“Perversidades electorales”

Columnas>Ecopolis

columna

Dice el viejo dicho: “La mujer del César no sólo debe serlo, sino también parecerlo”, en una clara referencia a que no basta lucir exterioridades banales cuando hay importantes y profundas carencias internas. Algo de este proverbio es aplicable a quienes hoy asumen –o pretender asumir mañana- la responsabilidad de llevar de la mano una ciudad, o una comunidad, por el camino del desarrollo, el progreso y la prosperidad; pues no basta con aspirar a ser alcalde, o ser alcalde electo, para garantizar un mandato exitoso en materia de gestión del desarrollo urbano de una determinada localidad. Digo esto, a la luz de las débiles capacidades de gestión urbana que se observan en la mayor parte de ciudades, a lo largo y ancho del país, sin que hayamos reparado mucho en el asunto, pues la mayoría de ciudadanos y electores piensan que un alcalde tiene el derecho -casi sagrado- de “aprender el oficio” sobre el caballo, una mala práctica que nos está costando muy caro.

Pareciera ser que nadie se ha preocupado en pensar que asumir una alcaldía -o una curul, a la sazón- debiera dejar de ser tomada como una libertad para cualquier ciudadano que se antoje o que nos antojemos de colocar en el sillón; pues debiera constituirse, mas bien, en un elevado privilegio. Y como privilegio, los peruanos deberíamos ser capaces de escoger de entre nosotros -muy cuidadosamente, y casi con rigurosidad científica- a aquellos que ofrezcan los pergaminos y las cualidades más altas compatibles con ese altísimo privilegio; y no como ahora vemos –y sufrimos- con alcaldes que no saben qué hacer con el presupuesto de la ciudad (obelisco al juanete) y con congresistas que no saben qué legislar (moción de saludo al guachimán de la esquina por su cumpleaños).

Preocupa que el actual alcalde, por ejemplo, haya manifestado su “indignación” al señalar que su gestión no tiene un presupuesto digno, aduciendo que hay otros municipios (distritales) que manejan más presupuesto. Nada más patético y perturbador por cuanto quien lo dice es incapaz de sentarse en la mesa con todos los alcaldes distritales del Área Metropolitana de Arequipa y simplemente coordinar tareas para que el presupuesto conjunto (buena parte de los 961 millones de soles) sea invertido en acciones que beneficien no solo a los propios distritos, sino a la metrópoli en su totalidad; por lo que hay que tomar con pinzas los alaridos que Arequipa no tendría presupuesto municipal. El problema surge cuando cada alcalde distrital olvida que la ciudad es una sola a pesar de estar conformada por “n” distritos. Falta por tanto, -y no me cansaré de repetirlo aunque saque ronchas- que Arequipa requiere la aplicación de los fundamentos más básicos y esenciales del “urban management”; para lo cual requerimos de “urban managers” o gerentes urbanos, personas que sepan gerenciar una ciudad, a diferencia de aquellos que piensan que ser alcalde, no es más que un trampolín para continuar en pos de algo más alto, más atractivo, mejor remunerado y con más poder de por medio.

Ser alcalde es un acto de sacrificio por servir a los demás y no un medio para servirse; por tanto, dicho privilegio debiera ser otorgado mediante un sistema que evite que por los vacios y rendijas del actual sistema democrático, se cuelen quienes debieran haber quedado en el colador. Pero si el colador tiene agujeros grandes, nuestra próxima suerte municipal -o congresal- estaría echada, haciendo de las nuestras, unas elecciones auténticamente perversas.