Seguro les han pagado

Puñetazos

Columna Jesús martínez

Esperé hasta el último segundo antes de escribir esta columna. La angustia ante lo que podría pasar en Lima me paralizaba. Ganó el No de una curiosa manera: con una coalición entre la gente de los barrios favorecidos que no habían votado por Susana y un nuevo sector progresista y/o de izquierda que cada vez pesa más. Participé poco de la campaña que me pareció, desde el comienzo, un hecho político hueco, un absurdo vicio de una democracia tan frágil como la nuestra. Imaginar que cualquier desconocido, sin ninguna trayectoria política, que compraba descaradamente firmas a cambio de galletitas,  fuera capaz de movilizar a 6 millones de electores me parecía algo inimaginable. Sin embargo, compruebo que cada vez más, en términos de política, en el Perú, la regla es que mientras más descabellado sea algo, más probable es que pueda ocurrir. A pesar  del estupor de saber que el JNE había aceptado semejante sandez, no me impliqué particularmente en un proceso que me pareció caería por su propio peso de tan insustancial… pero, de repente, una vez más ¡ay ingenuo de mí! las encuestas por el SI daban ganadora a esta opción contra todos mis pronósticos. Una serie de personajillos inconsistentes y, a todas luces, angurrientos y telemanejados,  comenzaron a infestar las redes sociales y la prensa. Hubo incluso un día en que oí al tal Marco Turbio jactarse de que ganarían por un amplio 80%… luego vinieron todos los desaciertos, improperios e insultos. La desvergonzada ‘broma’ del revocador sobre las mujeres reveló, por ejemplo, el ingrediente misógino de todo este proceso. Cada vez fuimos, entonces, más los que nos sumamos, por distintas razones, a tratar de evitar que los corruptos, los ineptos y los mafiosos intentaran quedarse con el poder. Fue así que, aunque tardíamente, me uní a esta tarea. Y de las diferentes marchas o acciones, hubo una que me sobrecogió particularmente. Decidimos, con un grupo de amigos, asistir al mitin de cierre de campaña. Durante este evento decidimos salir del perímetro de la Plaza San  Martín y aventurarnos por el Jirón de La Unión; íbamos vestidos con polos alusivos al NO y silabeábamos arengas a favor de la gestión de la alcaldesa. La reacción de la gente me recordó aquella que también tanto me sorprendió hace dos años durante las elecciones presidenciales: muy pocos fueron los que se manifestaron a favor nuestro e incluso fueron menos los que se atrevieron a esgrimir su convicción de revocar a la alcaldesa, la mayoría mostró indiferencia y hastío, sin embargo, varios también hicieron manifiesta su cólera, no contra nuestra postura, sino contra el hecho político en sí. Varios transeúntes o comerciantes nos gritaron más de una vez cosas como ‘vayan a trabajar’ o ‘seguro les han pagado’. Para mí, más allá de que parezca algo anecdótico, resulta un hecho muy revelador. El descontento y desconfianza de la sociedad con las instancias democráticas y publicas es masivo y también es patente y es, a la vez, un claro indicador del limitado grado de sentimiento de inclusión cívica que pueden percibir muchos ciudadanos que ven lo político, en el sentido más amplio del término, como algo ajeno, inútil, ineficaz y que casi nunca los implica. Es decir, no consideran que las acciones políticas estén destinadas a su beneficio o, peor aún, que ellos puedan ser artífices de algún cambio. Creo que es ese el origen de las pifias, burlas y amenazas, el del propio descontento del ciudadano que siente que la ciudad ya no le pertenece o incluso que nunca le ha pertenecido. En ese sentido, si algo bueno ha dejado esta revocatoria es que todas las voluntades de apoyo a la campaña por el NO han manifestado una ética que, como dice la politóloga Carmen Ilizarbe en un artículo que intenta explicar la victoria de la Villarán, “ha sido un sentido de compromiso cívico con la institucionalidad democrática”. Efectivamente, si de crear ciudadanía se trata, nada mejor que robustecer nuestra democracia con este triunfo del colectivo que se ha sentido identificado y reunido en una lucha conjunta para evitar que el hampa se instale de nuevo en el sillón municipal, algo que, además en este momento, más del 55% de limeños está celebrando.