“Cuidado que le roben"

Puñetazos

34 col jesus copy Tres imágenes se contraponen en este comienzo de mi verano. La primera corresponde a mi necesidad naturalde buscar playa el fin de semana para aliviar el sofoco de trabajar durante la semana en la universidad. Algo más al norte, menos apretado y un poquito virgen. Me han hablado de Huarmey. Está relativamente cerca de Lima, a tan solo 4 horas de viaje. Me dicen que para llegar a la costa ancashina debo ir primero al ultimísimo Terminal Plaza Norte. «¿No lo conoces? Es súper moderno, accesible y organizado». Alguien menciona incluso que es el signo de los nuevos tiempos.

La primera parte de mi viaje será entonces aventurarme a ese Cono Norte que tan mal conozco: caminar por esos populosos distritos que en mi mente se dibujan llenos de neones, pues solo los he visto desde la ventana de algún bus mientras me iba durmiendo al salir de Lima. «Chapa tu metropolitano y llegas al toque». Y así es. Civilidad y civilización. Me reciben pisos lustrados y panel con nombres de empresas y rumbos; nada de mercachifles o de «jaladores» vendiendo destinos como si fueran dulces; señoritas uniformadas te proponen bus-cama para Huancayo; Transportes Apocalipsis va por todo el callejón de Yauyos y de tan luminoso que se ve su aviso, casi casi me dan ganas de cambiar mi viaje. Los horarios para Huarmey son pocos y no me convienen. La mujer del counter me dice «vaya al otro terminal, a Fiori, de ahí salen más buses» Me explica que el lugar está cerquísima, del otro lado, cruzando el centro comercial. Otro brillantísimo camino conecta con este espléndido emporio.

Ante mis ojos se suceden pollerías enchapadas en madera lustrosa, zapaterías vistosísimas, tiendas de ropa francesa (o quizás peruana) con nombres impronunciables, bancos ultrasofisticados, farmacias de todos los colores y para todos los gustos. El paraíso del consumidor a la mano, ahicito no más, en los barrios provincianos, el culmen del emprendedurismo, una especie de Meca del «desarrollo». Todo bien puesto, todos bien puestos. Ningún mal olor, nada chirriante, nada chillón. Atravieso todo el mall medio mareado, y salgo casi convencido,como Alan, de que «el país avanza», allí donde nadie se lo espera. Mi estrecha visión pequeño-burguesa de un país de desarrollo desigual y de injusticias, toda mi militancia facebookera y mi pinta de hipster se estaban yendo al tacho. Ingenuo de mí. Nada más salir de ese espacio (o debiera decir espejismo) de progreso, me topé con la crudelísima realidad.

Para comenzar había que cruzar una incruzable avenida para llegar a Fiori. Tuve incluso que saltar un pasamanos protector y sortear todos los carros que se me venían encima. La cuadra que me separaba de este otro terminal fue eterna. Polvo, huecos, perros callejeros, un policía diciéndome «cuidado que le roben», la música ensordecedora, ni una sola señal de tránsito vehicular. Las veredas rotas, ahora sí los jaladores, los revendedores de pasajes, los ambulantes, la eterna informalidad. De porrazo mi Perú folklórico y querido retoma su lugar real.

En Fiori fue aún peor, y me han dicho que en feriados la imagen es dantesca: empujones, gritos, robos, pichicata, etc. La segunda imagen fue hace un par de días, en mi aula universitaria, y le da un poderosísimo sentido a aquella intensa vivencia del Cono Norte. Un alumno que sabiéndome arequipeño me comenta ?gestuve hace poco en Arequipa y me pareció súper desarrollada, así como Lima, sus centros comerciales no tienen nada que envidiarle, también es una ciudad industrializada?h. Su comentario fue revelador.

El amalgama del desarrollo y el progreso, el espejismo que fue atravesar el centro comercial Plaza Norte y encontrarme con la realidad ahuecada que estaba afuera, me permitió comprender cómo se construye en nuestro imaginario la idea errada de desarrollo. El centro comercial se convierte de pronto en el núcleo de civilidad, que por contraste deja afuera la barbarie. Y en una gran mayoría de peruanos queda la imagen errónea de que ese es el desarrollo, el tener templos del consumismo que estén bien limpios e iluminados. Pero ¿y el resto qué? ¿qué hay de todo aquello que no represente una fuente de rentabilidad para los intereses capitalistas? El foco de nuestra ideología del éxito no puede ser solola inversión privada, los espacios de seguridad y de limpieza no deben hacerse solo con dinero privado.

Es importante sin duda contar con estos beneficios, pero no deberían ser el motor de desarrollo de la comunidad. Justamente, la tercera imagen es la de una colega de Comas que hace mucho tiempo para responder a mis críticas al salvajismo de la inversión privada que suplanta la ausencia del Estado, me dijo indignada ?gpara mí el centro comercial de mi distrito me da un respiro, me hace huir por un instante del caos de mi barrio?h. Quizás momentáneamente la salve, pero creo que también la entumece constantemente y le hace olvidar que no debería necesitar ir a un centro comercial privado para encontrar un respiro, y comprender que si el dinero público estuviese bien invertido, su espacio de salud y de bienestar sería el de su propio barrio.