Enseñar, desprender orejas, enseñar

Amor al chancho



Cuando yo tenía 9 años y la internet no pasaba de ser una elucubración sobre lejanas técnicas informáticas de comunicación marciana, lo único novedoso que podíamos encontrar en nuestras núbiles vidas era el Nintendo (S/0.30 el cuarto de hora donde la tía lagartija)y las formas que se le ocurría a cada profesor para castigar a todo aquel que incumplía los deberes del buen colegial, aquel que decía una malapalabra durante clase o si en el oral de historia en vez de responder Constantinopla decías cataplasma, sobre el pucho, o qué se yo, tantas cosas se podían hacer en el colegio a esa edad.

Cuando tenía 9 la letra seguía entrando con sangre impunemente, las masacres se sucedían con rigor frente al pizarrón donde chillaba la tiza y chillábamos también los alumnos de primaria, algunos por inquietos, otros porque sufrimos crisis de distracción y otros, la verdad, porque nacieron para poner a prueba la tolerancia de los maestros. Proyecto que hasta hoy fracasó.

Fuete, correa, palo o pellizcón…

Rama de membrillo, jalón de chuleta o lapo en el pescuezo.

Esa era la ley, la ley del  coscorrón, con el dedo medio sobresaliente y humedecido con un poco de saliva de la misma punta de lengua.

Pero yo hablo de épocas en que ya nos habíamos acostumbrado a que la selección no vaya a los mundiales. Cuando comprar condones en la farmacia era como confesar desde el campanario que Satanás tomaba el té en casa de uno todas las tardes. Para ser más exactos, cuando yo tenía 9 años la única calata pública aparecía en mi libro de Naturaleza y Comunidad. Ahora las cosas han cambiado.

Más de 20 años después de haber recibido coscorrones como si se tratara de correctivos al paso,  tengo entendido que se respetan los derechos del alumno por más “foraja” y lo del golpe es pasada que no viene a cuento porque la bestialidad no subsiste en el terreno de la enseñanza, por eso me parece inverosímil que todavía existan profesores que maltratan cruelmente a niños de nivel primario, alumnos que están para nutrirse de conocimiento y no para ser víctimas del mal genio o el desequilibrio emocional y, por último, el nulo profesionalismo de falsos profesores que siguen creyendo, como hacían el siglo pasado, que por alguna perversa razón la sangre canaliza el entendimiento dejando entrar la letra y finalmente generando conocimiento.

Sería como decir que un mormón blanco es más inteligente que un afro descendiente sólo por ser blanco (ojo, no es una alusión a la reelección de Barak)

Según Perú 21 del sábado 10 de noviembre, el profesor Rubén Bernal Vargas del colegio “Gran Almirante Miguel Grau” (El Pedregal) le desprendió parte del pabellón derecho a una de sus alumnas del quinto grado de primaria. Un hecho sin la más remota justificación. Pero ¿Cómo se desprende el pabellón de una oreja?, evidentemente de un inmisericorde tirón, ¿quién desprende el pabellón de una oreja a un niño? evidentemente un miserable. Si usted siente mayor curiosidad inténtelo en casa, pídale a un amigo o vecino que tire de su oreja hasta que se le desprenda el pabellón. Al final de la prueba tenga en cuenta que lo mismo le hizo un hombre adulto a una niña de sólo 10 años, su profesor.

Según el diario, sobre “el monstruo de El Pedregal” pesan otras 5 denuncias por maltratos que habrían dejado con lesiones graves a más alumnos de primaria. Al respecto el gerente regional de Educación, Pedro Flores Melgar, bla – bla – bla – bla – bla…

Dicen las lenguas del sector que dentro de 30 “largos” días la Ugel -La Joya habrá determinado una sanción para el matón inmoderado, es decir que si dicha dependencia hace bien su trabajo, asumo que lo único que enseñará Rubén Bernal Vargas por el resto de su existencia será una grave denuncia que lo aleje para siempre de las aulas ¿o es posible que vuelva a enseñar, desprender orejas, enseñar, pegar, enseñar, maltratar? Espero que no.