El pasado viernes 16 se presentó en la biblioteca del ICPNA el libro La pantalla detrás del mundo (Lima, 2012, pp.434) con la participación de Juan Carlos Ubillluz, editor o “director” de libro; José Luis Ramos y Jorge Monteza, presentadores.
“Sabemos, al menos desde de Oscar Wilde, que el arte no imita a la vida sino que la vida imita al arte”, dice en la contratapa de La pantalla detrás del mundo (Lima, Red para el Desarrollo en el Perú, 2012). Este presupuesto, fundamental a lo largo del libro, tiene como función deshacerse, de plano, de esa creencia común y generalizada de que el arte representa la realidad para ser entendido más bien como productor de sentidos, productor de realidades. Presupuesto al que habría que agregar que cada época se caracteriza por el predominio de un arte sobre los otros, respecto del poder de influencia en la vida cultural. Así, por ejemplo, en el siglo XVII fue la pintura el gran arte; en el XVIII, la música; en el XIX, la literatura; y en el siglo XX aparece un nuevo arte, el séptimo, un híbrido compuesto de otros artes como la literatura, la música, el teatro y, cómo no, una dosis de magia e ilusionismo tal como entendía el cine George Meliès, uno de sus fundadores. A esto hay que agregarle también que cada época privilegia un tipo de código sobre los demás: en la edad media era la palabra (oral) la que centraba el valor de verdad; en la modernidad es la escritura (el documento habla), y en la actualidad, postmodernidad si se quiere, es, según ya varios autores, la era de la imagen; más aún para autores radicales como Geovanni Sartori, el hombre actual ha pasado de ser homo sapiens a homo videns. En tal sentido debemos asumir que el cine es el arte que, no sé si mejor, pero sí el que más interpreta y recrea el mundo actual y más influencia tiene en nuestra época. He aquí, entonces, la importancia y valor de este libro (dirigido a la manera de un largometraje por Juan Carlos Ubilluz) que con argumentos sólidos y originales, estudia las ficciones fundamentales de Hollywood.
Ahora, el que este libro sea un análisis de las películas hollywoodenses y no del cine en general, no es antojadizo; pues así como hay un predominio de un arte, también hay el predominio de un lugar, de una marca desde donde se ejerce cierta hegemonía, y es a esto a lo se aboca el libro; a la relación entre las ficciones de la cultura de Hollywood y la hegemonía cultural. “El objetivo de este libro es (cito el “tráiler” o introducción) indagar sobre cómo la pantalla de Hollywood funciona como soporte ideológico de nuestra época” (12). Para entender mejor este objetivo es preciso referirnos a una interesante observación del “director” (entre comillas también) acerca del título del libro: La pantalla detrás del mundo y no el mundo detrás de la pantalla. Esta segunda opción se esperaría de una lectura representacionista, es decir, de la creencia de que el arte imita la vida. El objetivo de este libro se condice más bien con la inquietante verdad de que la vida imita el “arte”, y en esta reutilización de la expresión de Wilde, aplicada para referirnos a las películas de Hollywood, me permito poner también entre comillas la palabra arte. Y si bien el cine es un ser bicéfalo: una cabeza para el arte y otra para el entretenimiento, no quiere decir que el arte no entretenga, pero tampoco es su fin último. Es cierto que el arte como el amor probablemente es de las cosas que no se pueden definir de manera precisa, sino más bien debemos entenderlo como una tensión entre las cosas, a veces opuestas, que se dice de él. Este libro plantea dos maneras de entender el arte, una desde el método psicoanalítico, dice a la letra “en el texto estético no hay solo significantes (lo simbólico) y significados (lo imaginario), hay también y principalmente el goce (lo real). Y, diremos, desde esta perspectiva el libro indaga cómo toda película invita a gozar de manera perversa con las películas de asesinos en serie o gozar a la manera narcisita con las comedias románticas o a través del terror que producen los relatos apocalípticos para finalmente aliviarnos con un nuevo pacto social profundamente conservador con el padre (la figura simbólica del orden y la ley). La otra forma de entender al arte es “como un proceso de verdad que hace visible aquello que es invisible para una cultura” (26), un tipo de discurso que horadan los saberes aceptados de una situación sociopolítica determinada y apuntan a una nueva manera de ser, según Badiou. Creo que entre estas dos maneras de entender al arte se produce una tensión sin que una invalide a la otra, por cierto.
Para ejemplificar mejor esta idea me remito a la “secuencia” o capítulo de películas de desastres. En los que se nos hace notar que los relatos apocalípticos son parte de un antiguo imaginario provenientes de relatos bíblicos como el Apocalipsis, Sodoma y Gomorra, el diluvio universal. Son estructuras antropológicas de las que se vale este género de películas para articular un discurso donde el sistema dominante (cultura hegemónica) termina por imponerse. Félix Lossio cuando analiza estas películas plantea una aparente autocrítica y llamado a la reconciliación entre las diversas culturas. En tanto hay una restitución del padre salvador, que en buena parte de los casos suele estar representado por el presidente de Norteamérica, quien hace el llamado a asumir nuestras culpas y reconciliar nuestras culturas, afirmando el multiculturalismo; pero eso sí, sin pretender la transformación. Por lo tanto lejos de subvertir el status quo, lo reafirmar. “Se tolera al Otro-folklórico en tanto no cuestione la universalidad del capitalismo”. Por otro lado están las películas Ceguera y Niños del hombre, que sí parecen plantear una transformación radical. Lo interesante de estas además es que no son producidas en Hollywood, quisiera acentuar esto para justificar mis comillas en la palabra arte aplicada al cine hollywoodense. Y, como anota Ubilluz, psicoanalíticamente hablando, “Antes de apelar un retorno al padre, aquí se deposita una tibia luz de esperanza en el hijo” y se anuncia sutilmente un nuevo orden. Sin embargo la transformación radical es lamentablemente solo aparente.
No obstante, otra observación de Ubilluz es fundamental, que Hollywood no es el Ministerio de Cultura de los EE.UU. Ni que trabaja en contubernio con las transnacionales o el Pentágono, comprender esto es fundamental para no caer en interpretaciones paranoicas que por lo general son estériles; sino más bien entender a Hollywood como una industria que está al servicio -desde el punto de vista psicoanalítico- del goce y el deseo. Y si tienen una tendencia dominante, ha de ser sencillamente porque hay deseos que son más comerciales que otros. Y en nuestra época estos modos de goce son, según se describen en el libro, el imperativo narcisista, el imperativo de la perversidad, un sentimiento de vacio a causa de la desaparición del Otro colectivo; para afirmarlos o solo para evidenciarlos pero también, y esto es importante anotarlo, para cuestionarlos.
Pienso al propósito en Truman show (Peter Weir, 1998), esta película donde el personaje está atrapado desde su nacimiento en una serie televisiva, es decir, es un personaje sin saberlo, y cuando lo descubre quiere, desea su libertad, desea salir de la pantalla. También pienso en La rosa púrpura del Cairo (Woody Allen, 1985), donde la protagonista lleva una vida anodina, insignificante y vacía pero encuentra esperanza en la magia del cine, por lo que su deseo es interactuar con la ficción y, de manera mágica, lo va a lograr. Y eso, paradójicamente, la hará reconciliarse con la vida. No obstante, estas no son tesis que discutan entre ellas o se opongan sino, son metaficciones a cerca del cine. Quiero decir que el cine no es precisamente una cárcel, sino un lugar donde nuestros deseos, a veces no descubiertos, se encienden y nos permiten soñar, anhelar, ver lo que no veíamos y estar disconformes con lo que antes éramos indiferentes. Pero también puede ser una cárcel de la que es preciso liberarse y no me refiero a dejar de ver cierto tipo de películas sino a saber verlas.
Este libro, un trabajo de varios investigadores de primer nivel, baste mencionar los nombres de Juan Carlos Ubilluz, Víctor Vich y Marcos Mondoñedo; me ha producido una lectura entusiasmada, gozosa y muy reflexiva, y cuyo discurso, al decir de Badiou, es de los que horadan los saberes aceptados y apuntan hacia una nueva manera de ser, cita que en el libro se utiliza para reforzar el concepto de arte; por eso y por la originalidad en sus análisis se emparenta con el arte; pero al mismo tiempo es una herramienta semiótica para mirar de manera crítica la pantalla que está detrás del mundo.