Los inconsolables, la novela-pesadilla

Resacas

Los Inconsolables

Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki, en 1954; a la edad de seis años su familia emigró a Londres, ciudad en la que el escritor radica actualmente. Sobrepuesto del éxito de su tercera novela, Los restos del día (1989, adaptada luego al cine), publicó Los inconsolables (1995).

Los inconsolables es una novela extensa, 576 páginas en la edición de Anagrama, traducida por Jesús Zulaika. De esos libros que para leer debe uno recostarse y apoyarlo contra el pecho, como una pesada lápida. Esa opresión en el pecho propia de las más logradas pesadillas. Un lector decimonónico –habituado a Balzac o a Flaubert- habría desistido a las diez páginas por encontrarla plagada de errores, la habría descartado inmediatamente tachándola de novela pesimamente escrita. Lo que hace un siglo habría significado un completo adefesio, hoy –post Kafka y sus adláteres- se convierte en un tour de force del absurdo. Obliga al lector a pasar por alto aquellos elementos considerados indispensables para que una novela sea efectiva. Pese a ser un relato escrupulosamente lineal –cronológicamente hablando- rompe una serie de convenciones contra las que pocos se han atrevido. El punto de vista hace agua, los escenarios se confunden, la relación causal de hechos desaparece atentando contra el principio mayor de la literatura: la verosimilitud.

El protagonista de la novela posee un pasado cambiante, proteico, en constante modificación. Ejemplo: Ryder –el protagonista- conoce a una mujer; páginas después resulta que han tenido un pasado juntos; páginas después, conoce al hijo que tuvo con esta mujer. El pasado de Ryder va mutando a medida que transcurre la novela. El desconcertado sujeto no hace otra cosa que adaptarse, o más bien, intenta asumir los diferentes roles que la trama le va planteando. En ningún momento aparece un mínimo rasgo metaficcional –tipo La niebla o Beckett- que develaría al demiurgo sometiendo a su criatura a sus caprichos de autor omnipotente; tampoco la más leve insinuación metafísica –al estilo de Kafka- que le permitiría al lector intuir la presencia de un orden superior. La pesadilla de Ryder consiste en ser el protagonista –el antihéroe- de una novela escrita al margen de las más básicas convenciones narrativas. La irrupción del caos obliga a su narrador a un perpetuo reajuste.

El primer problema que plantea la novela es la identidad de su protagonista. Si el yo resulta de la acumulación del pasado y el pasado se resiste a permanecer fijo e inalterable, es posible que la totalidad de los caracteres se impriman en un mismo sujeto. Ryder oscila entre el artista sensible y tímido y el más despiadado de los brutos. Sin embargo, ninguno de estos extremos suscita la más mínima reflexión; Ryder está demasiado ocupado en sobrellevar una serie de contratiempos –Los inconsolables es también una novela de aventuras cuyo paralelo con La Odisea no sería descabellado- como para detenerse a pensar un momento siquiera en cuestiones de tipo filosófico o existencial.

La novela está narrada en primera persona. Punto de vista que se sostiene a lo largo de las 500 páginas excepto en contadas ocasiones que muta hacia un narrador omnisciente. La verosimilitud se desmorona. Se echa por tierra otro más de los principios básicos de la narrativa. Ciertos acontecimientos que no podrían haber sido contados por el narrador se desarrollan en nuestras narices, aumentando nuestro desconcierto. En un pasaje de la novela, Ryder se queda esperando en el auto mientras uno de los inconsolables entra a una casa a hablar con la mujer que vive ahí. Mientras Ryder permanece en el auto nos cuenta, con pelos y señales, las incidencias de la penosa charla que ocurre al interior de la casa, como si fuese testigo presencial. Cuando aquel personaje vuelve a ponerse frente al volante, la fuga omnisciente vuelve a su cauce original –la primera persona- y la novela prosigue sin asomo de culpa por haber transgredido otra de sus normativas. El carácter surrealista de muchas de las escenas –magistral aquella que ocurre en el cine mientras se proyecta 2001 de Kubrick- no hace sino acrecer la atmósfera total de absurdo y pesadilla.

El título de la novela –Los inconsolables– alude a todos los personajes que la componen. Uno más desgraciado que el otro. Cada uno de ellos, tarde o temprano, termina recurriendo a Ryder en busca de consejo, de una solución a sus conflictos o simplemente en busca de un oído sensible capaz de compadecerlos. El relato principal –los preparativos para el concierto de piano que dará Ryder- se bifurca en una serie de relatos marginales que compiten en patetismo.