Querida Wiener:
A diferencia de tu abuelo, el mío nunca ha tecleado nada en su vida aunque ha remado mucho, y en la memoria de sus hijos, su reputación se parte en dos increíbles y disímiles mitades. Las mujercitas dicen de él, en cada tertulia con picante de cochayuyo y mazamorra de calabaza eso sí, que fue buen padre, amable y cariñoso, y dadivoso como nadie.
Ellas mismas juran haber recibido los sacos con camote que el buen Pánfilo Luciano Segura Grados o “Pampo”, siempre dejaba en la puerta de la casa, ora en Acarí, ora en Nazca, ora en Chala ora en Lomas. No se llenan la boca de otras muestras de desprendimiento, ni asoman las manos al fuego pero hablan bien del ex combatiente de la guerra con Ecuador (como tu abuelo).
Por cierto, desde que mi hermano se orinaba en la cama, nos hablaba de un devengado que el ejército tenía que pagarles por haber matado “monos como cancha en la frontera”, artificio que utilizaba para farolearse frente a los nietos, cuando todos sabíamos que se fue directo a la cocina a freír plátano aunque luego ascendió a trovador de trinchera, donde cantaba “El plebeyo” bajo el estruendo de la lid.
Cuando Pampo murió sin cobrar el tan mentado devengado, las que lloraron fueron ellas, incluida la señora que les alquilaba un cuartito, es que Pampo también era payaso. Aquella tarde, que yo recuerde, las zambas, entre hijas y nietas, se comían las mangas de la blusa pensando cómo le contarían la trágica noticia a la negra Victoria, su compañera de toda la vida, en tanto que los hijos varones, zambos ellos y poco agraciados, formaron un círculo en el patio para contar los mejores chistes de su repertorio personal. Suele pasar que algunos velorios se convierten en un “stand up comedy” porque logran, como ningún otro evento, juntar a familiares que no se ven por tiempos prolongados, así que pensé que ese momento era uno de “esos”, aunque sin poder ocultar la intriga sobre las verdades y mitos sobre el ya difunto Pampo. Cabe mencionar que las 6 ó 7 ruedas de chistes me hicieron reír hasta las lágrimas.
Según los hijos varones, el viejo Pánfilo Segura, era medio indolente y tenía complejo de Don Juan y viajero interestelar, es decir “un pendejo que desaparece cuando le da la gana”, así habría sido siempre, dicen. Que los tenía a pan y agua mientras él se zampaba botellones de leche de vaca con camote. Que cuando daba “El Chavo”, los chicos tenían que aguaitar por un hueco de estera en la covacha de enfrente porque a Pampo no le daba la gana de comprar no.
Aunque un día construyó una casa de madera en Chala, porque Pampo tenía de carpintero además. Según mi padre, “la casa era grande y bonita” y aguantó tres años, aguantó a la locura de Pampo porque transcurrido ese tiempo la vendió por cuarenta soles de la época.
Querida Wiener, Pampo no era de llevar a la prole a la zarzuela, al cine o a las corridas, otra hubiera sido la cosa, no obstante, el también ex combatiente, contaba unas historias que a la fecha repetimos como salmo para incitar la risa descontrolada y el solaz, cuentazos que recordamos para salvar una tarde de eme.