La pérdida de un ser querido es siempre oportunidad para reflexionar sobre la vida y el inexorable paso al más allá, paso que todos, sin excepción, daremos alguna vez. Las partidas sin retorno son invariablemente dolorosas y todas dejan huellas imborrables. Hoy tocó partir a un par de personas muy especiales en mi vida y son sus tempranas partidas motivo de estas cortas líneas.
Alargar la vida es algo que todos quisiéramos lograr. Alejarme de la muerte y no tener que enfrentarla jamás es algo que de niño siempre me rondo en la mente; hasta que me tocó enfrentarla y verla arrebatándome de las manos primero a mi madre y luego a mi padre. Odié la muerte, pero ya la perdoné; porque al perdonarla reafirmé mi vida y al hacerlo, he reconocido también su imbatible superioridad. Reclamar vida eterna? Sí, pero no vida terrenal, por lo insufrible que sería vivir en medio del dolor y la pena que impregna este valle de lágrimas. Vivir más? Tal vez sí; siempre y cuando hayamos logrado hacer de nuestra corta existencia una que haya valido la pena y que haya dejado tras sí una pequeña huella a seguir.
Es acaso la vida un sueño del cual despertamos cuando nos toca partir? Es la vida un suspiro, pues cuando menos pensamos ya ese alguien no está? La vida es demasiado corta, a veces pienso y tal parece que el tiempo se acortara cada día más y que el paso de las horas se acelerara a cada instante, como queriéndonos llevar más a prisa al futuro… a la muerte?; Cual es la prisa para hacer de la vida un corto, efímero y fugaz sueño? Y todo pasa tan rápido que muchas veces no da tiempo para sentarnos a valorar, describir y rememorar momentos pasados con ese alguien que, de pronto, ya no está más en la silla de esas agradables mesas compartidas.
Alargarles la vida hubiéramos querido, por mas imposible tarea que ésta sea. Batalla perdida? Lucha desigual? Es la ley imperativa y es la ley de leyes. Entonces por qué pensar en alargar la vida, si no es para sufrir más? Para qué pretender vivir más si la vida es un concepto auto limitado a su propia esencia, pues vida y muerte son indisolubles; tal cual ocurre en todo eso que hemos dado en llamar “naturaleza” y de la cual formamos parte? Morir no es más que cerrar un círculo. Dejar la vida material y empezar la vida inmaterial es algo trascendental y como tal, superior a muchas elucidaciones humanas. No obstante, la vida seguirá siendo un asunto del cual sólo sabemos un ápice, mientras la muerte un misterio del cual no sabemos tal vez nada.
Y llegará el momento de preguntarle a la vida: “Vida, qué te debo?” Me permito licencia para responder con un fragmento de Amado Cuervo que dice:
“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”
A la memoria de Hilda Talavera Vda. de Basurto y Miriam Huaco Valdivia.