En países como el Perú, hay un problema específico relacionado con los derechos humanos que no se debate mucho entre los juristas dedicados a esta materia. Las reuniones, publicaciones, eventos y conceptos sobre derechos humanos, amén de las numerosas obras y medios que los promueven, parecen altamente sofisticados en relación a este problema específico sobre derechos humanos. ¿Cuál es ese problema particular? Respuesta: las dificultades o problemas de conocimiento, difusión, identificación e internalización de esos derechos llamados humanos (y los valores modernos inmersos en ellos) en la mayoría peruana, en todos los grupos sociales y biológicos, empezando por la infancia y la adolescencia. Estos no se identifican con esos valores democráticos republicanos porque no los educan con esos valores, sino con otros que corresponden más bien a un abigarramiento ideológico predominantemente tradicionalista, aún no desligado del pasado pre republicano.
En nuestro ámbito hispano andino, lo que predomina es la ignorancia o displicencia con respecto a los derechos humanos (por rechazo a los valores que implican) aunque hasta sus enemigos públicos recurran a ellos cuando se sienten afectados por una supuesta o real violación o amenaza de esos derechos. Aunque luego abominen de esos derechos, como esa abrumadora mayoría que apoya en Trujillo a un policía que dirige un “escuadrón de la muerte” sospechoso de asesinar supuestos o reales delincuentes; o a esos que no están de acuerdo con la campaña de la alcaldesa Villarán a favor de la igualdad de derechos efectiva para los homosexuales.
Lo que se estila de parte de los promotores y defensores de derechos humanos, es criticar las violaciones y defender jurídicamente a las víctimas. Eso está muy bien; pero siendo un gran problema que, en países como el Perú, los valores en que se fundan esos derechos humanos no coinciden con los valores sociales realmente existentes, con los que se educa a los niños y adolecentes de carne y hueso, en los que cree esa mayoría abrumadora ¿no deberíamos empezar por aquí tal vez? En todo caso, no parece impertinente que alguien se ocupe, aún de manera inicial, hipotética y sucinta, de este asunto: los derechos humanos no están internalizados en la conciencia o sub conciencia de la mayoría peruana, no son parte de su identidad, de sus creencias, valores o paradigmas. ¿Por qué esta mayoría (incluidos muchos profesores de derecho) no internaliza los valores implicados en los derechos humanos, que son principios generales de derecho, es decir, de comportamiento humano? ¿Por qué no se vuelven asunto personal en el Perú? ¿Por qué no se vuelven nuestros? El alma predominantemente católica y tradicionalista siempre preferirá sus valores en caso de incompatibilidad con los valores modernos, con los valores de la Constitución. Y no es infrecuente. Algunos peruanos de buena fe trataron de conciliarlos infructuosamente: eso no es posible porque sus principios mutuos son incompatibles. Y de ahí la mescolanza y la inconsistencia: se busca la modernidad sin dejar el tradicionalismo.
La cuestión entre nosotros es quién educa al educador, quién moderniza al modernizador, quién democratiza al democratizador. Si, como dijo Douglas North, lo decisivo en la vida social son los esquemas mentales, paradigmas, creencias o valores de aquellos que toman las decisiones, se deberían estudiar con más detalle las dificultades ideológicas para el arraigo social de los derechos humanos en países como el nuestro, cuya colectividad se funda en valores básicamente pre modernos: tradición, pasado, autoridad, orden, repetición, costumbre, etcétera (Lo cual no quiere decir que haya consecuencia con ellos, que se viva conforme a ellos). Queremos contribuir, a pensar en los problemas de derechos humanos desde la perspectiva de la educación del niño y del adolescente en un contexto específico: el hispano andino.
Se requiere una pedagogía básica y de calidad para niños y adolescentes sobre derechos constitucionales o humanos, porque no la hay: una cultura cívica, que no hay que confundir con la “educación cívica” del colegio, que no es educación y no es cívica; que se mezcla con una pedagogía tradicional (basada en valores incompatibles con los valores democráticos) que siempre deviene predominante. Una cultura cívica se basa en los derechos de los ciudadanos, está fundada en los valores que se suponen de todos ellos sin excepción: los valores constitucionales. Se llaman cívicos de civitas, de ciudad, de civilidad, de ciudadano: es decir, de quien ha aprendido a convivir con otros seres libres e iguales ante el derecho en la ciudad: civilizado. No hay ni podrá haber una “cultura cívica” en el Perú, mientras a los niños peruanos se les ofrezca un mal y simulacro de “educación cívica” y catecismo juntos y revueltos. La cultura cívica no se puede fundaren valores tradicionales, propios de “hijos de la Contrarreforma” (Octavio Paz), es decir, de seres bien poco democráticos en las esferas social, política, laboral, doméstica, cultural, educativa, etcétera. ¿Se revisan críticamente los paradigmas realmente existentes en educación?
Una cultura que no confunda derechos humanos, basados en valores modernos (dignidad, libertad, igualdad de derechos, tolerancia, pluralismo, etc.) con la caridad o la compasión cristiana por los pobres o desheredados, el paternalismo o asistencialismo, como ocurre en algunas instituciones o grupos políticos y autoridades del Estado. Esa confusión se transmite y se vuelve imagen mayoritaria y los derechos humanos, integralmente entendidos se vuelven fantasmales, porque se reduce el todo a un aspecto excluyente (la derecha privilegia la economía de mercado; la izquierda la igualdad). Sin embargo, la libertad y la dignidad no pueden excluirse en aras de la igualdad, como ocurre en Cuba por ejemplo. Y no es lo mismo valores democrático liberales que valores cristianos, aunque sean de izquierda. No se es demócrata sin amor por la libertad, porque la democracia es un sistema político que está hecho para protegerla y promoverla. Como decía el excelente escritor Rafael León: “La mayor dificultad que enfrentan los grupos que promueven los derechos humanos es la imagen que proyectan ante la opinión pública”. ¿Cuál es esa imagen? Justamente, la de la izquierda (democrática) cristiana. Esa que representan en forma brillante Susana Villarán (alcaldesa de Lima) o Rocío Silva Santisteban (nueva secretaria de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos en el Perú). Hay un sesgo muy fuerte hacia la igualdad, en detrimento de la dignidad y la libertad, que colisionan con el catolicismo a la peruana. Habría que pensar primero en los escollos más decisivos que hay que vencer para despejar el camino hacia la internalización de valores modernos y la construcción de una sociedad desarrollada o civilizada a la peruana. Lo que parece consensual es que la educación es el factor determinante; en consecuencia los niños y adolescentes constituyen la humanidad esencial, el campo en el que hay que trabajar por una cultura cívica de verdad.
La democracia es un sistema basado en la protección de la libertad, de la dignidad y de la igualdad ante la ley de las personas; no en los valores pre republicanos que aún están vivos y coleando. Una educación cívica es una educación a partir de los principios de la constitución democrática republicana. Este trabajo quiere centrarse en esos principios esenciales de la Constitución, pensando en ese decisivo público infantil y juvenil peruano que no tiene mucha idea de ellos por las razones que dimos antes y porque los canales de difusión no existen o están bloqueados o distorsionados o no hay emisor interesado. No quiere ser un trabajo de vulgarización (democratización no es vulgarización) aunque pretende ser lo suficientemente claro para ponerse al alcance de ese público estudiantil en formación, que jamás ha tenido una educación cívica.
Y si de repensar en derechos humanos para niños y adolescentes se trata, no se puede soslayar en esta reflexión la infaltable visión del mundo y de la vida del que defiende, reflexiona, habla, escribe, ataca u opina sobre ellos; la perspectiva involucrada en sus ideas y actitudes respecto a esos derechos: sus paradigmas. Esto también se suele llamar “ideología”, pero hay que aclarar el sentido en cada caso, dependiendo de lo que entendamos por “ideología”. Unos usan el vocablo como sinónimo de cosmovisión o concepción del mundo, ni más ni menos. En este caso los conceptos permanecen indiferenciados. Pero también se usa el término “ideología” en forma más restringida, en sentido peyorativo o despectivo, según la tradición hegeliano marxista (como falsa conciencia, enajenación, manipulación, adoctrinamiento, etc.)En el primer caso (la ideología como sinónimo de cosmovisión) no hay ningún problema, porque todos tenemos una y en ello no hay nada reprochable. Es inevitable además. Pero no todos, aunque si una enorme mayoría nacional, siguen una (abigarrada) ideología en sentido peyorativo, como dogma eclesiástico, política, familiar, etc. Y es que la educación mayoritaria es dogmática, acrítica, autoritaria, repetitiva, tediosa, etcétera. Sin embargo, no todos los seres humanos están “ideologizados”, “adoctrinados”, “concientizados”, etcétera, en este segundo sentido. Y muchos que lo estuvieron ya no lo están: la crítica y la autocrítica los sacó de ese estado mental.
El nombre no es lo importante, sino el actual fenómeno masivo de manipulación, agravado con la potencia de los medios visuales, generalmente mal utilizados en nuestros países. También del tema de los derechos humanos se puede hacer una ideología. Sin crítica y autocrítica, sin constante renovación, aún los defensores de causas nobles se pueden dogmatizar y burocratizar y los derecho humanos banalizarse y volverse inocuos.