en su momento, moderno códice. Uno creería que, no importa si en papiro o en pantalla, todo lo que uno quiere es seguir leyendo; cuestión de acostumbrarse al nuevo formato. Sin embargo, los defensores del libro ‘tradicional’ se imaginan que la aparición del e-Reader supone, a la larga, la desaparición de la lectura. Al contrario, la nueva tecnología no se ha olvidado de este vicio impune y hace lo posible por incluirlo en el aluvión de nuevos dispositivos. Lejos de amenazar el futuro del libro, apuesta a su permanencia.

Alrededor del libro se han tejido terribles pesadillas así como las fantasías más disparatadas (la del libro sagrado es una). La más recurrente de las pesadillas tiene que ver con la sobrepoblación de libros y su inevitable hacinamiento. La fiebre del oro no ha sido la mitad de mezquina que la manía y codicia del hombre por acumular papel. En el mundo virtual, esta tara del espíritu ha sido bautizada con el nombre de “pedéfesis”. No pasa un día en que no baje de la red por lo menos un par de textos PDF. La neurosis del PDF. Es así como he recuperado gran parte de los libros que tanto me costó vender, perder, regalar, etcétera. Y más que eso. Ahora poseo una cantidad absurda de libros, la mayoría de ellos no los leeré jamás, así viva cien años. Pero al mismo tiempo –y esta es una de las maravillas del libro electrónico- la fantasía de la biblioteca portátil se hace por fin realidad. A donde quiera que vaya –aunque a decir verdad no salgo mucho- puedo llevar mi biblioteca conmigo (y, por supuesto, el miedo de que me la roben, completita y de un solo jalón).