Ya es inexorable. El planeta Tierra se urbaniza desbocadamente y sin signos de poder ejercer ninguna medida para poner bajo control el rápido crecimiento urbano que amenaza con alterar la totalidad de los sistemas terrestres. Basta observar su superficie oscura desde el espacio orbital para corroborar un rostro planetario cada vez más iluminado producto del urban sprawl, como se conoce al desparramamiento de ciudades cada vez más extensivas y responsables del alto consumo de energía y recursos gracias a los deficientes sistemas metabólicos de nuestras ciudades. Estadísticamente hablando, desde mediados de esta década hemos dejado de ser una raza eminentemente rural para convertirnos en seres básicamente urbanos en muy poco tiempo. Cuando el General San Martin declaraba la Independencia del Perú en 1821, tan solo el 3% de la población mundial vivía en ciudades; mientras que desde el 2008 habemos más seres humanos viviendo en ciudades que en el campo, razón por la cual las ciudades se habrán de convertir – si ya no lo son- en el escenario de los más graves y principales problemas de la humanidad. Según fuentes oficiales, se calcula que para el 2050 el 70% de los seres humanos vivirán en ciudades y antes de finalizar el Siglo XXI casi el 100% de la humanidad vivirá en algo parecido a lo que hoy conocemos como ciudades, haciendo de nuestro planeta un planeta eminentemente urbanizado. Es por ésta razón que me animo a soltar pluma de cara al “Día Internacional de la Madre Tierra” que hoy se celebra, buscando un momento de reflexión sobre el precario estado de salud del planeta, desde la perspectiva de las ciudades.
Mi primera reacción es de honda preocupación al observar la sorprendente velocidad con la que estamos cambiando el rostro planetario. Y no me refiero al aspecto formal únicamente, sino a las múltiples consecuencias producto de la suma de actividades humanas multiplicada por las fuerzas que mantienen el ecosistema planetario en curso, dividido entre una creciente población de seres humanos que habitamos su superficie. El resultado es una alteración irreversible que compromete la capacidad homeostática del planeta, es decir, su capacidad para regenerarse frente a las alteraciones inducidas por la actividad humana. Esta alteracion es cada vez mas obvia y aunque para algunos no sea mas que parte de un ciclo natural del universo, lo cierto es que los seres humanos estamos demostrando ser capaces de acelerar estos ciclos y no necesariamente para nuestro beneficio.
Una de las formas como podemos revertir esta fatal tendencia autodestructiva es repensando el rol y la función de las ciudades. No es sano -ni cuerdo- asumir que las ciudades deben seguir siendo pensadas, diseñadas y construidas bajo conceptos urbanisticos que las situan como meras aglomeraciones o asentamientos de personas ocupando un territorio “x”. Ciertamente, las ciudades son mucho mas que conjuntos de personas y edificios. Las ciudades son ecosistemas complejos y para su correcta administración y gestión no es suficiente el simple cargo de alcalde. Se requiere, en todo caso, de una mezcla de habilidades y destrezas que incluyan desde un conocimeinto cientifico del fenómeno urbano -sus patologías y sus respectivos tratamientos- hasta un conocimiento profundo y cabal de aspectos relacionados a cómo reducir su huella ecológica; cómo controlar sus procesos metabólicos y cómo lograr una mayor ecoeficienica. Para ello se requiere de una aparato municipal muy agil, dinamico y moderno, dotado con un staff de asesores y personal de planta altamente profesional, una debilidad que, para nuestra realidad local ,es mas que evidente.
En Arequipa aún estamos lejos de alcanzar un status de desarrollo urbano sostenible y equilibrado con la Madre Tierra. Aquí no hay campo para instaurar el “Dia sin auto”, pues cada dia somos mas auto-dependientes. No hay campo para las bicicletas ni para las ciclovias permanentes; pero si para hacer la finta unos cuantos fines de semana, esperando la platita prometida (ya cobraron?). Mientras sigamos pensando que es “normal” que las ciudades crescan al ritmo de invasores, de la corrupción, del desdén y de la especulación, las ciudades se comportarán como el principal agente cancerígeno del planeta. Repensar las ciudades y empezar a construirlas correcta y sabiamente podria convertirlas en la prinicipal vitamina de la Madre Tierra. He ahí el reto de los responsables de administrar ciudades en cada rincón del planeta; una crucial responsabuilidad para evitar que la urbanización global no conlleve al arruinamiento del planeta. Tendrán conciencia de semejante responsabilidad nuestros burgomaestres?