Ahhh, una cosa es hacerlo envuelto en el frío y oscuro enmayolicado de la casa, a sabiendas de un espejo, una ducha eléctrica, un foco ahorrador, quizá plantas ornamentales, un inverosímil tapete acolchado color pastel y un piso “WELCOME” y otra es hacerlo bajo un cielo serrano o un cielo de pájaros, sol quemante, aromas de pastos que se ondulan de Sicuani a Tinta o de San Pablo a Urcos o al revés dependiendo de los vientos. Es otra cosa hacerlo al pie del cerro forrado de roca negra, ¿por qué ese color? Pero antes, cuentan, era mejor, según mi padre no, aunque esa ausencia de confort se convirtió quizá en una de las mejores anécdotas para contar. Ahora que lo pienso anécdota es poco. “Uy hijo antes era peor ¿te acuerdas?, la gente corría detrás del cerro con un rollo de papel en la mano, hombres, mujeres y niños”. Primero las mujeres porque siempre fueron más blandas de la tripa, luego los niños porque en ese lugar los padres siempre andaban muy ocupados y no exigían a los críos beber del caño mágico las fabulosas aguas purgantes. Yo casi no recuerdo cuando los baños eran la punta del cerro que la gente atravesaba como si de un campo minado se tratara.
De puntitas
Sin hacer ruido
Ni mirar al costado
Sólo tomaban asiento y pasaban compartida vergüenza como todos los demás, pero curando el cuerpo de bichos, lombrices y estreñimientos a causa de tanto animal muerto que se tiende en el plato como cosa normal. A mí me hace daño la res, el cordero y la política.
Lo que sí recuerdo es una lista en el muro de adobes indicando las propiedades del agua milagrosa de San Pedro, Provincia de Canchis, departamento del Cusco. ¿Cataratas?, agua del subsuelo sanpedrino, ¿hongos?, agua del subsuelo sanpedrino. Herpes, reuma, soriasis. Hígado, riñones, estómago, pulmones. ¿Baja potencia sexual? agua del subsuelo sanpedrino. Catorce vasos de coco al ras son suficientes para expulsar los demonios que dejan la carne, la fritura y la basura envuelta en papel chillón. Eso sí, el sabor del agua santa sabe a enfermedad pero es más buena que el pan con pescado o la promesa cumplida.
Al templo de la divina purgación de San Pedro, ahora cercado con muros y tejas, baños con puerta, baterías de cilindros con agua, ambulantes que sobre todo venden papel suave, rosado, con patita de perro y extra suave, van pobladores de toda laya y rincones del país a deshacerse de las pestilentes consecuencias de un pasado glotón o en busca de la cura a su mal. Yo recuerdo haber llegado a finales de la década del ochenta con una tacita de plástico y el verbo alegórico de mi madre encima, toma, toma el agua para que botes los gusanos de la panza por tanto dulce carajo. Por cierto, hay que beber catorce vasos y prescindir de la fe porque el agua de San Pedro es ciencia que no aguanta majaderías. Si en catorce vasos el burbujeo del hundimiento de un crucero no se hace presente hay que aumentar la dosis a veinte y saltar como ordenados por un cañón de escopeta, seriamente, sin aspavientos, evitando superar los diez centímetros. Nunca se pase de copas cuando se trata del agua subterránea de San Pedro, “podrías llegar a escupir todos los órganos del cuerpo” y ponerte blanco como un diente.