“Llocllas, aguaceros y vendavales”

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La cobertura vegetal que otrora cubría las laderas nor-orientales de la ciudad y que servía de colchón de amortiguamiento pluvial, cuyas raíces ayudaban a contener el suelo, ya casi no existe.

Habiendo depredado ese frágil ecosistema, hoy con un suelo casi desnudo, era lógico que cualquier lluvia, entre moderada e intensa, terminara en riadas imparables que superarían ampliamente los cauces de las torrenteras urbanas. Peor aún ahora que dichos cauces han sufrido importantes reducciones en su sección, algo absolutamente contraproducente y poco inteligente de nuestra parte; pues no se puede pretender canalizar flujos de lodo que aguas arriba cuentan con casi 300 metros de sección natural, en una irrisoria y ridícula “infraestructura” de apenas 1 metro de sección, tal cual se ha (mal) hecho frente al Mercado El Palomar.

Si había algo que me tenía – y me tiene- preocupado, es la ocurrencia de lluvias torrenciales en la cuenca baja, ante las cuales, la ciudad no tiene ningún tipo de protección.

Una vez más, la fuerza de la naturaleza pone en evidencia la supina necedad humana al pretender desconocer sus fueros, con los funestos resultados que ya conocemos y cuyas imágenes demuestran, muy claramente, que Arequipa es una ciudad bastante deficitaria en cuanto a su capacidad de resiliencia, un aspecto que seguramente el alcalde Zegarra conoce tanto como yo sobre tintes y crochet. Fuera de bromas, es inconcebible que la ciudad se administre con semejante irresponsabilidad e incapacidad técnica.

Es sencillamente increíble, el nivel de informalidad con la que se administra el desarrollo urbanístico de Arequipa; como si las palabras “planificación” y “prevención” no existiesen; como que han sido reemplazadas por “improvisación” y “negligencia”. Es como si fuese ya absolutamente “normal” que cada año -con cada verano y con cada lluvia- la ciudad quede destrozada, ante la inoperancia de quienes tienen la responsabilidad de prever, cautelar y garantizar la seguridad e integridad física y material de todos los que vivimos en esta ciudad.

 

El que se haya reducido la capacidad de transporte de los cauces de las torrenteras urbanas, sin pensar en las consecuencias a futuro de tales decisiones, es un grave y recurrente error que seguimos cometiendo. Se sabe que el cambio climático implica fenómenos climatológicos cada vez más extremos; por lo que era, y es, de esperarse, la recurrencia de fenómenos hidrometeorológicos anómalos.

Esto no significa, bajo ningún punto de vista, que la culpa de todo lo ocurrido es de la naturaleza.

Aquí, los únicos culpables somos quienes hemos cerrado los ojos y permitido que la ciudad ocupe terrenos inadecuados, desconociendo que se trata de territorios que pertenecen a las llocllas y que por más tierra que les echemos encima, éstas reclamarán –y recordarán con precisión matemática- el curso de sus cauces “invadidos” por nuestras deficientes construcciones o los reemplazaran por calles y avenidas, pues no pueden dejar de someterse a la ley de la gravedad. Hoy, la naturaleza nos recuerda una vez más que no hemos aprendido la lección y que en materia de prevención de desastres estamos desaprobados.

Lo malo es que no hay quien nos repase las lecciones antes de cada examen si, para empezar, las propias oficinas de Defensa Civil ocupan (ocupaban?) parte del cauce de una torrentera y que ahora, ojalá, se muden a un sitio más seguro y menos vulnerable.

Tampoco se trata de apuntar el dedo a gestiones pasadas. Se trata, más bien, de señalar el curso de acción de cómo lograr una ciudad mejor planificada, mejor pensada e, indudablemente, mejor administrada; pues un plan, por más bueno que sea, no garantiza per se nada en absoluto. Se trata entonces de mirar con lupa cada metro cuadrado de la ciudad y analizar aspectos esenciales que permitan hacer de Arequipa una ciudad que pueda soportar mejor y con el menor riesgo de pérdidas de vidas humanas y materiales, los embates de la naturaleza. Si bien ésta vez fueron las llocllas, mañana lo serán, sin ninguna duda, terremotos tipo +M7.9 o similares.

 

Convivir entre llocllas, huaycos, torrenteras y terremotos es algo que tenemos que resolver con  inteligencia y aplicando el principio de autoridad con firmeza. Ello implica, por supuesto, desde la implementación de medidas administrativas drásticas y ejemplares contra invasiones y ocupaciones informales del suelo, hasta urgentes medidas urbanísticas que impliquen relocalización selectiva de asentamientos humanos emplazados en zonas de riesgo (hello, Congresista Falconí!), nuevos trazos de vías, (hello, nuevo PDM!) y nuevas tecnologías constructivas (hello, universidades!) además de la urgente puesta en marcha de un Sistema de Monitoreo y Alerta Temprana que permita salvar vidas.

 

Es inconcebible que nuestras autoridades no hayan tomado ninguna medida de adaptación al cambio climático, ni  que hayan aplicado, a la fecha, ninguna medida de resiliencia, por lo que desde ya, el Ministerio Público debería investigar por qué misteriosas razones Arequipa sigue tirando la plata al agua y sigue estando a merced de llocllas, aguaceros y vendavales.