Prepotencias ediles: lobo estás?

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De todas las personas que tenemos la obligación y el deber de observar, respectar y cumplir la ley y las normas, son las autoridades las llamadas a pregonar, demostrando con sus actos y ejemplar función, el respeto irrestricto que se debe ejercer frente al ordenamiento jurídico vigente. Es así como podemos diferenciar civilidad de barbarie.  Sin embargo, una rápida revisión periodística nos lleva a una triste e inesperada conclusión: no son pocas las autoridades municipales que, a lo largo y ancho del país, no dudan y escatiman juicio en pisotear el derecho de los ciudadanos y las normas urbanísticas mas elementales.

Las historietas que vienen al caso son todas concurrentes; desde  un desubicado alcalde de Maynas, que no entró en vainas y mando demoler el emblemático edificio de la propia municipalidad, para reemplazarlo por uno “mas moderno”; hasta aquel otro alcalde de La Molina que, en complicidad con oscuros sujetos, manda invadir terrenos de propiedad privada para sacar ventaja y provecho personal, con la disculpa deleznable de mejorar la vialidad de la zona.

También hay aquellos que sin ser arquitectos, ni mucho menos, señalan con poderosos dedos sobre el papel, cómo quieren dar forma a sus “ideas”, siempre tan caprichosas como ampulosas, como esos inubicables monumentos al juanete, esos techos translúcidos del Mercado de Cerro Colorado o , sin ir mas lejos, esos palacios de plástico verde; todos como  jugando a ser diosesillos, mientras el cargo –o el disfraz-  lo permita.  Y como el tiempo es cruel y no retrocede, ni se detiene, el gobierno edil queda convertido en una irrefrenable carrera por hacer obras, obras y mas obras.  Una carrera en que la técnica de correr no importa, la dirección tampoco. Aquí manda la cantidad, pues la calidad es cosa de tontos y mensos.  La cosa es inaugurar para tener algo qué fotografiar; pues de lo contrario, cual sería el negocio?

Y hay que ver cómo se enfadan cuando les dicen, en su cara, que antes de obras hacer, meditar, pensar y planificar hay que ejecutar. En su reciente visita, el ministro de Transportes y Comunicaciones no pudo ser mas claro en indicar que no se puede ahogar la ciudad con un tsunami de obras (como era el cruel deseo del alcalde Zegarra) y que la primera etapa del SIT operaría recién en el 2014, es decir, después de pensar, meditar y planificar.  Imagino que luego de semejante descuadre el verbo “planificar” haya descendido a los infiernos  sinonímicos de las malas palabras en despachos ediles; pues el bendito termino es ahora equivalente de “gasto innecesario”, “entorpecimiento del desarrollo y la modernidad” y, “obstáculo burocrático”, entre otras  antojadizas acepciones.  La cosa era hacer obras. Lo otro no es nada o no importa. Las obras se ven, lo otro no. Las obras son inaugurables, lo otro no. Las obras son políticamente capitalizables; lo otro, no.  Y cuando alguien ha puesto el dedo en llaga y saltó la pus, raudas medidas cautelares, entre otras míseras leguleyadas, afloran por doquier, con tal de intentar negar  el sol de mediodía, dejando advertir la verdadera faceta oculta tras otra de mentira.

Somos devotos de una gestión edil solvente, moral  y, sobre todo, inteligente; pero no estamos en condiciones de seguir tolerando esas personalidades bipolares que asumen algunos señores alcaldes que, de pronto, asumen el papel de señores feudales o landlords; decidiendo el futuro de todos en función de incontrolables apetitos personales de poder y no de servicio desinteresado, como debe ser una auténtica gestión edil.  Los alcaldes son los sirvientes civiles de mas alto rango y su actuar prepotente no los convierte en dioses, sino mas bien en personas odiosas, bajas y depreciadas, como lobos hambrientos disfrazados con peluche en busca de presas electorales.  En las próximas elecciones municipales, ojalá tengamos que elegir entre ciudadanos con auténtica vocación de servicio y no entre ciudadanos con patética vocación de cacicazgo y vicio.  Aprendamos a distinguir corderos de lobos, a menos, claro está, que querramos repetir platos amargos y sinsabores, otra vez. Lobo estás?