Le debo al colegio haber leído mi primer poema de José Ruiz Rosas y no haber entendido ni un apio.
Le debo a mi intensa preparación preuniversitaria en academias de mala muerte haberme aprendido, como un autómata, aquel poema, por aquel entonces demasiado misterioso -entiéndase aburrido- para mí.
Resumiendo, le debo a mi esmerada educación haberme alejado de la poesía de ese viejito de engominada cabellera y abundante barba que aparecía en las fotos de aquellos textos iniciales.
Pero la vida da revanchas. “Sorpresas te da la vida” dice la canción. Por eso puedo escribir ahora que le debo al poeta Filonilo Catalina devolverme, de buena manera, al intenso mundo de Ruiz Rosas a través de un texto bautizado con el hermoso título de Tienda de Ultramarinos. Aunque no recuerdo exactamente en pago de qué me cedió el bello ejemplar publicado por la editorial arequipeña Urpillay, la cosa cierta es que no me atrajo mucho en un primer momento este libro aparecido en 1978. Muy viejo pensé y comencé a recitar, automáticamente, aquellos versos con cierta angustia… “Yo tengo un sol opaco en la mirada puesto a secarse allí como una estopa”. Lo confieso, me puse nervioso. Muy nervioso.
Sin embargo, pasaron los días y el libro me trabajó con paciencia y cariño hasta hacerse parte indiscutible de mi vida. El hermoso diseño de portada, obra del artista Víctor Escalante, me golpeó como pocos. La textura del papel y el universo de fibras y sienas que trasluce cada hoja. La rigurosa impresión del tipógrafo que grabó, golpe a golpe, cada página. Los poemas, las imágenes, los sonidos de cada verso… Pátinas flotando… cromosomas novísimos… Plaza de buen amor… No se advierte la nostalgia en los vidrios: es el cuerpo en actitud alerta, en lejanía…
En el blog de un buen amigo he leído la nota. Hoy, martes, 23 de abril, el Ministerio de Cultura brindará un homenaje al poeta que avanza a los 85 años de vida. Es obvio que compartimos la alegría. Pero me da algo de pena. ¿Por qué esperar tanto tiempo para reconocer el trabajo de un artista? Dije que me daba pena, también, porque muchos de nuestros poetas, músicos, pintores, compositores, artesanos, científicos, etc. dejan este mundo en silencio, calladitos, sin homenajes, sin reconocimientos.
No es necesario que alguien gane un premio Nobel para felicitarlo. Aunque eso lo saben muy bien nuestras autoridades locales, quienes celebran con pomposas ceremonias a los ganadores de los fatales realitys que viralizan la televisión nacional. En todo caso no es necesario que alguien gane premios ni concursos. La vida no es una carrera como quieren hacernos creer los que desean ganar plata con esa farsa.
El mejor homenaje que se le puede hacer a nuestros artistas y científicos debe obligar al Estado a reconocerlos, no con una ceremonia, sino con leyes que protejan su vida, leyes que les permitan estar asegurados y programas de estado que permitan la difusión masiva de su obra. Pero sabemos que el estado no lo hará, al menos no por iniciativa propia. Ahora depende de nosotros, como sociedad organizada, trabajar esos proyectos e introducirlos en la agenda pública. Nuestros creadores se lo merecen. Si no están convencidos de ello, les dejo este bello poema que forma parte de esa tienda de ultramarinos que José Ruiz Rosas nos obsequió hace mucho tiempo.
Cuéntanos las noticias forastero
Cuéntanos las noticias forastero;
El tono de los iris en tu pueblo;
La dirección del aire y los caminos
Dinos las piedras, el cansancio, el sueño
Y la dicha secreta del que espera
Dinos qué arroyos hay como azogados;
Cuántas horas dibujan las candelas,
Qué aromas da la piel, y cómo riega
El agua las mejillas; y qué dicen
Los peces; y qué piensan las culebras.
Dinos también las fábulas lejanas
Y qué techos resguardan la vigilia;
Qué corazones hay y qué osamentas,
Cuántos cristales, cuántas melodías
Vagan entre los árboles y rocas
Cuéntanos, además, si a tu retorno
Habrás de ver mejor o estar ya ciego.